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Al empezar esta columna deseo hablar de dos aspectos fundamentales para mí: la primera, sobre mis ataques en otro momento a algunos personeros de Gobierno y, en segundo lugar, la razón de ser de esta columna.
Quiero recordar, hace ya algún tiempo –en otra columna y en un periódico cuyo nombre no recuerdo– expuse algunas ideas, muchas posiblemente erradas, otras no tanto; pero, de lo que si debo pedir disculpas es de las ofensas que pude cometer con mi forma de escribir y decir algunas cosas (allí me referí al Señor Presidente, Evo Morales, Vicepresidente, Álvaro García Linera y Ministro de Gobierno de entonces, con adjetivos que de una u otra forma contenían un talante racista, aunque en su momento me resistí a aceptarlo como tales; como el tiempo es el mejor antídoto para mirar el pasado, y caer en la cuenta de los errores cometidos, hoy reconozco mi intencionalidad detrás de lo escrito; comparto con Evo Morales la marginalidad desde donde venimos y, por esa razón, luego de los años, expreso mi disculpa pública por las ofensas a su dignidad, lo mismo para el Señor Vice y Sacha Llorenti; esta me culpa me enseña que no se debe usar la palabra para expandir ningún tipo de racismo, provenga de donde provenga…) y he aprendido que el lector, independientemente de su condición merece la más alta estima del escritor, del pensador, del poeta; asimismo, entiendo que las ideas, como decía, René Descartes, deben de ser claras y distintas; desde los otros caminos, no busco sino exponer lo que pienso y siento, siendo fiel a mi karma, mi adhesión al nuevo pensamiento crítico, a la Buena Nueva de Jesús, a la tradición de la Iglesia, y, en último lugar, a mi modo de entender y ver el mundo, la sociedad, al hombre, la vida misma.
La Editorial española Tusquets publicó en 1988 un volumen con las crónicas y artículos periodísticos del poeta, gallego, Álvaro Cunqueiro, bajo el título Los otros caminos. No es suficiente mencionar que ahí, Cunqueiro aparece con todo el peso de su prosa. Las delicias y exquisiteces de sus crónicas de viajes, tan repletas de lugares, peregrinos, paisajes, posadas, santos, romerías, abedules y, sobre todo, caminos, galopan entre la realidad y la ficción. Así también los caminos del lenguaje y el pensamiento, son bifurcaciones del acontecer humano; y sobre los caminos de América, Atahualpa Yupanqui, cantó sobre todos ellos, caminos de polvo, de piedra, por quebradas y planicies; los caminos como sendas y opciones, nunca fueron ajenos en mi vida, y mucho más siendo yo un hijo de campesinos labriegos, por esos caminos de tierra recorrí distancias lejanas, unas veces a pie y otras a lomo de bestia.
¿Por qué asumo, los otros caminos, para esta columna que tan generosamente me abre un espacio para escribir y pensar?
Cuando sólo se anda un camino, se cercena la capacidad y posibilidad de poder recorrer los otros caminos, otras verdades, desde las cuales escrutar la realidad. A pesar de que Antonio Machado, en profundo verso, dice, que no hay camino sino que se hace camino al andar, la compleja espesura de la realidad exige una pluralidad de caminos. Además, estoy convencido que todos los caminos por recorrer deben conducirnos a establecer todas y cada una de las vías posibles para el conocimiento humano, pasando desde la sabiduría popular hasta la más alta ciencia experimental, y que sostenidas desde el diálogo sirvan para hacer una sociedad más justa, fraterna y más humana para todos.
Los otros caminos, constituyen un abanico de combinaciones posibles igual que el arcoíris. Esos otros caminos: la literatura, la política, la fe, la ciencia, la filosofía, el derecho, la justicia, los derechos humanos, la democracia… no son sino piedras de toque para construir una sociedad pluralista (Joseph Ratzinger). Y una sociedad pluralista está siempre en camino, en formación, una sociedad plural no se monta, jamás sobre una única verdad, sea esta ideológica, política, religiosa, y mucho menos sobre los hombres de algún mortal.
Desde esta columna, trataré de andar por todos esos otros caminos.
El autor es Teólogo y filósofo
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