Opinion

EN DEFENSA DE UNA MISS
Cara o Cruz
Raúl Peñaranda U.
Miércoles, 29 Julio, 2015 - 17:28

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Estoy en contra de los concursos de belleza. Lo que hacen esos certámenes es promover que se valore a la mujer por su belleza física y con ello a cosificarla, es decir juzgarla como se evalúa a un artefacto. Una mujer debe valer por su tenacidad, su inteligencia y sus valores y no por cómo luce ante los ojos (libidinosos) de algunos hombres. Lo mismo vale para el varón, debe destacarse no por ganar peleas a puñetes o resistir más la ingesta de bebidas alcohólicas.

Una candidata a miss, como se llama a las reinas de belleza, ha vuelto a atraer el interés de los medios y de las redes sociales, esta vez al responder una pregunta de sobre qué opinaba respecto de las personas que critican a los concursos de belleza. Su respuesta, algo así como “los concursos de belleza son para las personas que les gustan los concursos de belleza”, ha generado una oleada de memes y chistes que circulan en internet.

Pero analizando bien la respuesta de la miss, no se puede decir que se equivocó. Quiso decir que en la sociedad existen distintas alternativas y que cada persona puede inclinarse más por unas que por otras. Y que, además, debemos tolerar a todas.

La risa ocasionada, la reprimenda pública, los comentarios irónicos y las pullas lanzadas contra la candidata a reina por su respuesta no hacen otra cosa que demostrar un galopante  machismo. Los hombres, que se creen inteligentes, se permiten burlarse de una jovencita, a la que califican de boba. Pero tanto esos concursos como las respuestas en las redes son parte de la misma historia: el machismo de la sociedad y, de manera indirecta, el desprecio de los adultos por las ideas de los jóvenes y especialmente por las de las mujeres jóvenes.

¿Qué respuesta esperábamos de esa zonza pregunta? ¿En 30 segundos? ¿Una argumentación compleja, matizada y perspicaz? Pongan a cualquier joven boliviano, hombre y mujer, de 18 o 19 años, y le costará dar una respuesta creativa. O pongan a cualquier adulto… Si se hiciera ese experimento, las peores respuestas no saldrían de las bocas de las mujeres bonitas. El problema estaría repartido más o menos por igual entre personas de los dos sexos y de cualquier clase social o edad.

Lo que nos lleva a otro asunto de fondo (el primero es la necesidad de eliminar los concursos de belleza): mejorar la educación en el país. Ello para que nuestros jóvenes (o, nosotros, los adultos, cuando lo éramos) puedan dar respuestas más sólidas, creativas y genuinas a cualquier asunto por el que se vean interpelados y logren, más adelante, desarrollar una vida más competitiva, satisfactoria y democrática. Mucho de lo que somos se edifica en las aulas por las que pasamos. Y la paupérrima calidad de la educación boliviana, en todos sus niveles, no ayuda a que Bolivia pueda salir del marasmo de subdesarrollo que la afecta.

En el país se han construido decenas o centenas de escuelas y colegios. También han mejorado los niveles de registro escolar, seguramente gracias a las mejores condiciones de vida y al pago del bono Juancito Pinto (aunque aún estamos a la cola del continente en ese aspecto). Pero donde estamos definitivamente a la zaga, no solo de América Latina sino del mundo, es en la calidad de la educación. Las aulas pueden haber mejorado, pueden haber más computadoras disponibles, incluso el acceso a internet ha subido, pero nada de ello ayuda a la calidad del proceso de enseñanza-aprendizaje.

Una buena parte de nuestros jóvenes, lamentablemente, no entiende lo que lee y no puede resolver problemas matemáticos básicos. El examen PISA, que es tomado por estudiantes de 65 países y que mide sus habilidades en cuestiones de lectura, ciencia y matemáticas, refleja el estado de situación en el mundo a ese respecto. Como es lógico suponer, los países desarrollados están en los primeros lugares, mientras los más pobres están a la zaga. El gobierno boliviano no ha aceptado sumarse a esa evaluación, que ha llamado “imperialista” por temor a lo obvio: seríamos el país número 66 de los 66 participantes. Hoy solo siete naciones latinoamericanas se animan a ingresar a esa prueba. En la región, Chile es el que logra mejores resultados, comparables con los de algunos países europeos.

Sin embargo, participar en el examen PISA, que demostraría nuestro triste nivel educativo, ayudaría a promover un cambio. Generaría un estado de ánimo de opinión pública que demandaría que se mejore todo el sistema, desde la formación que reciben los futuros profesores, hasta la manera cómo enseñan (y qué) los maestros profesionales, pasando por cómo son promovidos y cómo se definen sus aumentos salariales. Y así no habría necesidad de reírse de una candidata a miss.