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Una de las particularidades de la información periodística (como también de la científica) es su carácter circunstancial, provisorio, temporal. Nunca puede ser conclusiva o definitiva, como tampoco pretender serlo. Más que en sus grados de verdad, su valor está en los criterios y referentes con los que el periodista elabora el mensaje noticioso.
Verdad no es igual que realidad, y tal diferencia es importante para el periodismo, toda vez que su labor se estructura mucho más en torno a la primera. Verdad es una apreciación relativa, coyuntural y, ante todo, subjetiva de la siempre cambiante realidad, convirtiéndose en una pretensión de expresarla como concepto, idea y pensamiento, libre de ilusión, invención o fantasía. Realidad, en cambio, es lo que realmente existe en cuanto objeto, cosa, suceso, independientemente de la percepción que pueda provocar en el sujeto.
Entonces, esos criterios y referentes son relevantes por expresar la posición desde donde el periodista ve, asume y construye su versión de los hechos, confiriéndole el valor y legitimidad necesarias y suficientes como para merecer reconocimiento y consideración. Independientemente que sea correcta o errónea, genuina o deformada, positiva o negativa, tal versión es un punto de vista, que debe ser respetado y valorado, sobre todo en un régimen que pretende ser democrático.
Y es así, porque la realidad social está estructurada a partir de los variados y disímiles puntos de vista de las personas, los que definen sus formas de ser, actuar y pensar; por tanto, aceptar la realidad social, obliga a asumirlos y valorarlos, tanto por la diversidad y pluralidad que conllevan, como por el respeto y consideración que exigen. La descalificación, censura o condena, no sólo malogran la pretensión de acceder a tal realidad, sino que son una afrenta y agresión a la dignidad y condición humana de las personas.
Es cierto que el trabajo periodístico tiene que procurar incorporar la mayor cantidad posible de esos puntos de vista pero, aún así, no deja de ser una elaboración particular, puesto que la visión del periodista, por más amplia, equitativa y profesional que pretenda, siempre será un subjetivismo, el mismo que selecciona y determina los enfoques y sentidos con los que elabora un mensaje noticioso.
La veracidad en el trabajo periodístico, por tanto, no obliga a una relación de semejanza fiel y directa con la realidad sino, simplemente, ser una pretensión honesta y genuina de verdad derivada de los criterios particulares desde los que el periodista asume y expone los hechos sociales. Si un informador considera como relevante, intrascendente o pernicioso algún acontecimiento, se exige que tal percepción conlleve honestidad, integridad, sinceridad, transparencia, buena fe, conminándole a que sus sustentos estén también condicionados por tales valores.
Respecto a que si un periodista decide abocarse a enfocar sólo las contradicciones, errores, desaciertos de los hechos sociales y sus actores, tal decisión es plenamente lícita, válida y legítima, toda vez que constituye una manifestación y ejercicio pleno de sus derechos a la libertad de pensamiento y expresión (del que es beneficiario como cualquier otra persona, independientemente de su condición, oficio o profesión), no correspondiendo reproche, amonestación o censura alguna. Lo único que sí es exigible, en particular por la labor pública que efectúa, es que su acción sea veraz, vale decir, honesta y sincera.
En cuanto a la imparcialidad y el equilibrio, tampoco conlleva que el periodista se despoje de toda posición, adoptando una actitud neutral e indiferente ante los acontecimientos y sus protagonistas. Lo que se espera es que su postura, su punto de vista, no sea la única fuente, sustento y argumento para la realización de su trabajo, sino que también cuente con los respaldos empíricos necesarios que avalen sus juicios y pareceres. Es a esto que se denomina equilibrio en la labor periodística, donde percepción y respaldo estén siempre presentes como manifestación de un trabajo serio, responsable y profesional.
Volviendo al principio, es esencial insistir que todo mensaje periodístico no es absoluto y definitivo, cerrado y acabado. Siempre es susceptible a ser mejorado, rectificado, desechado, sustituido, puesto que el ámbito de donde emana y que pretende describir, vale decir, el social, es un espacio dinámico y complejo, siempre variable, alterable, además de contradictorio. Es por esto que el periodismo es y tiene que ser una labor cotidiana, donde la dinámica social sea constantemente reflejada.
Lamentablemente, son varias las personas, sobre todo en el gobierno de Evo Morales, que no asumen al trabajo periodístico bajo tales conceptos. Apegados a nociones erróneas, insuficientes y desfasadas, persisten en comprenderlo como una labor que, por principio, tiene que renunciar a cualquier forma de subjetividad, parcialidad, e intencionalidad, sin percatarse que tales exigencias no pueden ni deben darse (pero junto al apego a esas nociones, también está la doble moral gubernamental, que critica a los otros lo que impávidamente, y en dimensiones mayores, práctica desde su propio ámbito).
El resultado de tal desatino e indecencia es la generación de un contexto adverso, no sólo para periodistas, sino también para la sociedad. Las censuras implícitas y las restricciones explícitas a la labor informativa (adoptadas constantemente desde las esferas del poder), están configurando un escenario cada vez más disminuido y precario en materia de información, ocasionando mermas y retrocesos evidentes en el valor del periodismo en el país y en la calidad de la democracia boliviana y de sus instituciones. Preocupante.
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