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Por: Arnold Guachalla
Confesiones, experiencias de vida, y secretos del oficio cinematográfico fueron puestos en una mesa común de “La cátedra Konrad Adenauer”, un espacio académico organizado por la misma entidad y la Carrera de Comunicación Social de la Universidad Católica Boliviana (UCB) “San Pablo”, que se efectúo las charla: “Cine, narrativas con ética y estética”. Marcos Loayza, Juan Carlos Valdivia y Rodrigo Bellot.
“Muchos saben que la Konrad Adenauer es una fundación política, entonces se preguntaran ¿Por qué una fundación política esta auspiciando un evento sobre cine? a mi me parece que el cine nos hace perfeccionar, nos hace soñar, nos hace ver problemas y realidades que en nuestro día a día no los queremos ver, no los queremos reflexionar. El cine llega de manera diferente a nosotros y tiene la capacidad de superar tareas que puedan existir en una sociedad como Bolivia que tiene una clase política bastante polarizado y por eso no nos sentamos conjuntamente los que tenemos visiones diferentes porque no quieren compartir, no quieren debatir, y por eso el cine nos permite superar estas diferencias” manifestó Susan Kas, representante de Fundación Konrad Adenauer, a tiempo de inaugurar una memorable sesión donde algunos de los más reconocidos exponentes de la cinematografía boliviana, compartieron más de un secreto.
Marcos Loayza: el equilibrio entre la poesía y la narración
“Yo amo las cosas simples, a la gente simple, a las obras simples, a la gente sencilla. Cosas que están desprovistas de toda vanidad, cosas que están desprovistas de toda pretensión, más bien ejerzo la humildad en cosas que no tienen vueltas ni mayores rollos. Obras que te miran a los ojos. Esas son las cosas que amo y siento que marca mi obra”, declaró Marcos Loayza, explicando que al hablar de lo sencillo o simple no se tratarían de cosas que estuviesen libres de una complejidad, sino que se toman en cuenta muchos universos complejos que mantienen un orden justo, equilibrado, y que a partir de ello cada obra, mantiene una esencia que no es banal.
“¿Cómo hacer obras que parezcan y sean sentidas por el espectador como sencilla o como simple? Yo creo que para eso es necesario mirar, conocer entender e interpretar en la complejidad. Esa es una cosa difícil, personal, cada uno tiene su propio camino, su propia mirada. Yo creo que el artista, justamente, vale en la medida que tiene, una mirada, un conocimiento, un entendimiento, una interpretación de complejidad”, manifestó Loayza, a tiempo de confesar que una de sus principales herramientas de trabajo es la intuición, por considerarlo una manera de conocimiento totalizador, y de mayor alcance que su razón misma.
Bajo el criterio del cineasta, el arte puede contener dos espacios: la poesía y narración. El equilibrio de estos dos elementos seria fundamental para la realización de una buena producción, y que mas allá de sus categorías y definiciones académicas es mejor centrarse en los misterios que manifiestan.
“Creo que es necesario preguntarse que tiene la poesía y que tiene la narración, pero más allá de un aspecto académico, creo que la poesía guarda misterio, un misterio difícil de desentrañar, pero que es el alimento de la vida particular que todos llevamos dentro. Por eso creo que es importante trabajar en ella.
Según Loayza, las buenas historias no involucran misterio alguno, sino que guardan y atesoran un secreto. Es la razón por lo que dichas historias atraviesan fronteras de espacio, fronteras del tiempo, fronteras culturales, entre otros. De ahí que –según el cineasta-, se debe trabajar en historias que valgan la pena ser contadas y contengan un secreto que pueda comunicarse con el publico que pueda ir en la búsqueda de las respuestas. Pero para esto no se tendría que partir la producción conociendo en qué consiste aquel secreto, ya que eso produciría una obra muerta, razón por la cual muchos rellenan esas ausencias con complejidades falsas.
“Cada historia tiene la manera de verse, una manera de ser contado. No se puede cambiar nada, es más, creo que necesita un estado de ánimo particular para encarar esa historia. Inclusive cada historia tiene una manera de ser filmada, una manera de ser escrita, una manera en que mi alma se comunica con esa historia”, manifestó Loayza advirtiendo que cuando se termina una historia, el final no debe ser premeditado pues: “si estamos en un camino en el que sabemos como vamos a llegar, estamos condenándonos a un fracaso, lo que un maestro me decía: la fecundidad de la niebla”, argumentó Loayza.
Rodrigo Bellot: La alegría de hacer lo que te gusta
Con once años sobre su espalda, Rodrigo Bellot cuenta que ese fue el momento en que su pasión por la cinematografía había comenzado. El panorama del cine boliviano para él aún parecía desconocido pues tenía a tres exponentes para esa época: Loayza, Valdivia y Sanjinés, cuyas producciones fueron esenciales para su formación, cuenta Bellot.
