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Era indomable como una bestia, más que trotskista era anarquista y, en los últimos tiempos, andaba cuestionando todo, desde el trabajo de “los compañeros periodistos” hasta la atención en los herederos de la Casa Grande; decía que todo había perdido su sentido y que solo quedaba dormir despierto, caminar derechito a la tumba, sin temor, porque habíamos hecho lo más difícil, vivir, pero escuchando a nuestros idolatrados Doors y leyendo a Sábato.
Entrañable, amigo, compañero y hermano en el periodismo de calle, no en el de oficina; eso lo hacen otros.
Compartimos momentos sublimes, escribiendo una buena nota, discutiendo de música, política o bebiendo en cualquier tugurio que nos acepte a cualquier hora.
En otros tiempos; los buenos periodistas, los verdaderos trabajadores de la prensa, se hacían en la cobertura diaria, las largas discusiones en las salas de redacción, en los bares y las cantinas y otros sitios que la coyuntura me impide citar. Era más conocido como “Panchito” y no era todo virtud, cuando empezaba, no la paraba, así tenga luego que buscar otro trabajo. Y precisamente esa filosofía de vida hizo que se le vayan cerrando las puertas y ya no haya a dónde ir, sin embargo, astuto como todo hombre de calle, siempre sabía de dónde sacar los centavos para continuar viviendo.
“Panchito”: ya casi dueño de las letras, literato en formación, lo demás del oficio lo aprendió en la calle, donde varias veces fue derrotado. Han pasado muchos meses de su partida, pero el vacío que dejó no lo puedo llenar ni en los mismos sitios que concurrimos.
El jefe “Silico”
La sala de prensa del histórico “Hoy por Hoy” había quedado desierta y quedaba como mudo testigo de sus días de gloria. Más de 18 viejas máquinas de escribir entre Remington y Underwood, perfectamente alineadas sobre unos escritorios de madera aún esperaban que los dedos de los periodistas se deslizaran por ellas para escribir las noticias que mañana leería el vulgo.
Al transitar el largo pasillo, sólo había vida en el habitáculo destinado a “Hoy Deportivo” que a la cabeza de Miguel Velarde y Lorenzo Carry seguía haciendo historia.
Entonces se lo podía ver, siempre de traje y corbata y sus enormes lentes que le cubrían casi todo el rostro, caminando con algunos papeles en la mano, cual si fuera un fantasma. Para mirarte, lo hacía por encima de sus cristales dejando ver unos escrutadores ojos.
Tenía como misión organizar el nuevo cuerpo de redacción para lo que estaba probando a nóveles periodistas. Los sentaba en la sala de prensa y les pedía “voltear” cualquier nota de cualquier periódico.
Cuando revisaba el “volteo”, miraba lo escrito y miraba al postulante con ojos cada vez más enormes, hasta que sinceramente violento lanzaba las carillas al canasto de basura más cercano y espetaba: “no sirves, sal de aquí, dedícate a otra cosa, no puedes ser periodista”.
Ante tal actitud, muchos jóvenes salían derramando lágrimas y sabe el destino, si tendrían ganas de volver a una redacción.
Era y sigue siendo, nuestro jefe, José Arturo Siles, el “Silico”. Osco y de mirada torva como solo él podía representar, entraba a la sala de redacción y con estentórea voz increpaba: “qué más tienen, ya vamos a cerrar”.
Uno por uno, sus periodistas indicaban lo que restaba, porque lo principal ya había pasado por sus manos, ya estaba rayado y trasladado a otras secciones.
“Esas son huevadas. Párenla y todos a la cantina”, sugirió-ordenó.
Ahh… fue la respuesta de los entonces nóveles periodistas que entusiasmados unos, preocupados otros, empezaron a cerrar sus Macintosh y a prepararse para una larga jornada de clase magistral de periodismo, de esas que nunca se darán en las aulas.
El “Gabo”
A Gabriel lo conocí en el Sindicato de Trabajadores de la Prensa de La Paz (STPLP), este sí que transpiraba trotskismo. Nos hicimos amigos, sobre todo en las luchas sindicales.
En una ocasión, los de las fotitos en las páginas sociales, nos indicaron que el sindicato no podía ni debía actuar en ámbitos de la academia y que simplemente debería realizar trámites ante el Ministerio de Trabajo, fue tanta nuestra indignación que, en congreso, modificamos el Estatuto de la ya Federación de Trabajadores de la Prensa de La Paz (FTPLP) hasta convertirlo en uno de avanzada política, social, económica y académica, es decir, con amplias facultades y capacidades para casi todo. Hoy todo eso fue perdido por los vividores del sindicalismo.
Varias veces nos encontramos en la calle, pero ese día, en la esquina de la Ingavi y la Pichincha, recordamos que octubre era un mes histórico y revolucionario, nos miramos y sabíamos que sólo había que empezar y así fue, primero fueron unos gritos, luego unas piedras, del resto se encargó la ira de la gente. La sede política de los “Mirtsubishi” acabó quemada con muebles y todo.
Luego fue el turno de los adenos. Su inmueble de la Uruguay sufrió similar castigo, más tarde nos enteramos que, las oficinas de los monos, en San Pedro, también fue resumida a cenizas.
Sufrimos cuando la ira y el fuego transformador quemaban el edificio de la Vicepresidencia, incluyendo los libros de su valiosa biblioteca; reímos cuando la turba rebotaba de los vidrios del negocio de venta de hamburguesas del “Samuco” en la esquina de la Socabaya y Mercado. Previsión de empresario, eran vidrios especiales.
Luego nos enemistamos hasta llegar solo al saludo cuando apoye lo que ahora se denomina Proceso de Cambio, que en mi criterio, no es más que uno de los momentos más altos de acumulación de la lucha política, económica y social del pueblo boliviano que, por cierto hay que consolidar y radicalizar.
Pero para él, trotskista de cepa, sólo había un sujeto revolucionario: el proletariado y que el resto debía marchar detrás. Al igual que el “Viejo” no daba concesiones y solo una de las andanzas de “Panchito” hizo que volviéramos a saludarnos.
Son tres hermanos, son tres compañeros, son tres amigos, cada uno con lo suyo, pero son tres trabajadores de la prensa que extrañaremos siempre y con quienes nos uniremos muy pronto.
HONOR Y GLORIA PARA ELLOS
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