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Bolivia vive el efecto gasolina, inflamable, peligrosa e incontrolable y la población sufre las consecuencias.
Desde hace cinco años, los bolivianos advertimos la presencia de un nuevo lenguaje: las balas y la violencia.
Los medios de comunicación registran regularmente muertes inexplicables a las que denominan "ajuste de cuentas", la gente camina armada y cuidando la retaguardia, en este fuego cruzado hay disparos a quemarropa desde motocicletas, asaltos a plena luz del día, descuartizamiento de personas, situación que revela que el crimen organizado empieza a asomar en Bolivia.
El efecto gasolina es fácil de advertir en la organización de mega conciertos y la llegada de artistas que hace algunos años atrás habría sido impensable, seguramente el costo de las entradas no cubre la totalidad de los costos, pero legaliza la operación y eso es lo que cuenta.
El efecto gasolina llegó a las escuelas y colegios en forma de indefensos sobrecitos con droga envueltos en papel de cuaderno que son vendidos a 10 bolivianos, por distribuidores a menudeo que deambulan por lugares próximos a los establecimientos educativos.
El octanaje de esta gasolina lleva plomo en las entrañas, a pesar de ello, la policía boliviana trabaja a puro olfato, con armamento obsoleto o armas descargadas, las estrategias militares se quedaron en las murallas de los cuarteles y allí permanecerán.
Esta mezcla tóxica de butanol, etanol y metanol, está llevando a los bolivianos a una violencia sin precedentes y un extravío sin retorno. La desaparición misteriosa de jóvenes que aparecen muertos y sin órganos, no es un antecedente menor.
Mientras Bolivia soporta el efecto gasolina, la Contraloría General de la República, a través de información pública incluida en la web, registra un incremento en el patrimonio de algunas autoridades de gobierno y eso en vez de ser una buena noticia convierte a los protagonistas en un blanco fácil y vulnerable.
Para mitigar el efecto gasolina, lo mejor es vivir al día y rozando la huesuda pobreza.
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