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-Rolando Carvajal
Colaborador de Erbol
Cuando este mes de agosto el Museo Nacional de Arte (MNA) haya celebrado sus bodas de oro, entre los beneficiarios de su existencia estarán la difusión del arte en Bolivia durante el último medio siglo y la conservación del ancestral patrimonio cultural prehispánico, colonial y republicano que en el caso de piezas precolombinas data de hace 3.000 años.
El acontecimiento entraña una mirada larga al futuro por el crecimiento y las perspectivas del Museo pero también evoca presencias milenarias: sus casi 170 piezas arqueológicas, entre puntas de flecha del Tiwanacu temprano, antigua cerámica valluna y kerus incaicos, de reciente donación, son pacientemente preservadas en el principal centro multicultural del país, junto con las más diversas expresiones del arte desde el siglo XVI a estos días, incluidas las tendencias en curso.
Todas ellas conforman un legado de 3.000 obras repartidas, en sus colecciones mayores de pintura colonial, del siglo XIX y contemporánea, de escultura, imaginería, textiles y muebles coloniales, además de su fondo de piezas protohistóricas que conforman los orígenes del arte en Bolivia.
Transcurridos 50 años desde que el MNA fuera inaugurado el 3 de agosto de 1966, ocupando una de las más notables residencias coloniales de La Paz, la ubicada a la izquierda de la Catedral, erigidas con piedra local y talla indígena, todavía puede observarse en diarios de la época, imágenes de la apertura oficial encabezada por el entonces presidente de la junta militar de gobierno, general Alfredo Ovando y su ministro de Educación, Hugo Banzer, al pie de las gradas y portal interior, seguida por una danza dieciochesca que el Ballet estatal desplegó en el salón de cuadros virreinales acompañado por la Orquesta Sinfónica.
Una apertura preliminar ocurrió en abril de 1961 cuando se dispusieron tres salas para la exhibición de las obras que había empezado a acumular la Pinacoteca Nacional, de acuerdo a lo que puede considerarse como el primer Catálogo del Museo Nacional de Arte.
La restauración de la casona destinada al Museo encargada en 1960 a los arquitectos Teresa Gisbert y José de Mesa, fue descrita por ambos en un amplio informe de 1966 que tiene su propio recuento, con base en fotos de 1904, referencias de la primera ampliación en 1887 con arcos y altillo en la última planta y documentación del siglo XVIII.
“Limpiando arcos, bóvedas, columnas y pisos”, relatan Mesa y Gisbert, se redescubrieron características originales en las tres plantas que se elevan desde la bodega semisubterránea, y en la fachada, escudo familiar, escalinatas y tejados.
"En la tercera planta del palacio existe una puerta tapiada que comunica uno de los aposentos con la galería alta del actual hotel Torino” añade el informe Mesa-Gisbert en referencia un ambiente pequeño con chimenea, conectado a la casona colindante que data de los años 1805-1835.
LAS CASONAS DIEZ DE MEDINA
Historia aparte guarda este notable edificio de estilo mestizo, terminado en 1775 y propiedad del oidor Diez de Medina y Vidangos, involucrado en las memorias de la gran sublevación, cercos indígenas y sentencias de 1781.
Fue emplazado en esquina de las calles del Comercio y Challguacatu o mercado de pescados, también llamada de las Herrerías y ahora Socabaya.
Eran años en que la plaza mayor estaba rodeada de calles ocupadas por vendedores de diversos productos: Laguacatu, Ichucatu, Karguacatu, por ejemplo en referencia a las harinas para sopa, paja y llamas, muestra de una intensa actividad comercial en toda la región.
La Paz se beneficiaba en aquellos tiempos de una segunda bonanza minera en Charcas, a donde enviaba coca y otros productos tanto del país como de ultramar, en medio de la protesta nativa, mestiza y criolla por las reformas borbónicas que aceleraban la explotación mediante el alza de tributos y el reparto forzoso de mercaderías en general inútiles.
El predio, en realidad un par, había sido adquirido hacia 1750 por su padre, Andrés Diez de Medina y Torres, quien financió un año antes esa compra y la del bajo solar aledaño, actual hotel Torino, con la venta e hipoteca de sus haciendas Chicaloma, Guayguasi-Mecapaca y Viacha según escrituras que custodia el Archivo de La Paz.
