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La Fiesta de San Juan es sin duda, uno de los hechos también recordados en las minas, por las fogatas en la noche más fría del año, a 4.500 metros sobre el nivel del mar y en pleno altiplano, pero también por la mojazón a cuatro grados bajo cero de temperatura en horas de la mañana.
Previo a la Fogata de San Juan, lo primero que había que hacer, buscar y acumular leña, puesto que la que entregaba la pulpería no era suficiente, por tanto, había que tomar la precaución de subir a los cerros para cortar th’ola y hacerla secar para que el 21 de junio por la noche se pueda utilizar esa leña sin causar humo ni dañar el medio ambiente.
Las fogatas habitualmente se hacían individualmente, es decir, a cargo de cada familia, en la puerta de su casa, se iniciaba alrededor de siete a ocho de la noche, las personas mayores acompañaban la charla sentados en banquitos de madera o en cajas vacías de dinamita con un delicioso trago preparado con singani y jugo de naranja, en otros caos té con té mezclado con alcohol, los niños en cambio correteaban bordeando la fogata, tratando de calentarse en el frío de la noche.
El campamento minero rodeado de cerros a los cuatro puntos cardinales daba un aire de oscuridad, que si no fueran por los postes y el tenue alumbrado de las calles, las noches serían lóbregas y oscuras, de hecho, ocurría eso en lugares fuera del campamento donde había que caminar con linternas. Esas calles oscuras de la noche, en las fogatas de San Juan daban la sensación de encontrar pequeñas fogatas por todos lados del campamento.
Los más jóvenes se paseaban visitando una y otra fogata en grupos de 3 o 4 personas, vestidos con ropa gruesa, chalina, ch’ullus y guantes de lana para mitigar el frío de la noche, el recorrido del campamento se ponía interesante para ir acompañado de la enamorada, con un paseo intenso de fogata en fogata y que la buena compañía no se acaba hasta largas horas de la noche.
Madrugada del 21 de junio, en pleno San Juan la gente tenía el hábito de ir a la pileta para aprovisionarse de agua para todo el día, lo hacían en sus latas de alcohol Caimán y trasladaban agua las veces necesarias hasta llenar uno o dos turriles, todo un acontecimiento para los niños y jóvenes que cumplían su tarea de cada mañana.
Cuando la temperatura bajaba dos o tres grados bajo cero, las cañerías de agua se congelaban rodeadas de hielo blanco, había que descongelar forrando con pedazos de yute o cotense mezclado con kerosene, prendiendo fuego hasta que la cañería caliente y deje fluir el agua para que los recipientes (latas de alcohol con agarradores de madera) se llenen de la misma y sean trasladas a sus casas para vaciar al turril y acumular agua para todo el día.
Justo el día de la fiesta de San juan se aprovechaba para mojar hasta el tuétano a todas las personas que se acercaban a la pileta para recibir el agua, y es ese momento bien aprovechado para un buen mojazón como si se tratará del Bautizo de Juan en el Rio Jordán, seguramente la costumbre resulta ser una tradición ya impuesta por el catolicismo y su presencia de la evangelización en las minas.
Habitualmente eran los niños, los jóvenes y las mujeres las que se encargan de proveerse de agua desde tempranas horas de la mañana, de las piletas instaladas en lugares estratégicos del campamento minero, hacía que la gente necesariamente pasara por este lugar y precisamente en San Juan, por costumbre era el mejor momento para jugar con agua e intentar mojar a todo el que pasaba por la pileta.
Por tradición, el juego de mojarse con agua en baldes o latas termina la medio día, cuando el tibio sol de alguna manera empezaba a calentar el ambiente en el distrito minero, mes de junio, época de invierno donde la gente caminaba con ropa gruesa, abrigo, guantes y gorras de lana.
Las fogatas de la noche de San Juan se repiten en cualquier parte del país —aunque ahora con muchas restricciones—, no así la mojazón con agua, que parecería ser solo una costumbre generalizada en el su d3e Potosí.
* El autor es periodista y docente universitario.
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