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Por Marcelo Cordero
Buenos Aires marginal, lejos de la postal turística, de Recoleta, Plaza de Mayo, Avenida 9 de Julio, del Teatro Colón, de Puerto Madero. De las chicas y elegancia de Tinelli, de la ingenuidad de Floricienta, de lo light de Gran Hermano.
Fango, tercer largometraje de José Celestino Campusano, es retrato de la ciudad que no vemos, la que no visitamos, la que no nos venden, la que nos ocultan, la tercermundista, la de crónica roja.
Campusano proveniente de la zona Sur del Conurbano Bonaerense, no habla por otros, ni a nombre de otros, habla de su entorno, de su vivencia; sus personajes no imitan a nadie, se representan a sí mismos, se construyen delante de la cámara a partir de sus realidades. Sus geografías no se maquillan, embellecen o adornan. Trabajo colectivo, digamos casi comunitario, es el hilo que teje las tramas y estética de las películas de éste creador.
Con una estética particular, alejado del mainstream hollywoodense, de modelos de producción convencionales, de clichés y estereotipos característicos de ciertos tipos de Cine Latinoamericano poco auténticos pero tan generalizados y apoyados por los instituto de cine. Las películas de Campusano son en sí mismas una suerte de propuesta visual etnográfica y antropológica que buscan comunicar antes que contar, mostrar antes que recrear. Sin embargo tampoco nos encontramos ante un cierto tipo de cine que busca ser denuncia o critica de algo o alguien, es un cine que está más allá del bien y del mal, no toma posturas morales, no juzga y sin embargo es una cinematografía altamente política, militante, cuestionadora, comprometida.
Fango es mucho más que una simple película, es la culminación de una búsqueda formal, experimentada desde los primeros trabajos del director, pasando por sus dos largometrajes previos: Vil Romance y Vikingo. Estos filmes avizoraban que no nos encontrábamos ante un simple técnico o contador de historias, sino, con alguien que tiene algo que decir; hecho simple que ya lo hace interesante de seguir y analizar.
La película es la consolidación del concepto Cine Bruto, definición que el mismo director dio a su trabajo y que sirve como referente a la hora de ver, describir, entender, analizar su particular forma de crear, contar y retratar sus universos.
El indio y El Brujo, músicos que buscan crear un proyecto sólido, duradero, fusionando el tango y el trash en una banda que lleva por nombre Fango. Nadia y Paola una suerte de antiheroínas en busca de venganza y justicia, quizá los personajes femeninos más anticonvencinales que el Cine Latino parió hasta la fecha. Pablo, Gaston y Lito, los gangsters del barrio. Todos, aunque distantes aparentemente, se mueven en la misma geografía compartiendo la misma realidad. Sus caminos se cruzan en un drama sórdido, violento y oscuro, no sin falta de belleza a su modo.
Fango es una película híbrida, fiel a la narrativa aristotélica, pero irreverente en su puesta en escena, en su modelo de producción, descarnada en su realismo. Es una obra fiel que se adapta a su contexto social, económico, de clase; se inventa, se reinventa a partir de los códigos de las tribus que se pasean por sus escenarios y los personajes que las componen. A pesar de esto, el filme no busca descubrir la pólvora, por lo que no es pretenciosa, no se regodea con el ego de su creador, es sencilla y amable. Cabe aclarar que no por esto es condescendiente, no busca agradar a nadie, ni interactuar con un espectador perezoso y cómodo, es una película que exige, que dialoga, es dinámica por tanto imprevisible.
La imagen es sucia, los cortes bruscos, que no es lo mismo que descuida. La cámara registra su entorno, participa de las acciones, es una protagonista silenciosa que muta de acuerdo a la exigencia de las escenas entre tratamiento documental de guerrilla y lenguaje de uso televisivo. Luz natural, sonido directo son elementos que hacen de esta pieza una pequeña artesanía cinematográfica realizada con maestría.
Si bien hay mucho trabajo colectivo, cada elemento esta acomodado bajo la mirada atenta del director que nunca pierde el timón del barco. En ese sentido, si bien existe una propuesta narrativa arriesgada, producto de las circunstancias que cada individuo y su mundo representa, ésta nunca esta largada de la mano de su creador; nada es gratuito y uno de los grandes valores de la obra es su meticulosa puesta en escena.
En definitiva, Fango es como la definición que hace el Indio del tango (melancolía y angustia) y del transh (rabia), así como éste, que junto al Brujo buscan llevar el tango al extremo, Campusano lleva las posibilidades del cine narrativo al límite en su estado más realista y puro posible. Es una pedrada dura en la cabeza que provoca un placer sado.
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