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Según datos de organismos internacionales, unos 20.000 niños y niñas mueren en Bolivia anualmente, por causas prevenibles, antes de cumplir los cinco años de edad. Se estima que casi todos ellos tienen algún tipo de desnutrición, que los debilita frente a enfermedades y que les provoca, directa o indirectamente, la muerte. Por lo tanto, unas 20.000 niñas y niños en Bolivia enfrentan cada año una situación similar a la que sufrió Eva Quino, la muchacha de 12 años que murió de inanición la semana pasada en El Alto.
El caso de Eva nos lanza de bruces contra la realidad. Nos golpea con fuerza porque demuestra nuestra miseria, humana y material. Y porque establece cuán equivocadas están las autoridades, obsesionadas con agradar al Jefe con museos, autos blindados e inauguraciones de canchas, en vez de concentrarse en lo importante, el combate sostenible e integral contra la pobreza.
El reciente Informe de Desarrollo Humano presentado por NNUU muestra esa cruda realidad. Establece en primer lugar que Bolivia no ha mejorado su posición en el índice entre 2010 y 2015, por lo que sigue en el puesto 118, de 188 naciones. Segundo, que en casi todos los indicadores el país está a la cola del continente.
En Bolivia, la mortalidad infantil antes de cumplir los cinco años es de 38 niños por cada mil nacidos vivos, el índice más alto del continente excepto Haití. Como comparación, esa cifra es de 20 en Honduras, 29 en Guatemala, 22 en Nicaragua y 16 en El Salvador, para mencionar a los países más pobres de la región. En Costa Rica, Chile, Uruguay y Argentina (los mejor ubicados), el índice es de 10 o menos por cada mil nacidos vivos, mientras en Europa y Canadá, es de cinco o menos.
La mortalidad infantil se explica en varios aspectos, uno de ellos, obviamente, la desnutrición. Esta, en menores de cinco años, alcanza al 18,1% en Bolivia, cuando en El Salvador es del 14% y en Paraguay, del 10,9%. Los datos de malnutrición en nuestro país son tan altos (uno de cada cinco niños es desnutrido) que pueden ser comparados con los de algunos países africanos, como Ghana y Gabón. Chile, en contraste, tiene 1,8% de desnutrición infantil. En algunas áreas rurales bolivianas la desnutrición infantil alcanza a más del 30%, lo que significa que uno de cada tres niños se va a la cama sin comer. Y todos nosotros, muy tranquilos.
La muerte prevenible de los niños está relacionada también a la muerte de las madres. Lamentablemente Bolivia también “lidera” este ranking. En el país mueren 206 madres por cada 100 mil nacidos vivos, cuando en Europa mueren 10 y el promedio de América Latina es de 67 muertes. Como comparación, 25 madres o menos mueren en Chile, Uruguay y Costa Rica por cada 100 mil hijos nacidos vivos. En el continente africano, Cabo Verde, Namibia y Zambia, dice el reciente reporte del IDH, tienen datos similares a los que registra el país.
Otra razón que explica la mortalidad infantil es el bajo gasto estatal en salud. El Gobierno logró que fuera expulsado de Bolivia el padre Mateo, un cura español que luchaba porque el Estado invirtiera el 10% del PIB en ese sector, pero no consiguió mejorar la salud en el país. El 4,6% de gasto en salud con respecto al PIB según el último informe IDH sigue siendo insuficiente para enfrentar nuestros colosales problemas. Y es menos de la mitad de lo que el Gobierno, al insultar al padre Mateo, dijo que gastaba. El BM, en otro reporte, informó que el gasto en salud per cápita en Bolivia es de sólo 174 dólares por año, mientras que en Uruguay, Argentina, Chile y Costa Rica esa cifra supera los 1.000 dólares anuales per cápita. Ese reporte establece también que 10 países africanos gastan más en salud que Bolivia en términos per cápita.
La falta de inversión en salud genera otro problema, también mencionado en el informe del IDH: en Bolivia solo existen 4,7 médicos por cada 10 mil habitantes. Nuevamente veamos otros países pobres de la región: en El Salvador existen 16 médicos, en Nicaragua y Guatemala, nueve y en Ecuador, 17. Uruguay y Argentina tienen 38 médicos por cada 10 mil habitantes. Cuba, con 67, ocupa el primer lugar del mundo.
El Estado boliviano ha aumentado sus ingresos por 20 con respecto a los regímenes anteriores. Pero los índices sociales mejoran al mismo ritmo que lo hacían antes de la abundancia de la pasada década. Qué pena que gran parte de esa plata se hubiera ido a construir estadios sin jugadores, aeropuertos sin pasajeros, satélites sin uso, palacios sin sentido.
La ironía de esta historia es que es posible que cuando nació, en 2005, los padres de Eva le hubieran puesto ese nombre en honor a Evo, que ganó las elecciones ese año por primera vez. Quizás pensaron que ese nombre les daría suerte. En honor a ella, el Presidente y sus ministros deberían leer el reporte del IDH. Y actuar en consecuencia.
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