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Hace 40 años, Alí hacía historia de la grande

Jueves, 30 Octubre, 2014 - 16:16

Hace 40 años, en el corazón de Africa, Muhammad Ali conmovía al mundo: noqueó a George Foreman y recuperó la corona pesada.

Hace 40 años (el 30 de octubre de 1974) cuatro negros se “aliaron” para que las miradas del mundo se concentraran en un punto de la Africa profunda, en Kinshasa. Hace 40 años rugía la selva cuando Muhammad Ali noqueaba en ocho rounds a George Foreman y reconquistaba el título de los pesados.

La década previa había visto a Cassius Clay coronarse campeón mundial, abrazar la fe musulmana, barrer con sus rivales a fuerza de sus puños y piernas relampagueantes y quedarse con las manos vacías tras negarse a ir a la guerra de Vietnam. Tras el paréntesis forzado, la corona cambió de manos y Alí -sin el brillo de antaño- fue vencido por Joe Frazier, su sucesor, en 1971. Mientras Ali sufría una fractura de mandíbula ante Ken Norton, Frazier era barrido por el joven Foreman en Jamaica, lo que le permitió a Don King, un ex corredor de apuestas convicto por asesinar a un cliente, convertirse en el promotor más poderoso del globo.

Ya con su enorme afro y sin licencia en EE.UU. llevó a su pupilo a Japón y Venezuela. Buscando billetes grandes aceptó la propuesta de Mobutu Sese Seko, quien puso diez millones de dólares a repartir en partes iguales para mostrar el “estado revolucionario” que impuso en Zaire (ex Congo Belga). El sangriento dictador hasta se atrevió a armar un megafestival de música negra para los días previos, con grossos como James Brown y BB King.

La lógica dictaba que Foreman debía arrasar; las apuestas lo daban favorito 7-1, igual margen de desventaja que Ali tuvo al derrotar a Sonny Liston en 1964. Pero las cosas no fueron bien para el campeón, que sufrió un corte en un entrenamiento y hubo que cancelar la fecha original (25 de septiembre). Para el texano Foreman la estadía en Africa era una tortura (los locales lo abucheaban por tener un pastor alemán, el que usaban las milicias belgas para reprimir). Ali estaba en su salsa, corriendo por caminos de tierra con los locales gritando su mantra: “Ali bomaye!” (“¡Alí, matalo!”).

El estadio 20 de Mayo, una cancha de fútbol que fue campo de ejecución de opositores, recibió a un combate que arrancó a las 4 de la mañana para que se viera en Nueva York a las diez de la noche. Los 60.000 espectadores bancaron seis horas sin una preliminar; sólo grupos de danza africana.

Contrariamente a lo prometido, Ali no bailó. Presionado por el potente Foreman, se recostó en las sogas y aguantó los mandobles del campeón mientras le hablaba minándole la confianza. En una pelea monótona y tensa, Ali fue desgastando física y psíquicamente a su rival hasta que lo tuvo a punto caramelo. Faltaban 12 segundos para terminar el 8º asalto cuando con una seguidilla de manos curvas conmovió al mundo. El indestructible Foreman estaba en el suelo, más sorprendido que lastimado. Y tan vacío que no pudo superar la cuenta de diez que le contó Zach Clayton. Ali se convertía en un superhombre negro.

 

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