Ambos solares figuraban como “las casas de su morada”, tanto de Andrés como de su hijo, apareciendo en un lienzo de Diego del Carpio (el de 1788), junto a la primera catedral y el Cabildo de 14 arcos , hasta que hacia 1800, en transición a la guerra independentista, la segunda casona era dote de la hermana del letrado, Juana de Dios de Iriondo, mientras que la “quadra grande”, valuada en 35.000 pesos e hipotecada en parte a la marquesa de Haro, fue transferida al último de los hermanos del Oidor, Mariano, desposado con Pilar Diez, una española de Murcia que habilitando departamentos de alquiler, la consignó en su testamento de 1854.
Para 1859, el predio del actual Hotel Torino estaba en manos de la nieta, Rita Zalles Iriondo, esposa del español Máximo Arana, quien pudo comprar la casona “de arriba” un año después. En el padrón de 1881 la pareja aparece ocupando los dos solares y el inmueble de la esquina comienza a denominarse “palacio de los Condes de Arana”.
Otros óleos (“Anónimo” de 1871 sobre la caída del dictador Melgarejo, y José Carbonell, 1903) muestran su fachada antes y después (con crestería o pilastras en el tejado) de la ampliación de los años 1880-87. Y una de sus primeras fotografías fue tomada junto a la fuente que la entonces plaza 16 de julio inauguró en 1855.
Especialmente su primer piso pleno de arquerías, había sido hasta 1925 Grand Hotel Guibert, Casino Español y hostería Casa Arana. Al celebrar los primeros 100 años de la República, figuraba como Hotel Centenario, de Jacinto Ramos, “con capacidad para 150 alojados, con auto propio y tranvías a la puerta”.
En 1930 fue declarado monumento nacional. Tras la guerra del Chaco con balcones y muchos arcos tapiados, fue conventillo y oficinas rodeado de negocios famosos como la tienda Murillo Bros. y el salón de baile Beirut.
A siete años de la inmolación del presidente Villarroel y sus colaboradores, fue expropiado en 1953 por revolución nacionalista para crear el museo local “Villamil de Rada”, aunque pasarían otros seis años antes que el gobierno lo rescatara del sindicato municipal y la resistencia de los inquilinos.
“Al presente el moribundo inmueble no cumple las funciones de museo ni tampoco es preservado como tesoro artístico de la nación, encontrándose en él oficinas ajenas a la labor cultural con grave riesgo para su conservación”, consideró el decreto del presidente Víctor Paz que lo destinó en agosto de 1960 a “Museo nacional del arte”
UNA MANZANA CLAVE
Más discreta y en la misma cuadra pero la esquina de la Buena Muerte (hoy Yanacocha) y del Comercio, se alzaba desde 1768, la residencia del acaudalado comerciante y regidor Tadeo Diez de Medina y Mena, el mayor productor de coca del Alto Perú, tercero en fortuna regional después de las madres Concepcionistas y el de mayor capital (casi 400,000 pesos) entre las tres ramas Diez de Medina.
Con extensa vista circular entre río Abajo, la ladera de El Alto, las parroquias de San Pedro y San Sebastián y el Calvario-Killi killi, esta casona era el núcleo de varias propiedades urbanas de este Tadeo (tío y no primo de su homónimo, el Oidor), entre ellas un contiguo tambo grande “calle abajo”, un tambo “chico” y casa “pequeña” a la vez colindantes con la casona de 1775 y otra que a la vuelta heredó su célebre nieta, la heroína independentista Vicenta Juristi Eguino, en la calle Chirinos, en la misma manzana, de manera que por algunas décadas casi toda esta perteneció a los Diez de Medina y Mena.
A diferencia del Oidor, este comerciante había empezado su carrera comercial huérfano a corta edad de su padre (Ermenegildo Diez de Medina y Torres n.1705), según consta la información de sus servicios que envió a España, aunque él mismo se declarara en 1752, antes de casarse, hijo natural de Paula M. de Contreras.
Con 11 tiendas cuyas puertas pueden verse hoy desde la esquina, la residencia de 1768 más neoclásica por fuera pero mestiza por dentro, revela en su restauración impresionantes similitudes con su paralela de la plaza de armas: el zaguán a la izquierda, por ejemplo; el portal interior y las arquerías. O sus respectivas “loggias” (galerías al exterior, según la arquitectura italiana) posicionadas de sudoeste a noreste, mirando la de 1768 hacia El Alto y El Tejar, y la de 1775 a la plaza mayor, es decir, el mejor parapeto para describir los avatares de la ciudad y su gente.