“En un momento de mi juventud y fantasía, vi “Cuestión de fe” doce veces en el cine, y dije: <eso es lo que yo quiero hacer, es posible hacer cine comercial gracioso y que te toque el corazón boliviano, a pesar que me decían que no>. Siempre soñé con hacer cine y nunca entendí lo que significaba realmente hacer eso. Tampoco entendía algo especial que tenia yo. Recientemente, los últimos tres años han sido muy interesantes en el sentido de que se han abierto muchas ventanas, muchas puertas, se han develado muchas verdades en mi mismo, cosa de lo que estoy aprendiendo”, relató el cineasta.
Sin duda, fue duro para el cineasta recordar que un 11 de septiembre del 2009 fue víctima de un asalto, razón por la cual estuvo al filo de la muerte. Pero fiel al adagio popular: “las cosas pasan por algo”, aún tenemos a un Rodrigo Bellot en la actualidad, ya que días antes de aquel asalto, y por distintos factores de obsesivos referentes y comparaciones, él había tomado la decisión de dejar su carrera cinematográfica.
“Los tres años que siguieron fueron de revelación. Este año cumplo 10 años de <Dependencia Sexual> y mi vida ha cambiado completamente”, recordó Bellot.
Acto seguido se pudo apreciar un clip donde se observó las aptitudes artísticas de un joven bailarín en un casting de danza en New York. Según Bellot, se trataba de John Lu, un adolescente coreano cuyas características eran excepcionales. Terminado el clip surgieron las preguntas del cineasta ¿Cuál es el secreto de John Lu con las que me identifico yo, y lo que lo hace tan exitoso?
Mi gran revelación no tiene que ver con el talento, dedicación, sacrificio, compromiso, esfuerzo, pues ninguna de esas me cuadra, porque me he cansado de ver en mi carrera, a gente extremadamente talentosa que no lo logra, gente extremadamente sacrificada que no lo logra, si no eso es ética y estética pura. Es esa poesía de lo que hablaba Marcos Loayza. Es belleza absoluta, es sencillo, simple, es humilde sin pretensión. Lo que entendí es que él esta bailando para si mismo, y no para la audición. Hasta el punto que se olvido que lo estaban grabando”, respondió Bellot.
Gracias a sus múltiples facetas en el ámbito de la cinematografía, Bellot cuenta que pudo por fin identificarse como una especie de Cuentacuentos, pero tiempo después, él mismo se daría cuenta que la única historia que va contando en estos últimos 10 años, fue la historia de su vida. Estaba equivocando el rumbo.
“En ese proceso de analizar personajes y emociones, empecé a aprender y a tomar psicología y filosofía. Cuando me obsesiono con algo, lo hago tremendamente. Aprendí una cosa que fue muy reveladora, y es que todos los análisis científicos de psicología moderna, comparativa, alternativa, hablan de que solamente existen cinco emociones básicas en la vida, y eso fue muy fascinante para mí”, manifestó Bellot.
Según las indagaciones del cineasta existirían cinco emociones básicas: una primera que sería el miedo; la segunda, la vergüenza; una tercera identificada como la tristeza; la cuarta como la alegría, y finalmente, un quinta sería la rabia. Entre estas cinco emociones básicas solo se tendría como positiva a la alegría, y en cuyo agrupamiento, el amor seria catalogado no como una emoción sino como la alegría que se siente al estar cerca de alguien a quien se quiere.
“Entonces me di cuenta que el secreto del éxito es hacer algo para uno mismo. En ese proceso de aprendizaje comprendí que no es bueno perderse en el objetivo o la meta, porque eso esta fuera. Aprendí que mucha gente de éxito tiene un objetivo inverso el cual es el dolor que están dispuestos a sufrir el resto de su vida para ser felices. La felicidad es un constante estado de alegría alrededor de quien eres tú y la gente que te rodea… y procurar exclusivamente, y he aquí el secreto, hacer lo que te hace feliz”, advirtió el cineasta.
Bellot manifiesta que en sus múltiples capacidades estaba alegre, y que estaba a sacrificar muchas cosas por lograr ser feliz. Por tanto, que la búsqueda de comparaciones y las falsas referencias de su producción lo alejaban de la búsqueda de su felicidad.
