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Hace cuatro años, el 12 de enero de 2010, el mundo se conmocionaba por el “desproporcionado” terremoto que afectó a Puerto Príncipe, la capital del país. El terremoto perturbó también a Jacmel, una ciudad portuaria ubicada a 40 kilómetros al sudeste de Puerto Príncipe, la capital del país.
El devastador terremoto se encuentra registrado en el récord de los mayores desastres ocurridos en el mundo. Los diarios internacionales titulaban el hecho señalando “ La tragedia de Haití”, “Hecatombe”, “Pobre Haití”, “Olor a muerte”, “Haití en angustia”, “Haití pide ayuda”, “Es inmensa la tragedia en Haití, 100 mil muertos”, ¡Arrasado Haití!, “El drama es indescriptible”, “Calculan 100 mil muertos en Haití”.
Según informes oficiales del gobierno haitiano, en aquel terremoto murieron cerca de 200 mil personas, unas 300 mil quedaron heridas, unos 180 mil edificios fueron dañados y destrozados, incluyendo un total del 80 por ciento de escuelas y hospitales desplomados y fuera de servicio.
El terremoto dañó la infraestructura caminera, viviendas, calles, avenidas, teléfonos y sistemas de comunicación informática, sistema de distribución eléctrica, de agua potable; se desplomaron edificios públicos como hospitales, mercados, escuelas, iglesias, estaciones de policía, instituciones públicas, etc., dejando paralizada la ciudad por la cantidad de edificios desplomados y personas con traumas psicológicos, fracturas, quemaduras y en otros casos, aplastados por los escombros.
Gente desplazada que se quedó sin casa y que ahora vive en campamentos de cientos de carpas, que aun espera el aporte del gobierno y de las organizaciones internacionales, para superar un daño que provocó la naturaleza y que dejó indefensos a miles de haitianos, que sobrellevan encima los problemas ocasionados por este devastador terremoto, que ahora ya es parte de la historia mundial.
El terremoto en Puerto Príncipe dejó a más de 1,5 millones de personas que se quedaron sin hogar. Aún hoy, en varios sectores de la ciudad, existen campamentos donde las familias viven en carpas y tugurios con problemas de acceso a servicios básicos; los jóvenes, la fuerza productiva del país, se dedican al trabajo informal vendiendo agua y gaseosas en las principales calles del centro de la ciudad o la salida a ciudades intermedias.
Los haitianos de a pie, en general, pese a tener recuerdos ingratos y dolorosos por la pérdida de familiares, buscan alternativas para solucionar el problema de empleo, vivienda, acceso a educación para sus hijos, de atención sanitaria que les permita vivir con cierta dignidad y tener un futuro promisorio para el país más pobre de América, donde el 80 por ciento de la población vive por debajo de la línea de la pobreza en una economía de subsistencia.
Después de los cuatro años de ocurrido el terremoto en Puerto Príncipe y Jacmel, es de esperar que este país, que tiene una historia de saqueo de sus recursos naturales, esclavitud de sus habitantes, de humillación y permanente conflicto con el país vecino de la República Dominicana, pueda encontrar un mejor destino para sus habitantes, que a pesar de las difíciles condiciones de vida en el que transcurren todos los días, la gente asume su vida cotidiana con alegría, entusiasmo y esfuerzo por lo que hacen.
Los haitianos, en general, son personas honradas y responsables con los compromisos que asumen, respetuosos de las normas de convivencia, pese al terremoto que diezmó las posibilidades de una mejor vida a futuro. En Puerto Príncipe o Jacmel, no se aprecian actitudes de violencia, robos, atracos ni violaciones como ocurre frecuentemente en otros países de América Latina y el Caribe. Haití merece un mejor destino.
El autor es periodista y docente universitario
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