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Congelar momentos a través de una cámara, es el gran aporte que cientos de periodistas gráficos y fotógrafos, realizan día a día en Bolivia y el mundo. Su trabajo permite remirar la historia y convertir su trabajo en testimonio vivo del pasado, que muchos se empeñan en borrar.
Esas instantáneas de revueltas, manifestaciones, intervenciones, golpes de Estado, secuestros, asesinatos y otros, han plagado la cámara oscura y nos han devuelto la luz.
El lente oportuno del fotógrafo boliviano Freddy Alborta, en octubre de 1967, registró la mítica figura del Ché muerto, en la lavandería del hospital “Señor de Malta” en Vallegrande, foto por la que Alborta cobró 75 dólares. La fotografía dio vuelta el mundo y permitió una aproximación al guerrillero argentino-cubano, Ernesto Che Guevara.
La gráfica captada por Alborta lejos de representar la derrota del legendario guerrillero, impuso en el imaginario colectivo la expresión triunfante de un hombre inmortal. Alborta falleció en su natal La Paz, a los 73 años de edad, victima de una dolencia cardiaca.
Fredd Ramos, otro experimentado fotógrafo paceño, en plena avenida Camacho logró fotografiar al temido jefe del control político del MNR, Claudio San Román, que en los 90 vestido de negro, paseaba de incógnito por las calles paceñas.
El documental chileno “La ciudad de los fotógrafos”, dirigida por Sebastián Moreno, también es un vivo testimonio del trabajo anónimo y comprometido que cumplieron los reporteros gráficos durante la dictadura de Augusto Pinochet. Este valioso registro visual, en democracia, serviría de apoyo a los testimonios de las víctimas y familiares. La Asociación de Fotógrafos de Izquierda (AFI), organizada al calor de la dictadura creo un escudo antibalas que les permitió trabajar y vivir para contarla. Las gráficas más impresionantes son las madres desesperadas caminando con los retratos de sus hijos colgados en el pecho. Esas imágenes lograron recuperar el pasado, sin perder el presente.
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