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Huracán se llevó un triunfo de oro del Monumental
Jugadores de Huracán en el festejo por el gol conseguido Foto: ellitoral.com

Viernes, 6 Noviembre, 2015 - 11:13

No fue la noche soñada por River. El River que quiere ir poniendo a punto la máquina. Que la testea cada partido mirando a la gran cita de Japón. Sí fue la noche ansiada por Huracán, que va de punta a punta con las emociones. Que se ilusiona con lograr un lugar en la final de la Sudamericana, que sueña con sentarse a la mesa de los grandes, pero que se angustia por tener que defender la categoría en el último partido del torneo de Primera. Esta actuación en el Monumental alimenta todas sus esperanzas, aunque el lunes deba jugarse la vida y la revancha quede demasiado lejos.

Es cierto que no está dicha la última palabra, que ganó el primer chico y que la historia no está cerrada. Pero habrá que ver también cuánto empuja esta victoria en lo anímico para el compromiso ante Belgrano en el Ducó.

Huracán salió a jugarle de igual a igual a River. Sin complejos. Con la ambición indispensable para intentar dar el golpe.

Lo demostró de entrada, cuando Abila se perdió el gol en una atropellada y lo ratificó al final, cuando el propio Abila la picó y la pelota se estrelló en el travesaño. Una joyita que, de haber terminado en gol, habría quedado grabada en el recuerdo.

El meridiano del partido se clavó a los 14 minutos del primer tiempo, tras un mal cierre de Casco que aprovechó Espinoza, de arremetida, para anticiparse y lograr que la pelota rebotara en él y terminara en gol.

En ese primer tramo los dos se habían alimentado de insinuaciones. Pero, lentamente, se fue afirmando en el medio el equipo de Domínguez.

Paralelamente, River no acertaba por las rutas alternativas que eran los costados, por donde, presumiblemente se podía hacer fuerte. Martínez no tenía vuelo por la izquierda y nadie ocupaba el flanco derecho con contundencia. Encima, Vismara se hacía cada vez más fuerte en el medio y Bogado se pegaba a Sánchez para que no pudiese progresar en ataque. Entre ambos se bastaron para cerrarles todos los caminos a River. Sólo Kranevitter daba muestras de jerarquía tratando de hilvanar alguna jugada que se deshacía inmediatamente.

Sobraba vértigo y faltaban ideas.Ninguno de los dos era prolijo, pero Huracán estaba más tranquilo y concentrado que su rival.

River no atacaba. Empujaba. Se acercaba al arco de Marcos Díaz a puro pelotazo. Algunos envíos en la cabeza de Alario y otros en la de Mora. Pero no había circuito de juego, ni sorpresa, ni creatividad. River necesitaba urgente un reconstituyente futbolero para poner en funcionamiento el juego asociado.

Eso fue lo que intentó Marcelo Gallardo con los cambios: darle fútbol a su equipo a través de Lucho González y Viudez, quienes ocuparon los lugares de los apagados Driussi y Martínez.

Pero no le resultó sencillo, porque Huracán esperó a pie firme atrás y en el medio y creció la figura de Vismara como columna vertebral. Mancinelli, impasable por arriba y por abajo y con voz de mando para sacar al equipo, fue el emblema de la defensa.

River siguió con su velocidad convertida en apuro. Fue repetidamente, pero sin ninguna luz. Se lo perdió Saviola, marcado por un destino sin goles en este paso por River. Y lo aguantó Huracán.

El camino hasta la final todavía es difuso, siempre y cuando River no vuelva a ser este River y Huracán no se ponga la ropa del equipo del campeonato local.

tomada de: clarin.com

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