“Fue así que descubrí un gran poder. Ya no me puede ir mal porque ya no hay comparación. He dejado de pelear y correr contra mi mismo, he dejado de correr contra lo que hace el otro, porque luego me di cuenta que he hecho películas que yo creía que es lo que tenia que hacer y no he salido con satisfacción, no he sido feliz, y a mis películas no les ha ido bien. Precisamente hasta ahora me preguntan ¿Cuándo harás otra película como dependencia sexual? Y es la única película que hice sin saber lo que los otros iban a pensar, porque la hice para mí, en una adolescencia, en una rabia maravillosa porque la hice para mi”, puntualizó Bellot.
Juan Carlos Valdivia: Yvy Maraey, un intento desesperado de conocerse a si mismo a través del otro.
“Yo soy muy diferente a Marcos, soy todo lo opuesto. Soy vanidoso, soy orgulloso, soy un defecto con patas. Anhelo la simplicidad, y no se si la voy a conseguir algún día, pero admiro el trabajo de todos, incluso en “Zona sur” pensé en algo sencillo, y termina siendo una película extremadamente barroca”, manifiesta Juan Carlos Valdivia, ratificando su predilección por el exceso y los egos que pueden ser los impulsores de las artes.
Según el cineasta, el proceso creativo esta muy ligado al caos. Dicho proceso no puede ser concebido como una actividad burguesa de comodidad, sino como una misión de ordenar ese caos pese a la incomodidad o sufrimiento que esta actividad involucre.
“Es muy importante hablar sobre lo que hacemos, el discurso que desarrollamos, la manera en que hablamos, la manera en que encaramos las cosas. ¿Por qué hacemos cine? ¿Para qué? ¿Para quién? son las tres preguntas más importantes que uno tiene que preguntarse una y otra vez”, alegó Valdivia.
Valdivia contó que el fue parte de la generación del cine latinoamericano que buscaba un trabajo cinematográfico mas profesional. Ese fue un momento clave, pues pudo constatar que quizá sus primeras producciones buscaban ese camino pero aún faltaba algo. Quizás pudieron haberse hecho mejor, y esa duda provocó un caos. Un punto de quiebre para que decidiera alejarse del país en un buque mercante con dirección a Europa. El cineasta recuerda que allí nació su película “Zona sur”. Tiempo después nos contó que su mas reciente producción, Yvy Maraey: tierra sin mal, fue una etapa con el que había inaugurado una nueva faceta de su vida: el cine holístico. Un cine donde estaría involucrado toda la experiencia, todo el sentir, todo lo que uno hace, el compromiso total de convivir dentro de la construcción que se crea alrededor de uno, y que es el cine.
“Voy al Chaco. Voy a un lugar escondido donde nadie ha hecho una película sobre aquel lugar, pues el único imaginario que existe del Chaco es la guerra. Me voy a meter ahí y me doy cuenta de ¿quien soy yo para ir a mirar al otro o para ir a examinarlo? Me parece que en pleno siglo veintiuno, es una cosa absurda ir con tu cámara y mirar al otro. Lo cual me hace regresar a mi propia casa”, relató Valdivia.
Valdivia resalta el mensaje que mantiene su última producción, que cataloga al cine como “un arma de destrucción”, idea que llama mucho la atención en el exterior, pues a partir de Yvy Maraey: Tierra sin mal, el cineasta manifiesta su aprendizaje sobre el pueblo guaraní. De la sabiduría y filosofía de una cultura oral que le ha enseñado que hay una riqueza enorme en el relato que se cuenta oralmente, pues en base a su repetición se va reinventando con el tiempo.
“Esa es una cosa que yo cuestiono para hacer esta película. Para mí, esta película es un cuestionamiento absoluto del cine, la labor de hacer cine y el rol mío como una persona blanca en este país. Crear un personaje que esta exagerado, que esta extrapolado, un personaje que incomoda, yo creo que puedes ponerte un pocho o un sombrero de paja, igual te veras como blanco. Es una cosa que aprendí, y algo que ha sido muy duro pues tuve que ir rompiendo todos los prejuicios que he encontrado al relacionarme con el pueblo guaraní”, argumentó Valdivia, manifestando que a medida que fue rompiendo esos prejuicios, pudo entender el concepto que alguien vertió sobre la película: “un intento desesperado de conocerse a través del otro”.
“Yo no puedo saber quien soy si estoy solo; yo necesito al otro para saber quien soy. Necesito al otro que sea diferente. Y una de las cosas que me interesa de este país es que en la Bolivia de hoy, somos diferentes. No somos un país mestizo… Para mi esa es mi cuestión de fe, es en mi cuarta película que encuentro eso, no en la primera. Y esta película me dio tal satisfacción, porque es una película en la que he sufrido mucho. Aquí hablaron un poco del sentimiento de alegría, del que habló Rodrigo, y esta película me ha dado muchísimas alegrías, pues tiene una sencillez, y un afán gigantesco de comunicarse con la gente y con el país”, acotó.
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