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“Al retorno de la vacación de invierno me van a entregar cincuenta planisferios con nombres de países, ríos y montañas, no quiero que dibujen a mano alzada, pido que usen calca y me hagan uno por uno”, fue la instrucción del profesor de Historia y Geografía, Hugo Galván, un profesor chuquisaqueño que dedicó su vida a la educación en las minas del sur de Potosí, dependiente de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL).
La primera reacción era de rabia, “está loco el profesor, cómo tantos planisferios y a pulso, tanta repetición, qué aburrido, todo lo mismo”, decíamos los estudiantes. Al cabo de los 15 ó 20 días de vacación,al retorno a clases, podíamos ubicar en el mapa, los países, los ríos y las montañas con toda precisión. De tanta repeticióny casi sin darnos cuenta, nos habíamos aprendido de memoria y podíamos señalar casi con los ojos cerrados el río Nilo, el Everest y otros. Aún hoy, creo que esos alumnos no quedaríamos en ridículo frente a un mapamundi y sabríamos ubicar capitales de países y otros aspectos relacionados con la geografía mundial.
Cuántas veces no habremos protestado porque los profesores eran exigentes, disciplinados, que te daban tareas que ocupaban gran parte de tu tiempo. Ahora que somos adultos —hechos y derechos— recién comprendemos el valor que tiene un profesor que dedica su tiempo a enseñar sus conocimientos, impregnados además de valores cívicos, morales, humanísticos.
Los profesores, de alguna manera, dejan huella y marcan la vida de los estudiantes, como individuos, como personas que aprenden y asimilan las enseñanzas y los buenos consejos que vienen junto a la experiencia y la madurez que el profesor va adquiriendo en la formación escolar a lo largo de toda su vida activa.
Se le llama con cariño “maestro”, “profesor”, “profe”, “profito”, pero su trabajo no siempre es reconocido ni comprendido por nuestra sociedad. De hecho, el profesor está mal pagado, recibe salarios por debajo de la dedicación y la exigencia personal que supone el proceso de enseñanza – aprendizaje en el aula.
Para compensar y mejorar su salario, el profesor trabaja, además, en colegios privados y en otros casos se dedica a otros rubros que le permitan generar recursos y disponer de ingresos económicos más dignos que permitan cubrir las necesidades de su familia.
Gracias al aporte y la contribución de los profesores de las escuelas y los colegios, podemos gozar de una profesión y de un trabajo estable. Su dedicación y entrega templó en nosotros un aprendizaje, un conocimiento, un carácter, una personalidad fruto de la relación profesor – estudiante, que, producto de la interacción permanente, no solo esde transferencia de aprendizajes, sino también de relación humana.
Estamos a unos días de festejar el Día del Maestro, el 6 de junio los profesores tendrán un feriado y serán agasajados con una hora cívica, con presentes y reconocimientos por su labor académica. Desde esta columna, expreso mi admiración por todos los maestros como Hugo Galván, mi profesor de Historia y Geografía, que incidió en mi formación y que a pesar de haber transcurrido más de 50 años, recuerdo que la historia nos la enseñaba como si fuera un cuentomuy ameno.
El profesor Galván actualmente está jubilado de las escuelas de COMIBOL, vive en Chuquisaca, su pueblo natal. A través de él, deseo saludar a todos los profesores del país para desearles mejores días y que ojalá el Estado pueda reconocer su aporte y su contribución en la formación de miles y miles de niños y jóvenes que van a la escuela con ansias de aprender de sus profesores. Feliz día, maestros.
El autor es periodista y docente universitario.
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