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Europa demostró ser lo que siempre fue: la cuna de la soberbia, el menosprecio, la agresión. Lo que hicieron al presidente Morales no resulta extraño. No olvidemos que Francia no dudó en aliarse a Hitler en la persecución a judíos (Petain, sin casi espaviento alguno, adoptó las leyes racistas de Nuremberg tan pronto los nazis ocuparon su país). Con Mussolini y Franco, Italia y España dieron ejemplos paradigmáticos de cómo se puede ser un buen fascista; en tanto que Portugal, al perfeccionar el comercio de esclavos en los siglos XVII y XVIII, enseñó al mundo cuán infames pueden llegar a ser los humanos con su prójimo.
Pero América Latina, sobre todo Bolivia, demostró también ser lo que siempre fue: el espacio predilecto para la manifestación del lamento, la victimización, el resentimiento. Para muchos, el incidente del avión presidencial sólo es más del mismo colonialismo, sometimiento y desprecio con que Europa nos trata desde hace quinientos años y, en tal visión, el bloqueo y retención del presidente boliviano en Viena prueban que la arrogancia y los afanes imperiales europeos siguen vigentes e intactos.
Si bien la visión latinoamericana contiene sustentos irrefutables, es vano y ocioso persistir en ella. Lo ocurrido al presidente Morales tiene que mostrarnos, en especial a los bolivianos y bolivianas, lo mucho que nos falta por construir y desarrollarnos como sociedad, país y Estado, toda vez que nada parece impedir que otros se abstengan de inflingirnos un agravio como el cometido. Se constata que la igualdad y el respeto entre naciones son meras palabras, puesto que no nos evitaron semejante ofensa.
Pero las ofensas en contra nuestra no sólo proceden de Europa. Hace poco Chile no titubeó, ante un absurdo desliz cometido por la impericia de tres soldaditos nuestros, de maltratar nuestra dignidad como país. Brasil y Argentina suelen ser también lugares de donde proceden habituales noticias de desprecios xenofóbicos en contra integrantes de las numerosas colonias bolivianas allí existentes, llegando, incluso, a casos de homicidios.
El maltratar a nuestro presidente tiene que ser la gota que desbordó el vaso, debiéndonos obligar a algunas ineludibles y urgentes consideraciones internas. En primer lugar, es vital entender que el respeto que demandamos debe comenzar a ser trabajado dentro del país. Hasta el momento, los bolivianos y bolivianas nos hemos procurado una sociedad, un país, un Estado, signados por el irrespeto hacia nosotros mismos. Y el irrespeto es estructural, toda vez que buena parte de la institucionalidad existente, sea pública o privada, constituye una fuente perenne de las agresiones cotidianas que más nos ofenden y humillan.
En segundo lugar, es urgente advertir que respetarnos internamente sólo es posible a partir de una cohesión social apropiada. Nuestras inquinas y animosidades impiden que podamos valorarnos entre nosotros y, por ende, motivar a la propia valoración del país. Las divisiones únicamente nos debilitan y quebrantan y, en tal condición, es poco probable que generemos respetos y consideraciones externas. No trato de justificar la torpeza sufrida, sino simplemente explicarla a partir de hechos fácticos.
En tercer lugar, es esencial aceptar que la autodefinición de antiimperialista o anticolonialista no puede ser una simple peroración. Es fácil enfrentarse a imperios o colonialismos con sólo frases y eslóganes, con marchas y quemas de banderas, con alineamientos y membresías en grupos de países contestatarios. Ser antiimperialista o anticolonialista es muchísimo más que eso, puesto que no sólo es una actitud y compromiso, sino una acción concreta orientada a dotar al país de los medios e instrumentos que le aseguren autodeterminación e independencia plena.
Convertirse en verdadero antiimperialista o anticolonialista exige ser un eficaz y enérgico constructor de la fortaleza y autonomía de un país, otorgándole calidad y solidez institucional, mejoramiento y potenciación de su aparato productivo, extensión y consolidación de la cohesión social, renovación y desarrollo educativo y cultural, y, sobre todo, ampliación y perfección de su democracia.
Es absolutamente necesario comprender que el antiimperialismo y el anticolonialismo no es una lucha o proclama, sino una constante y meticulosa labor hacedora del respeto interno, que es, como fue indicado, la base en donde siempre germina el respeto externo.
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