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Dos encuestas dieron como resultado que Evo Morales podría perder una elección presidencial contra Carlos Mesa. La de Página Siete dio como resultado que Mesa obtendría 40% de los votos, mientras que Morales alcanzaría 35%, con un 25% de indecisos. Otra encuesta, de la red ATB, dio un resultado similar: 44% para Morales, frente a 43% de Mesa y 13% de personas que no respondieron.
Obviamente estos sondeos tienen varios problemas, por ejemplo que ninguno de los dos líderes políticos ha asegurado que será candidato (de hecho, Morales no puede serlo, pero no hay duda de que está dispuesto a torcer otra vez la ley para lograrlo), y que todavía faltan tres años para las elecciones. Pero esas encuestas tienen un valor: demuestran que el ciclo político nacionalista y estatista puede estar ingresando en su fase final.
Nunca en 11 años de Gobierno del MAS una encuesta había mostrado que Morales pueda resultar perdedor. El oficialismo construyó su estrategia sobre la idea de que Evo es “invencible”. Y resulta que ahora con esta nueva etapa que se inicia podría marcar que el fin del Gobierno es “inevitable”.
Otros países de la región están viviendo también el cambio de ciclo, con presidentes (as) de tendencia estatista que perdieron sus cargos y dieron paso a posiciones más liberales y tolerantes. Incluso en Ecuador, donde el candidato oficialista Lenín Moreno tiene posibilidades de vencer, éste muestra un estilo y unos objetivos muy distintos a los del presidente saliente, el irascible Rafael Correa. Está también Nicolás Maduro, que conduce un régimen quebrado y antidemocrático y que se mantiene en el poder solo por la fuerza de las armas y las dudas que presentan los líderes opositores. Si en Bolivia tuviéramos en Palacio de Gobierno un personaje como ése, que no puede garantizar a su pueblo medicinas y alimentos básicos, además de hacerle sufrir los mayores índices de inseguridad ciudadana del mundo, abandonaría el poder de manera rápida.
Suponiendo que la oposición venezolana logra retirar a Maduro y convocar a elecciones libres, ya no quedará ningún presidente propiamente ligado al ALBA en Sudamérica, excepto Evo Morales. El otro dirigente nacional-estatista de la región sería solamente Daniel Ortega, en Nicaragua. Ortega, me parece, tiene mucho que sugerirle a Evo en su deseo de mantenerse en el poder.
Aparte de las encuestas mencionadas, el fin de ciclo en Bolivia se nota en otros indicios, como que dos tercios de las ciudades capitales y de una decena de ciudades intermedias rechazan las políticas de Gobierno y descreen de la palabra del Presidente. Con excepción de El Alto, donde de todas maneras Morales ha bajado su respaldo, el mundo urbano boliviano es hoy marcadamente antimasista.
El otro indicio observable es que el oficialismo enfrenta cada vez mayores dificultades para que la opinión pública se trague sus mensajes y retórica. Casi 11 años después de iniciado el Gobierno, el cansino discurso de que el país vive una “revolución” y que “todo lo que sucede hoy es mejor a lo que se vivía en el pasado” ya no tiene el mismo efecto, peor aún cuando cientos de miles de bolivianos no tienen agua en sus casas. El discurso presidencial se limita a la repetición mecánica y artificiosa de algunas frases hechas, y pare de contar. Más bien en filas opositoras se nota una mayor renovación de ideas, desde la necesidad de proteger el medioambiente hasta una profundización sobre el sentido de democracia y de derechos ciudadanos, pasando por ideas concretas de cómo diversificar la economía y aminorar el extractivismo.
La idea de abandonar el poder es siempre traumática para muchos políticos. Pero hay casos y casos. En los países en los que existe mayor fortaleza institucional, como Perú, Colombia, Chile o Uruguay, cada traspaso de mando es pacífico, ordenado y desprovisto de tensiones mayores. También Correa desistió de su idea de forzar un nuevo cambio constitucional para reelegirse nuevamente (aunque la oposición asegura que lo hizo porque no tenía chance alguna de ganar).
Los de Evo, Maduro y Ortega son casos distintos. Estos simplemente no desean abandonar el poder. Venezuela podría estar a puertas de una crisis política mayor, pero Nicaragua ha logrado doblegar a la oposición de manera “pacífica” usando solamente la justicia y la corte electoral. Tan brillante (y silenciosa) ha sido su estrategia, que Ortega eliminó a sus contendientes y fue candidato único en los recientes comicios, nada menos que con su esposa como candidata a la Vicepresidencia. Por supuesto que ganó holgadamente.
Las furiosas acciones del vicepresidente Álvaro García Linera contra dos dirigentes opositores, Carlos Mesa y Samuel Doria Medina, podrían tener en mente el ejemplo nicaragüense: anular legalmente a todos los posibles candidatos opositores. La razón para hacerlo es que en su mente, y en la mente de las máximas autoridades de Gobierno, está que el 2020 no puede ser el año de su salida del poder. Creen que están predestinados a seguir encaramados en el Gobierno indefinidamente. Evo fue muy claro hace unos días cuando dijo: "Yo no estoy preparado para irme a casa”.
El pequeño detalle es que Morales y, peor, otros líderes del oficialismo, perderían los comicios de 2020, dicen las encuestas. Eso explica por qué el Gobierno está actuando con la desorientación y autoritarismo de los últimos meses.
/ Raúl Peñaranda es periodista.
Twitter: RaulPenaranda1
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