Opinion

PASADO Y PRESENTE. Un nuevo líder
Los otros caminos
Iván Castro Aruzamen
Miércoles, 6 Diciembre, 2017 - 18:57

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Hasta ahora, a pesar del quiebre del Estado nacional a finales de la década de los noventa, no ha habido una bolivianización de Bolivia. Por esa razón es lícito preguntarse: ¿Acaso hubo o hay un líder político que sea de hoy, que pertenezca a las exigencias del presente? No. Ni siquiera con todos sus defectos –en porcentaje apabullan– y las escasas virtudes, Evo Morales Ayma logró tener los pies en el presente. Pues, hasta en su agria vanidad, antiimperialista o anticolonial de su discurso, no dejó de  ser un simple espectáculo de ayer, cargado de un nebuloso pasado; el presidente de los atuendos rebuscados es del pasado, porque no aprendió nada ni olvidó un ápice la historia vanidosa del indio americano, sometido a los vaivenes de la historia colonial. Es más tuvo una oportunidad irrepetible como una mujer joven que descubre el amor.

 

Al presidente Morales, más por fortuna que por virtud, le tocó un Estado de ubres enormes. Cuando tomó el mando báculo en mano y con la bendición del narco curaca, aparecía ante una gran mayoría del pueblo boliviano como el bueno, el probó de una historia jalonada por la desigualdad; pero han pasado los años, inexorablemente, y para las nuevas generaciones éste presidente no es sino un calzonazo en el poder, que dejó (rá) robar a medio mundo las arcas del Estado. En tiempos neoliberales, los ladrones del Estado era una banda de contados oligarcas, hoy, se nacionalizó el asalto al erario público; roban los dirigentes sindicales, alcaldes, gobernadores, asambleístas, policías, militares, funcionarios públicos. Evo Morales ya no es el buen salvaje, tímido e indefenso con un cierto olor a santidad, sino el jefe que vive en palacio quemado en olor a coca y narcotráfico, corrupción y entreguismo nunca antes visto a la política del imperialismo chino.

 

Necesitamos concretar un nuevo Estado. Sea este plurinacional, multinacional o sencillamente nacional y boliviano. Se debe superar la crisis moral, social y política en la que nos sumió el MAS. Es hora de sanar las heridas abiertas por un régimen cavernario. En el nuevo estado no puede caber más el enfrentamiento al que nos arrojó el gobierno socialista. Aún late con fuerza las discrepancias entre ricos y pobres, blancos y mestizos, indios y negros, y hasta entre católicos y protestantes. El enfrentamiento es el acicate de un poder vertical, pero, también es el camino más corto hacia una sociedad violenta y cruel.

 

El papel de la derecha, ya estuvo por demás cargado de una alta dosis de ineficacia política. Por tanto, está claro que el nuevo estado no debe tolerar los espurios intereses sectarios, tan visibles en algunos viejos políticos presentes en la actual hora de la política boliviana. Este país de aquí en adelante, necesita un hombre honesto y sensato, que generosamente más allá de la codicia, tenga el interés real en la solución civil por medio del diálogo y la unidad, de los problemas que están estrangulando nuestra sociedad. No debe quedar rastros de ningún caciquismo. Así como el pasado 21 de febrero del 2016, el pueblo le enseñó en la urnas un lección enorme de democracia, a Evo Morales y García Linera, también este 3 de diciembre, le ha dicho al gobernante de turno, que necesitamos un personaje de aspecto popular, que dé la impresión de honradez y trabajo, silencioso, para hacer de Bolivia un país, no comparable a las grandes potencias, sino tan solo sentar la idea de unidad y nación, que se construye paso a paso fruto de la entrega de sus ciudadanos, no de la demagogia.

 

Urge un nuevo presidente que ponga en evidencia las ilusiones de un proceso fallido, pero, también con mano dura frene a los narcotraficantes alimentados por la coca del Chapare, que desde hace tiempo se sienten muy cómodos en el Estado Plurinacional, y se pasean como Pedro por su casa. Hace algunos años se decía que Carlos Mesa Gisbert era demasiado presidente para un país quebrado, pero, la hora actual reclama su presencia, para que sea un presidente del presente. Ya no más jefes de Estado que representan el pasado.

 

 

 

Iván Castro Aruzamen

Teólogo y filósofo