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Por: Santiago Mejía Dugand
Mi novia y yo decidimos que una de las mejores maneras de contribuir a un mundo que está lejos de ser justo o sostenible es adoptando nuestros hijos. Reproducirse es un derecho biológico, pero elegir no hacerlo también lo es. Desafortunadamente, la sociedad encuentra esta decisión extrema y sospechosa, especialmente una tan conservadora como la colombiana. Sé que no todos piensan así, pero increíblemente hemos encontrado más reacciones negativas que positivas. Tal vez el hecho de haber conocido tantos casos de personas adoptadas nos ha hecho reflexionar bastante acerca de cómo una adopción les cambia la vida a tantos niños y rechazar todos esos miedos infundados que expresa la gente.
Un ser humano es un ser humano, independiente de su sexo, raza o cultura. Por supuesto, cuando uno decide mejorar la vida de una personita que llegó al mundo debiéndole, que empieza a correr la carrera de la vida por detrás de muchos otros, el lugar geográfico donde haya nacido no importa. En China o India, por ejemplo, muchas niñas son menospreciadas, vendidas, casadas con hombres mayores o maltratadas, y en algunos países africanos son sometidas a la mutilación de sus genitales, así que pensaría uno que la mejor decisión sería evitar que esto le pase por lo menos a una o dos de ellas. Pero por alguna extraña razón, tiende uno a pensar que es una obligación primero ayudar a los que nacieron dentro de las mismas rayitas imaginarias que uno. Y está bien, al fin y al cabo muchos niños y niñas colombianas corren con una suerte similar o peor.
Es evidente que nuestra sociedad está lejos de ser justa en muchos aspectos, y especialmente en temas raciales. Nuestra primera opción sería entonces adoptar una niña de origen afro-colombiano y una de origen “colombo-colombiano” (indígena), no sólo los dos grupos históricamente más explotados, rechazados, oprimidos y segregados en nuestro país, sino también los que encuentran más obstáculos de movilidad socioeconómica, es decir, los que menos oportunidades tienen para abandonar la pobreza, estudiar, conseguir un trabajo decente y prosperar como ciudadanos colombianos que son. Creo que suena justo, ¿no?
En Colombia hay grupos de “difícil adopción”: niños que sufren de alguna enfermedad física o mental, grupos de hermanos, niños mayores de ocho años y… ¿ya se imaginan? Negros e indígenas. Al parecer, los padres adoptivos en Colombia quieren hijos blancos o “cafecitos” (me pregunto cuándo se vuelve negro el café). De vez en cuando, sin embargo, resulta un par de desadaptados que no pensamos así. Nos acercamos a una casa de adopción para empezar a averiguar acerca del proceso y qué sorpresa nos encontramos. ¿Ya se imaginan? “No, los niños negros e indígenas nunca los entregamos a padres adoptivos colombianos. La sociedad colombiana es muy racista. Esos niños van a familias extranjeras”. ¿WTF? ¿La mejor solución que encuentra esta casa de adopción para enfrentar el problema del racismo en Colombia es mandar a los niños negros e indígenas para el exterior? Aclaro que no estoy diciendo que en el exterior los niños no puedan ser felices; es la justificación lo que duele. ¿Es el color de la piel del niño y no las características particulares de quienes están dispuestos a compartirles su amor lo que decide a quién se le entregan en adopción? Esto es, en mi opinión, absolutamente ridículo. ¿Cómo pretenden que se rompan los paradigmas de raza (y otros paradigmas) si no permiten que alguien dé el primer paso? “Es que las familias adoptivas pondrían a estos niños en colegios donde serían discriminados por su raza”. ¿En verdad creen que no se van a enfrentar al racismo en sociedades europeas o norteamericanas? Pues piénsenlo de nuevo:
No sólo estamos indignados, sino además desilusionados. Recuerdo que mi hermana convenció a una amiga española que quería adoptar una niña de que lo hiciera en Colombia. Resulta que encontró un montón de trabas y condiciones que la desanimaron y terminó adoptando una gordita hermosa en Kazajistán. La humanidad quedó en balance (recuerden que un ser humano es un ser humano), pero a más detalle el balance se ve así: Colombia -1, Kazajistán +1. Yo sé que esto no es un partido de fútbol, pero la tarea del estado colombiano es que todos los niños bajo su protección, en la medida de lo posible, encuentren una familia que los acoja, y negárselo a quien está dispuesto a hacerlo es una contradicción.
¿Tendremos que adoptar un niño nacido en otro país?¿O mudarnos y hacer la solicitud como residentes en el exterior porque la sociedad colombiana “es muy racista”? A la postre, lo que queremos es contribuir a la humanidad, así que no importa. ¿Pero no es un poco perturbador que no podamos acceder a la alternativa más “lógica”? Al final, haremos las paces con lo absurdo de la situación, porque lo vemos como un beneficio global, no local. Pero en realidad, las cuentas quedarán probablemente así: India +1, Somalia +1, Colombia -2. (Las dos orillas)
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