Denominada también “Villa de París” por los paceños del siglo XX en alusión a una de sus tiendas de ropa importada, la casona deja ver aún en sus salones de honor vestigios pinturas murales al fresco del Rey y soldados del siglo XVIII, que reflejan las expectativas de su propietario, quien pagó a la Corona un costoso Mayorazgo (sólo logrado por la familia Segurola y Rojas Ballivián) y para sus hijos el título de Caballeros de la Orden de Carlos III, educados en el Seminario de Nobles de Madrid.
Sin embargo, el conjunto de residencias Diez de Medina no era el único: tanto en la línea Vidangos como en la rama Mena, poseían otras casonas “atrás de la Catedral y “abajo” de la Cárcel y Cabildo e inmuebles de arriendo en barrios aledaños como Santa Bárbara y “Yauripila” o Caja del Agua.
Y en las parroquias nativas que rodeaban a los muros de la ciudad, “chacarillas”, tambos y tambillos en los vericuetos de Chocata (actual calle Illampu, Larkapata (actual Jiménez) y las alturas de El Tejar o Munaypata, a la par de una veintena de haciendas de “pan llevar” y prósperos cocales en Yungas, Larecaja, Viacha, Laja y Río Abajo.
Aquella manzana histórica se relaciona también con el tambo Quirquincha, en San Sebastián-Churubamba, actual museo municipal, que perteneció al mismo Tadeo desde 1792, cuando el cacique Carlos Quirquincha no pudo impedir su remate por deudas impositivas, y que a la muerte del rico Tadeo lo heredara su segunda mujer, Manuela Mirelles y después su famosa nieta.
Curioso: una tercera rama del tronco Diez de Medina, probablemente en descendencia directa de los primeros de esa estirpe que llegaron al Perú un siglo antes, y que estaba encabezada hacia 1750 por un sargento mayor cuyo apellido materno era Tarasona, dio origen a otro héroe de la Independencia latinoamericana –Clemente, que tuvo al menos un hijo con Vicenta–, y a los propietarios de la llamada casa de los marqueses de Villaberde, hoy Museo de Etnografía y Folklore.
PRIMERAS ADQUISICIONES Y EXPANSION
Con el aumento de sus colecciones en cuatro décadas, el MNA se amplió el 2002 hacia lo que fuera la vivienda menor de los Diez de Medina y Mena, (“casa Cardón”, que desde 1930 ocupaba la Asociación de periodistas y en el siglo XIX perteneció a otro mercader, Sixto Benguria).
El 2011 el MNA ocupó finalmente la casona de 1768, mientras espera concretar la recuperación de las caballerizas, corrales y cocina de la “quadra grande” de 1775 hoy aún ocupadas por una escuela para la que el municipio no encuentra otro espacio citadino, sin descartar el hotel Torino que alguna vez estuvo a punto de pasar al Museo en una fallida negociación.
Su colección de arte colonial tiene otro recuento a partir de la restauración emprendida en los años 40 por el pintor indigenista Cecilio Guzmán de Rojas de las obras de Melchor Pérez Holguín, recordó en 2002 Alberto Bailey uno de los gestores del traspaso del MNA a la Fundación Cultural del Banco Central, hoy revertido.
Con Guzmán director de Bellas Artes y Gustavo Adolfo Otero ministro de Educación, se adquirieron las colecciones privadas “Sainz” y “Ballivián”, con miras a conformar la Pinacoteca (1956, instalada en la casa de los marqueses de Villaberde), recordaría en los años 70 José de Mesa.
Antes de 1946, el sucesor de Otero, un ministro militar, incrementó el fondo con 35 cuadros que compró al capitán Waldo Ballivián, entre ellos el Arcángel con Arcabuz del maestro de Calamarca, y otras piezas fueron adquiridas por el BCB en la gestión 1949-52, incluidas otras siete obras de Pérez Holguín, se refirió a la prensa en la inauguración del MNA.
Pese a la acumulación de datos, la historia de las casonas Diez de Medina vinculadas a centros culturales está por escribirse, pero en medio de los personajes relacionados con ellas y el arte nacional –José Fellman, Carlos Serrate, Fernando Diez de Medina– destacan dos de los colaboradores de un ex mandatario inmolado: el capitán Ballivián, proveniente de una familia heredera de obras arte virreinal, y el mayor Jorge Eguino, sobrino de la heroína.
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