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Semanalmente tres mujeres mueren en el país en manos de sus agresores según las estadísticas que manejan los medios de comunicación masiva y se ha acuñado un nuevo término que se ha vuelto cotidiano: el feminicidio.
No hay día que no se escuche el maltrato físico, psicológico y moral que sufre el sexo femenino ya sea por un pariente cercano, el amante, el esposo o un desconocido. Las denuncias no son los que se conocen, hay mucho más porque se oculta por varias razones, este hecho ocurre en todos los estratos sociales, los más se guardan en secreto por lo de las apariencias, el apellido y “el qué dirán”.
¿Cuáles son las causas por los que sucede este fenómeno social que adquiere dimensiones alarmantes en la actualidad? La respuesta no es fácil, con seguridad pronto se publicarán estudios serios producto de la investigación que se hacen en las Casas Superiores de Estudio como también de organizaciones que se preocupan del asunto; pero de manera empírica es posible esbozar algunas circunstancias.
Esta aproximación permite anticipar que una de las causas principales es la infidelidad; pero no es por gusto ni porque sea una inclinación innata del ser humano; sino es la misma sociedad que origina las circunstancias, el entorno, la forma de vida que se torna conflictiva desde las últimas décadas del último siglo.
La crisis económica ha obligado que la pareja, hombre y mujer, comparta la responsabilidad de buscar el sustento familiar, por tanto, ambos fuera de casa; allí se conoce gente, se hacen amistades y como el dicho popular: “el diablo nunca duerme”. Así se inicia la desintegración familiar, se debilita el concepto de hogar y el cimiento de la sociedad, la familia, es afectada seriamente.
Afrontar esta crisis económica obliga a ampliar el margen de las relaciones sociales, compromisos, invitaciones a las que se debe asistir hasta para cuidar el trabajo ¿No ocurren peligros aquí? ¿No es estar más fuera de casa que con los hijos y la pareja? ¿Dónde comienzan los desacuerdos?
Otra de las causas que se atisban, a priori, es la educación. La escuela no es la misma de hace una generación donde se tomaba en cuenta la integralidad de la persona, además de la instrucción y enseñanza se incidía fuertemente en la conducta, la moral, los principios para hacer frente a las nuevas necesidades de la misma sociedad, cada vez más violenta y exigente, es que las maestras y maestros eran considerados como los segundos padres; hoy se ha quitado esa autoridad y se deja hacer y se deja pasar. Es necesario repensar en la responsabilidad de la escuela para los actuales tiempos.
Hay una pobreza más dura, más significativa y es aquella donde se carece de principios, de valores significativos que tienen que ver con el concepto de familia, de hacer frente a las debilidades que hacen a la carne y al espíritu.
La población económicamente activa de la sociedad de hoy es producto de las últimas reformas educativas, es en esta realidad social donde se vive las peores crisis familiares, plagadas de fantasías que brindan los medios de comunicación masiva, especialmente las de televisión y las redes sociales que han hecho que la pareja ya no comparta una sonrisa, un aliento mutuo, una palmada en el hombro de él o la compañera.
¿No es verdad que hoy se confía más en las amistades, los y las compañeras de trabajo, que en el cónyuge? ¿No es mejor estar fuera más hora que en la casa para no convivir con la pareja? Sencillamente la intimidad, que hace a la esencia de pareja, ha quedado reducida a su mínima expresión si no insípida.
¿Volverán a bajar los índices sobre el maltrato familiar? ¿Las noticias alarmantes sobre feminicidio quedarán en el olvido o las cifras irán en crecimiento exponencial? ¿La sociedad, es decir, la vida en comunidad tiende a mejorar o vamos hacia nuestra autodestrucción?
Siempre en el campo de lo empírico, cuanto más decimos que nos acercamos a Dios con las fiestas santorales en todas partes y todas las semanas, atestadas de mixturas y alcohol ¿ayudamos a la consolidación de la fidelidad?
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