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Vender el avión presidencial para repartir el dinero entre los pobres, nominar al palacio de gobierno “Víctor Paz Estenssoro”, que la inversión privada se lleve el cincuenta por ciento de las ganancias de Bolivia, que los tribunos sean nombrados otra vez a dedo, que la pobreza se erradique del país hasta el 2025, que Bolivia sea digna y soberana…, son propuestas electorales con miras a octubre de este año.
Una cosa es cierta: Bolivia ya no es la misma de hace tres década cuando para las elecciones generales se practicaba la prebenda que consistía en repartir baldes plásticos, algo de fideo o azúcar u otras baratijas para sonsacar el voto, es que en todas partes había pobreza extrema y el candidato adulaba al público para tener su apoyo aunque después el resultado en las urnas era otro.
En esos tiempos más del 30% de la población boliviana era analfabeta, no sabía leer ni escribir, la educación era un privilegio, no un derecho; obligatorio sólo hasta primaria. Era cotidiano ver en las calles de La Paz al “aparapita” o en las otras ciudades al “k’epiri” que buscaba algo que cargar para las damas en los mercados.
Eran tiempos en que el fraude era toda una tarea de los politiqueros. La tarea era febril el día de las elecciones para trasladar gente votante en camiones de estacas, como se hace hoy al ganado, era gente que sobrevivía en el campo como peón, arrendero, sometida casi a la esclavitud del amo que era el patrón, el dueño de hacienda (que todavía había) y su voto era controlado: en tal o cual mesa debía haber un ganador absoluto de un determinado partido político, sino castigo.
También era práctica esperar en la senda al votante para entregarle una boleta previamente marcada, a cambio del voto regalarle diez bolivianos o menos. Ni hablar de la doble carnetización, salían brigadas al área rural para este objetivo, se repartían miles de cédulas de identidad falsas que servían para votar. Es que ni idea se tenía de la computadora y el padrón electoral transparente.
El fraude también se producía el mismo día de la votación cuando se asaltaban ánforas, se cambiaba por otras llenas de votos para un determinado candidato. Se ha hecho barbaridades a nombre de las elecciones y la democracia, esas páginas negras están escritas en la historia del país.
Como todo cambia, el país ya no es el mismo. Se supone que los electores en octubre próximo son todos leídos y escribidos, (en Bolivia hemos izado la bandera blanca hace tiempo), por tanto la emisión del voto será con “piensa”, no por consigna, se entiende que hay noción de país que queremos tener, que las riquezas de esta bendita tierra no habían sido sólo para pocos, sino que todos somos hijos de quién creó la naturaleza y todo cuanto en ella hay, ya entendemos que aquí no hay mejores ni peores, somos iguales, por tanto no tenemos que servir a nadie, sino tratarnos de “tú” a “tú”, obvio en el marco estricto de respeto y consideración. Sencillamente nos necesitamos unos de otros.
Antes millones de electores esperaban que las migajas caigan de la mesa de los dueños de los partidos políticos, hasta se hacían llamar “la clase política”, después del voto el elector era olvidado, despreciado en los pasillos de lo que era el Parlamento, habían sitios donde el pueblo no podía entrar ni pisar.
Hoy las propuestas deben merecer análisis y el voto se supone que debe ser cualificado. Si la mayoría decide votar porque el inversor se lleve el cincuenta por ciento de nuestros recursos naturales o que las riquezas de Bolivia beneficien a todos sus hijos, es decisión del pueblo, pero pueblo consciente, ahí la cuestión democrática.
Ha pasado la primera década de este Siglo XXI, son nuevos albores que se viven con seis millones de bolivianos que irán a las urnas, un millón de jóvenes que por vez primera emitirán su voto, resultado de la escuela, la educación, por tanto, su voto es personal y se asume la corresponsabilidad de ser ciudadano en plenitud.
¿Verdad que Bolivia muestra cambios?
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