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Es una afrenta a los tiempos presentes, en especial a todo el adelanto científico, al desarrollo del pensamiento, al avance en materia de derechos humanos, a los logros arduamente obtenidos por las mujeres durante los últimos ciento cincuenta años, la negación dada a despenalizar al aborto por parte el Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP), cuya negación desdice su condición de ser una instancia de justicia de un Estado secular, moderno y democrático.
No puede ser que actitudes anacrónicas, plagadas de imprecisiones y supuestos, prevalezcan al momento de fijar los sentidos y alcances de los derechos de la gente. No puede ser que premisas que por siempre fundamentaron y avalaron el escamoteo de la libertad de las mujeres y la colonización de sus cuerpos hayan mantenido vigencia.
Pero la afrenta no acaba allí. Como si la ciudadanía padeciera de estupidez congénita, el TCP optó, a modo de graciosa concesión, eliminar la orden judicial para el aborto impune y sustituirla por la simple denuncia policial. Empero, con tal medida, lejos de contribuir a que las mujeres tengan alguna opción real de mitigar en algo la secuela de la violencia padecida las coloca ante escollos y riesgos mayores.
La denuncia no sólo las remite a instancias policiales que, por sus probadas “cualidades” (machismo, ignorancia, corrupción, ineficiencia) son peores que las judiciales, sino que las hace susceptibles de seguir padeciendo más acometidas y abusos. Además, la denuncia, en cuanto acusación, no exime de ser probada, aspecto que ubica a la víctima ante más engorros, incluso ante la eventualidad de que sea revertida en su contra.
Lo que resulta embustero, es que, al convertir en premisa constitucional la “vida desde la concepción”, el propio Artículo 266 del Código Penal (que posibilita el aborto impune) se hace susceptible de ser práctica y jurídicamente impracticable. Por más que la víctima esté muñida de su denuncia, la primacía de la constitución ahuyenta la existencia de cualquier instancia de aplicación y cumplimiento. Aparte de la “objeción de consciencia”, ahora la reticencia médica tiene a la propia CPE, posibilitando que cualquier tipo de interrupción del embarazo se torne jurídicamente imposible.
Es evidente que el país realizó un retroceso sin precedentes, no sólo en materia de derechos sexuales y derechos reproductivos, sino de los propios derechos humanos. Confirmando el patriarcado imperante, Bolivia se reafirma como sociedad arcaica e integrista. Otra vez los derechos de las mujeres fueron relegados por lógicas intolerantes, oscurantistas y absurdas.
Pero, lo que más consternación provoca son las pocas voces y reacciones efectivas producidas en contra por parte de la sociedad civil, demostrando que Bolivia, antes de estar en un proceso de cambio, está en franca reafirmación y profundización de su conservadurismo y tradicionalismo que tanto la lastima y atrasa.
Tratamiento dogmático y medieval
“La vida comienza desde la concepción”, más que un enunciado científico o filosófico es un ideario místico, religioso y dogmático, toda vez que sus bases están sólo en la creencia, en la fe, en la superstición. Científicamente no hay prueba empírica que la avale, mucho menos filosóficamente, ya que el vivir resulta ser un fenómeno mucho más complejo y profundo que un simple existir.
Partiendo de la máxima cartesiana del cogito ergo sum (pienso luego existo), filosóficamente se puede decir que vida, especialmente la humana, es una fenomenología estrictamente vinculada al sentir y al pensar, de manera que la unión del espermatozoide y el óvulo es el punto de partida de un proceso conducente a la formación de una vida, mas no que sea aún vida en sí misma.
En embriología humana, el sentir (aunque todavía no de pensar) es posible luego de las primeras diez a doce semanas de gestación. Es en este lapso que el sistema nervioso alcanza su formación básica, lo mismo que surgen los órganos esenciales para la vida (si bien aún no desarrollados ni en funcionamiento). Y es el desarrollo y funcionamiento de los órganos (en especial del cerebro) que hacen al embrión un ser propiamente dicho, cuya fase culminante de formación es su nacimiento, luego de 38 ó 40 semanas de embarazo.
Por tanto, insistir que la vida comienza desde la concepción, es omitir engañosamente todo el proceso antes descrito, dejando sin considerar referentes ciertos e imprescindibles para entender la relación de vida y aborto sin los apasionamientos y enceguecimientos que sólo lo sitúan en un contexto de análisis y comprensión absolutamente medieval.
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