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Las elecciones presidenciales del 12 de octubre del presente año –justo el antes denominado Día de la Raza– parece vislumbrar un claro ganador, el Movimiento al Socialismo (MAS), ante una oposición que no logra articular un frente de unidad que posibilite un contendor de peso y que constituya una preocupación para el binomio Morales – García Linera.
A pocos días de la inscripción de candidatos ante el Tribunal Supremo Electoral, además de los del partido en función de gobierno, se estima que la denominada oposición registrará, al menos, cuatro alternativas: el Partido Demócrata Cristiano con el ex presidente Jorge Quiroga; el Movimiento Sin Miedo, de Juan del Granado y Adriana Gil, de Convergencia Nacional; el Frente Amplio, de Samuel Doria Medina, jefe de Unidad Nacional y Ernesto Suarez, del Movimiento Demócrata Social, que han confirmado su participación en las justas electorales, aunque queda pendiente saber qué pasará con Félix Patzi, de corte indigenista; Fernando Untoja, del Frente Poder Kolla y de Fernando Vargas, del Partido Verde.
Si bien en estas elecciones no tendremos una papeleta multicolor multisigno como en épocas pasadas donde participaban más de diez candidatos, llama la atención que los partidos de la oposición no logren consolidar un bloque de unidad que se presente como una alternativa para el país. Solo nos muestran partidos políticos fragmentados que buscan satisfacer intereses individuales a partir de candidatos que no dan lugar al surgimiento de nuevos líderes políticos y que insisten una y otra vez con su candidatura.
Está claro que los partidos de la oposición, al participar de la contienda electoral, no van con el propósito de ganar las elecciones, lo que buscan son espacios de poder en el parlamento, logrando que la presencia de sus diputados y senadores hagan de contrapeso al MAS en la Asamblea Legislativa, pero además esos espacios de poder sirvan para expandir su influencia en futuras elecciones a partir del 2020 para adelante.
Si hacemos un balance sobre el apoyo que el MAS espera de estas elecciones, se percibe que ese apoyo no será el mismo que en la anterior elección que ganó con el 64 por ciento de voto ciudadano, habiendo incluso obtenido los dos tercios de respaldo para introducir reformas estructurales al Estado, aunque el MAS prefirió consolidar su fuerza en las organizaciones sociales, cocaleros, mineros cooperativistas, su base social, en detrimento de la clase media del país.
La merma de respaldo al actual gobierno se dará en las principales ciudades del país, porque la clase media se siente “vapuleada” por Evo Morales y su gobierno, y expresará su “bronca” con el voto castigo, que, dicho sea de paso, no está siendo capitalizada por una oposición inútil, una oposición que, en lugar de concertar acuerdos y propuestas políticas para el país, prefiere pensar que sus candidatos son los mejores y que puede ganar a un partido político que cuenta con recursos, aparato electoral y el control de los tres poderes del Estado a su favor, siendo que está lejos de contrarrestar esta campaña mediática progubernamental que lleva ventaja de tiempo atrás.
En el contexto político actual, que la oposición vaya a las elecciones de octubre por separado resulta una locura y un perjuicio para el país, aunque debemos reconocer que el pluralismo y la diversidad de posiciones políticas son saludables para la ciudadanía. Por su lado, el Movimiento al Socialismo no disimula la alegría de encontrar una oposición dividida y fragmentada, una oposición inútil que por ahora le hace flaco favor a la democracia boliviana.
El autor es periodista y docente universitario
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