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Manuela Espinel tiene 21 años y un tatuaje en el brazo derecho: guerrera, dice en inglés, y la define. El 18 de abril de 2015, un taxista, identificado más tarde como Tito Franklin Escobar Ayllon (46), la violó y, en medio de amenazas de muerte, la abandonó en el barrio porteño de Villa del Parque. Hoy, a casi dos años del ataque, denuncia que la “dejaron sola” y que tuvo que hacerse cargo de su propia investigación. Para eso, decidió estudiar Derecho y aprender las leyes. “En ese momento no me creyeron, las primeras fueron horas cruciales y se actuó tarde. No entiendo por qué, pero ahora la causa está parada y el tipo está prófugo sin que nadie lo busque”, le dice a Clarín en su casa.
“Yo describí a mi violador, di datos concretos. También sabía la patente del auto, hice la denuncia al día siguiente, tenía el recorrido que había hecho en el GPS de mi celular, y nada. A la semana agarraron a un tipo que vivía a 20 cuadras del lugar donde me dejó tirada en Villa del Parque. Cuando voy para identificarlo no tenía que nada que ver con la descripción que yo di. No leyeron ni mi declaración, no se interesaron en lo que yo decía”, recuerda Manuela. A partir de ahí empezó un recorrido doble: su recuperación tras el ataque y la pelea para que el expediente avanzara y pudieran localizar al agresor.
“Creo que lo que más le recrimino (al taxista) es todo el odio que me dejó. Al principio estaba llena de bronca y de impotencia. Ahora hice todo un proceso para volver a estar bien y recuperarme. Yo estoy bien, pero por mi mamá y por otras chicas que pueden llegar a ser víctimas de este tipo necesito que lo agarren, tiene que pagar por lo que hizo”, advierte Manuela con fortaleza de guerrera.
Junto a su mamá, Adriana, se convirtieron en investigadoras para poder aportar datos al expediente y que avanzara la causa. Su madre llamó semanalmente a los padres de Escobar Ayllon para saber si tenían algún dato de su paradero, incluso Manuela habló con ellos y les pidió ayuda para encontrarlo. También intentaron acercarse a la mujer del sospechoso y a sus hijos, pero sin éxito.
“Tengo miedo de lo que puedan llegar a hacerme. No sé si un día lo agarran y ellos vienen a desquitarse conmigo. Incluso mi violador puede estar acá, en el Conurbano, en el interior... si nadie lo busca. ¿Y a mí quién me protege?”, cuestiona Manuela.
Lo último que saben del taxista es que salió de Argentina y regresó a Bolivia, su país de origen. Tiene pedido de captura internacional por Interpol, pero hace más de un año que no tienen pistas de su paradero. Por eso, creen, podría estar en cualquier lado.
En su búsqueda de justicia, Manuela viajó hasta Bolivia para saber qué hacían allí para dar con su agresor: “En la oficina de Interpol de Bolivia trabajan seis personas, yo lo vi. Y no lo están buscando. Recién cuando aparezca pueden intervenir. Hasta hablé con la Embajada y con Cancillería. También con un secretario del presidente Evo Morales, pero para que lo busquen activamente tiene que haber un pedido formal del Ministerio de Seguridad de la Nación”, explica la joven, que estudia teatro y cursa el primer año de Derecho.
Y detalla: “Desde que asumió que estoy pidiendo una audiencia con la ministra Patricia Bullrich. Pensé que como era mujer me iba a ayudar, pero no tuve respuesta. Me dejaron totalmente sola. La única respuesta que tuve del jefe de Gabinete fue que ya capturaron a 2.000 prófugos, lamentablemente al mío no, me dijo. Una locura. Quiero que me reciba, que me ayude”.
Ante la consulta de este diario, en el Ministerio de Seguridad confirmaron que este miércoles publicarán en el Boletín Oficial el monto actualizado de la recompensa: ahora ofrecerán $ 500 mil por quien pueda dar información sobre el paradero de Escobar Ayllon, acusado de abuso sexual agravado por acceso carnal. Y agregaron que la víctima está en “contacto permanente con CUFRE, que es el programa de búsqueda de prófugos”.
Manuela aprendió a reírse de los comentarios absurdos con los que fue encontrándose en estos 22 meses. Y a ser fuerte ante quienes intentaron minimizar lo que le pasó por “ser mujer, por haber salido a un bar con amigos o volver de noche”.
“El fiscal me dijo ‘y mirá cómo estabas ¿qué esperabas?’. Una resaca esperaba por haber tomado, no que me violen. Que no me crea la gente, o cualquier en la calle, no me importa. Pero que no me crea el juez, que no me crea el fiscal, que son los que nos tienen que cuidar, los que tienen que encontrar a mi violador, eso no puede ser”, se lamenta la joven. La investigación está en manos del juez de Instrucción N° 2, Manuel Gorostiaga.
Por todas las trabas que tuvo que afrontar y para orientar a otras mujeres víctimas de violencia, Manuela decidió dejar la carrera de Ciencias Políticas en 2015 y empezó a estudiar Derecho: “Cuando me pasó esto no sabía qué hacer, ni a quién recurrir. En el camino me crucé con gente muy mala, que usó lo que me pasó para sus propios intereses. Muchos me dijeron durante este proceso que era muy afortunada por cómo se dieron las cosas, entonces no quiero pensar cómo es para otras chicas con menos ‘suerte’”, explica.
“Quiero poder ayudar a otras mujeres y protegerme porque, a este paso, cuando lo encuentren a mi violador ya voy a estar recibida”, afirma la joven, que cumplirá 22 años el mes que viene. Su objetivo -dice- es crear una ONG que pueda asesorar legalmente a otras mujeres víctimas de violencia o abusos que están pasando por lo mismo que pasó ella.
TOMADO DE EL CLARIN
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