Cara o Cruz
Raúl Peñaranda U.
Miércoles, 19 Julio, 2017 - 16:35
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Me uno al debate iniciado por Carlos Mesa sobre el “engendro” que Evo Morales ha ordenado construir a las espaldas del Palacio de Gobierno, un mamotreto de 28 pisos y 250 millones de bolivianos de costo. A las pocas cuadras, el Legislativo también tendrá una nueva sede, otro armatroste de pésimo gusto y extraordinario precio, en ese caso de 500 millones de bolivianos.
En enero de 2014 escribí la columna “El nuevo Palacio de Evo”, en la que me sumé al pedido de Agustín Echalar de salvar la casona colonial que estaba en el lugar y evitar la construcción del adefesio de marras. Otras notas de prensa, y otras columnas de Echalar fueron publicadas posteriormente al respecto, algunas de ellas tomando como base los análisis del arquitecto Juan Carlos Calderón, quien advertía sobre el daño urbanístico que estaba a punto de cometerse.
Finalmente, la columna de Mesa sí logró por lo menos una reacción de las autoridades, que se habían negado antes a darla, mediante el vicepresidente Álvaro García Linera, que hizo una declaración llena de su habitual fraseología. Mesa, con precisión de cirujano, demostró la falta de conocimiento e información de García Linera sobre el tema. Es lamentable que este debate se dé recién ahora cuando ya no hay nada que hacer al respecto.
A todo lo dicho por Mesa en su respuesta al Vicepresidente queda algo que agregar: el diseño de los dos edificios, en realidad, responde al estilo “brutalista”, que estuvo vigente entre los años 50 y 70 y que dio origen a feas y enormes construcciones basadas en “cemento bruto”, de donde viene el nombre de esta tendencia arquitectónica. En varias ciudades de EEUU y Europa los edificios más antiestéticos suelen ser de ese estilo, tanto que motivó a que vecinos y especialistas hicieran campañas para demolerlos.
Existen varias razones por la que esta construcción no tenía chance de ser estética: primero, la errada idea general, que se basaba en hacer un edificio muy alto, que simbólicamente dejara al Palacio actual empequeñecido. Ello también obligaba a las autoridades a hacer un gran edificio en una zona de casas por lo general bajas y calles angostas, lo que agrava el contraste y enfatiza la desproporción. Segundo, porque al buscar un estilo que no tuviera nada que ver con el pasado boliviano republicano o colonial, se terminó haciendo un bloque sin estética ninguna. Obviamente, el edificio de marras no hace honor a ninguna raíz indígena boliviana. Tercero, por la rapidez con la que se aceptó el diseño ganador. Para el Gobierno era crucial empezar la obra a como diera lugar, obsesionado con “dejar su huella” como ha dicho el Vicepresidente. Y al hacer las cosas sin reflexionar, terminaron aprobando esa cosa. Finalmente, en el Gobierno nacional (y en general en nuestras autoridades municipales) no existe un sentido de estética ni de sensibilidad artística. Lo demuestra el horrible edificio que alberga el mercado Lanza al lado de la hermosa iglesia de San Francisco y que fue aprobado durante la gestión del exalcalde Juan del Granado. Entre paréntesis, ese mercado también es de estilo brutalista.
Es verdad que en el pasado, sectores que detentaban el poder deseaban imponer una nueva simbología mediante la destrucción de edificaciones anteriores. Claramente lo hicieron los españoles, encima de templos mayas, aztecas o incas, o los liberales en Bolivia a principios del Siglo XX, que decidieron derribar por ejemplo la modesta pero bella iglesia jesuita del Loreto para construir el actual Palacio Legislativo. Fueron errores y horrores cometidos contra la herencia cultural anterior. Y cuando pensábamos que ello nunca más sucedería, porque suponíamos que los políticos evolucionan hacia ideas de tolerancia, de respeto, de reconocimiento del pasado, etc., llega la megalomanía de un régimen incapaz de reflexionar con sensatez y escoge el brutalismo para dañar para siempre el espíritu de una ciudad.
Raúl Peñaranda U. es periodista. / Twitter: RaulPenaranda1
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