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Mi última travesía, acompañando la caravana “Ruta de la Quinua”, que recorrió varios municipios de los departamentos de La Paz, Oruro y Potosí, además del incomprensible e ignoto Salar de Uyuni, me permitió ver y llenarme de orgullo por el trabajo silencioso de unas mujeres y hombres que silenciosamente hacen Patria.
Lejos de las mezquindades, egoísmos y soberbias de las ciudades, esos maravillosos seres humanos van construyendo y cultivando el espíritu de nuestros niños del área rural.
Los ocasos y amaneceres límpidos y llenos de libertad; horas de trabajo y hasta el aptapi parecen compensarlo todo. Sus miradas, llenas de sinceridad, meten miedo porque sin decir nada, te cuestionan y parecen decirte: qué estás haciendo tú, yo estoy cumpliendo mi sacrificio, cuál es el tuyo…
Son las maestras y maestros rurales…
Sacrificio y finalmente vocación, ¿por qué no? Esta realidad y las noticias de constantes muertes cuando viajan a cumplir su destino, me llevó a recordar esa vida del maestro rural, esa vida de nómada, yendo y viniendo de aquí para allá, emprendiendo viajes por casi once meses del año.
Cuando se habla de los profesores, generalmente se piensa en una profesión muy cómoda, con pocas horas de trabajo en relación a la de un oficinista o un administrativo del Estado, un sueldo fijo durante todo el año, dicen, con vacaciones pagadas de algo más de un mes, y sobre todo, un puesto seguro de donde nadie te saca.
Todo esto puede ser cierto, pero no es absoluto. Ser maestro rural significa tener y regalar mucho amor, se deben tener muchas otras cualidades para cumplir 20 hasta 30 años de permanencia en el oficio, ser recordado, querido por padres y generaciones de niños, luego adultos.
Su jornada no empieza en lunes. Tener un fin de semana completo es inusual. Mochila al hombro, una bolsa de pan para la semana, fruta, carne, fideos y arroz, alimentos que por lo general suben de precio cuanto más lejos se deba viajar. Y la infaltable garrafa de gas, porque comprar en el área rural siempre sale más caro.
Así, el domingo, desde la madrugada cuando la ruta es larga o el transporte sale una vez al día; o por la tarde; si; el destino está sobre una carretera principal, entonces el “profe” sale de viaje al encuentro de sus alumnos.
El lunes inicia sus actividades recibiendo a los padres que siempre tienen una pregunta, el diálogo es en idioma nativo, aymara, quechua, guaraní… lo menos frecuente es hablar un español fluido.
El almuerzo es compartido entre profesores y alumnos porque la lejanía entre las comunidades obliga a los niños y jóvenes a caminar horas para llegar a su centro de estudios, la jornada debe ser completa cargando la “merienda” diaria.
Como el “profe” no tiene a la familia con él, la noche se hace larga, revisando cuadernos, preparando lecciones, con un mechero a veces, con una luz tenue fruto de un panel solar, velas, linternas, todo es válido cuando hay que trabajar.
Lo infaltable es la pequeña radio que siempre le acompaña, esas que funcionan con pilas, con cassetera, sin mp3, sin tocador de CD…, ésta es la compañera diaria que informa, que da música y que da vida.
Martes, miércoles, jueves y viernes, el profe debe cumplir la semana de trabajo en el campo, con seguridad, lejos de su familia, a veces con pocas posibilidades de comunicarse con ellos.
Por esta soledad, el retorno es muy esperado, no importa la hora, si se puede salir en viernes es lo mejor para tener un sábado completo en el hogar; con este pensamiento muchas veces se emprende el viaje muy de noche, horas a pie para salir a carretera, por la selva en medio del calor y la oscuridad, cruzando montes en medio de las rocas, pasando ríos ennegrecidos o por el lago en lancha…
Esta es la vida del “profe”, viajando, siempre viajando, dedicando todas sus horas y esfuerzos a sus alumnos, no siempre en el aula, sino en todo lo que significa vivir en el área rural. El profe está siempre en la escuela, no es un trabajo de pocas horas sino de todas, y de seguridad ¡qué seguridad se puede hallar en las rutas! Pero ahí están ellos cada día, listos para empezar una nueva jornada y cumplir su parte del sacrificio.
Son las maestras y maestros rurales. Jallalla por ellos, carajo!
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