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Cuando niño fui aprendiz de carpintero. Tenía como vecinos a una familia que con gusto le daban al formón, la sierra y el martillo. Todos los días ponían en volumen alto la canción dedicada a ellos interpretada por un conjunto argentino que no recuerdo si eran los Chalchaleros o los Fronterizos; pero todo el barrio se sabía la copla a fuerza de escuchar y escuchar.
Como eran amigos, un día me aceptaron como principiante. Aprendí a barnizar, a valorar herramientas y preparar la cola que se compraba por kilos. En el taller se encendía el aserrín para hervir el pegamento que le daba al espacio una fragancia particular junto a la madera que secaba o se cepillaba para dar paso al mueble que era encomendado por los clientes.
Con el tiempo aprendí a tornear los trompos que luego llevaba a la escuela para venderlos y tener mi recreo. Había otras épocas en que estaba de moda el “enchoco”, en forma de cubo o campana, éste un poco más difícil de tornear; pero ya era un arte. ¡Eran otros tiempos!
La materia prima llegaba en tablones, mara, cedro u otro que mi maestro elegía con cuidado. El secado era importante. “Cuánto más seco, mejor”, decía. Era un oficio que se heredaba de generación a generación. Hoy, ninguno de los hijos y nietos conserva el taller. Quién sabe a dónde fueron a parar las herramientas, valiosas y queridas por quienes las utilizaban con habilidad, paciencia y creatividad única.
Este recuerdo viene a propósito de la marcha de los carpinteros del país que hicieron noticia al protestar contra el ingreso y saturación del mercado nacional con muebles chinos. ¡Vaya que un artículo chino lo encontramos hoy hasta en la sopa! Hubo un tiempo en que la mano de obra del artesano en madera era requerida en el exterior, se abrieron mercados para los muebles made in Bolivia, calidad y fino acabado; ahora: “carpintero lindo oficio que nadie lo quiere aprender… lo noble y fragante del taller es sólo recuerdo”.
Existen serias contradicciones en el país. Por un lado se alienta la educación técnica, se apoyan las ferias regionales y nacionales con presencia de estudiante de los Institutos que muestran creatividad, aprovechamiento de materias primas locales, se advierte que hay desarrollo de los saberes y conocimientos teórico-prácticos-productivos; pero hasta ahí se llega. No se abren mercados, no se producen a escala las ofertas novedosas, no se liga la aplicación y aprovechamiento de ideas con la demanda, sea como bienes o servicios.
A su vez la producción nacional, en cualquier rubro, está puesta como la quinta rueda del carro, se la necesita o usa de vez en cuando. Ahí están las protestas de los artesanos en madera que gritan, a voz en cuello, que las oficinas públicas están saturadas de muebles chinos; pero de obra nacional: nada.
Se predica que la producción de bienes y servicios debe ser para la satisfacción de las necesidades de la comunidad; pero la “comunidad” prefiere artículos fabricados fuera de Bolivia, preferentemente chinos. Se impulsa la generación de conocimientos a través de la recuperación, uso, sistematización y difusión de saberes ancestrales; pero esa producción queda sólo para estantes de feria. ¿En qué quedamos?
¿Hay desarrollo sostenible en el oficio de carpintero? ¿Mejora sus condiciones de vida al no tener trabajo? ¿No ve, con azoro, cómo se llevan su madera directamente a la exportación? ¿No se predica que hay que darle valor agregado a la materia prima boliviana? ¿En las generaciones futuras ya no tendremos maestros del formón y el martillo?
La gobernabilidad política también pasa por considerar esto que es cercano.
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S-190917
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