Nuevo Papa

¿HORA DE ROMERO O ESPINAL?

José Ros

Uno se pregunta por qué para ser considerado santo, en la iglesia católica, se tenga que pasar por un proceso en Roma, en donde       -de nuevo hay que decirlo-,  la curia cardenalicia se encarga de cerrar las puertas a unos y abrírselas a otros…

Ni con Juan Pablo II ni con Benedicto XVI se consiguió que el Vaticano se interesara por dos grandes hombres, asesinados hace 33 años, en países diferentes  -Bolivia y el Salvador-  pero ambos con profundas coincidencias: defensores de los pobres, de los indígenas; críticos con el sistema; ejemplares con su palabra de denuncia y sobre todo  con su vida… 

Hace 33 años, un 22 de marzo de 1980, en La Paz, moría asesinado el jesuita Luis Espinal, sacerdote ejemplar, comunicador por excelencia, cineasta para más señas... Nunca se calló ante los abusos de la dictadura de Banzer  y denunció con valentía a los militares narcotraficantes. Un hombre que nos dejó su palabra a través de sus editoriales en radio Fides, de sus escritos en el semanario Aquí, o en sus oraciones a quemarropa:

“Gastar la vida es trabajar por los demás, aunque no paguen; es  hacer un favor al que no va a devolverlo;  gastar la vida es lanzarse aun al fracaso, si hace falta, sin falsas prudencias;  es quemar las naves en bien del prójimo”.
Una persona así molestaba, a veces, a la misma jerarquía eclesiástica, y siempre, a las autoridades déspotas. Y, por eso, dieron la orden de secuestrarlo, cuando salía una noche de su trabajo y se dirigía a su comunidad religiosa; torturado y asesinado, quedó para nosotros un paradigma de cristiano, de religioso y de sacerdote.
"La vida es para eso  -diría Lucho-  para gastarla por los demás".

Dos días después, el 24 de marzo de 1980, en el mismo año y en nuestra misma Latinoamérica, era asesinado, en San Salvador, el arzobispo Óscar Arnulfo Romero,  por un francotirador contratado por la ultra-derecha, que le disparó cuando oficiaba misa en la capilla del pequeño hospital para enfermos de cáncer Divina Providencia.

Al igual que Espinal, su palabra era insoportable para quienes abusaban del poder: “Hay que compartir para ser felices; hay que saber quitarse los anillos para que no le quiten los dedos…, al que no quiere dar por amor y por justicia social, se expone a que se lo arrebaten por la violencia”.

Y al igual que Espinal, murió como mártir de una causa: la justicia evangélica.
Ambos han sido silenciados por la curia eclesiástica.  Ninguno de ellos ha sido propuesto para llegar a los altares. Desde 1996 la causa para canonizar a Romero se encuentra en Roma, y en 2006 la Congregación de la Doctrina de la Fe acordó iniciar el proceso de beatificación. El expediente está en la actualidad en manos de la Congregación para la Causa de los Santos. Ahí sigue archivado. Es el expediente de uno de los grandes santos de esta América Latina: “El pueblo te hizo santo  -escribió el gran obispo Pedro Casaldáliga-  pobre pastor glorioso abandonado por tus propios hermanos de báculo y de mesa…!” 

Y acaba su testimonio el obispo de Mato Grosso: “San Romero de América, pastor y mártir nuestro. Romero de la paz casi imposible, pastor glorioso asesinado a sueldo, a dólar, a divisa… San Romero de América (…) nadie hará callar tu última homilía!”

Hoy sería el momento para que el papa Francisco mire hacia América Latina y la iglesia católica reconozca oficialmente el significado de hombres como Lucho Espinal y Óscar Romero.

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Género
El Arzobispo de La Paz Edmundo Abastoflor elogió la postura del nuevo Papa Francisco, porque responde en algunos aspectos a la teología de la liberación, corriente teórica teoría que responde a cómo se debe ser cristiano en un continente oprimido.

¿NUEVO PAPA, CONCILIO NUEVO?

José Ros

 

Ante la renuncia de Benedicto XVI surgen, como siempre diversos comentarios, no faltan las cábalas e incluso se ha llegado a caer en apuestas… Como si acertar quién pueda ser el nuevo papa equivaliera a acertar los ganadores de una quiniela de fútbol… ¿Mejor latino que europeo? Y si fuera latino, ¿mejor brasileño que hondureño?... Y sin embargo, más que la nacionalidad, la consideración más importante   -a mi modo de ver-  es la línea ideológica de quien tendrá que asumir la dirección de la iglesia. ¿De izquierdas o de derechas? ¿Favorable a la teología de la liberación o a propiciar la difusión del catecismo del vaticano?

Y recuerdo los años 60, cuando a la muerte de Pío XII salió elegido Giuseppe Roncalli, Juan XXIII. Un hombre casi desconocido para muchos, un hijo de campesinos que no podría molestar mucho a quienes quisieran mantener el statu quo… pero un hombre que “sí molestó” a los acomodados de la Iglesia. Lo primero que hizo fue convocar a un concilio ecuménico  -el concilio Vaticano II-  de cuya realización estamos recordando   -¿será?-   los cincuenta años sin que muchas de sus propuestas se hayan llegado a aplicar: la iglesia como pueblo de Dios, el sacerdocio de los laicos, la iglesia de los pobres, la liturgia participativa…

50 años más tarde, nos encontramos con una iglesia anquilosada, repetitiva en su discurso, más tradicionalista que creativa… y con el lastre de las denuncias de pedofilia, los escándalos financieros del Banco Ambrosiano, los documentos robados por el camarero del Papa…  Una iglesia, en definitiva, que tiene que cambiar.

En 1973  -¡hace ya cuarenta años!-  viajé al Vaticano acompañando a un insigne obispo aymara boliviano. Bajo la iluminación del concilio y con el impulso de gente joven se había comenzado a preparar la iglesia aymara en el altiplano boliviano: formación de catequistas aymaras, ordenación de diáconos casados aymaras que en su propio idioma anunciaban el evangelio y administraban algunos sacramentos… 

Y surgió el sueño de realizar una iglesia aymara, con sacerdotes propios casados… Y de ahí el viaje a Roma: el obispo, Adhemar Esquivel, llevaba al papa de ese momento, Pablo VI, el proyecto para la aprobación de sacerdotes aymaras casados… El sueño, si embargo, no pasó de eso y, en Roma, antes de la entrevista con Pablo VI, ya algunos cardenales hicieron la advertencia      -¿o fue una amenaza?-   de que en el Vaticano era mejor no hablar de sacerdotes casados.- Y no se habló. Y el sueño inicial se convirtió en pesadilla… 

Ahora, a las puertas de una nueva elección papal, habría que preguntarse si no podría surgir otro iluminado por el espíritu, que convoque a un nuevo concilio, a una gran asamblea que remueva de entre las cenizas aquellos documentos aprobados por el Concilio Vaticano II y que los haga avanzar a las necesidades de nuestro tiempo. Porque ahora, más que nunca, se necesita una iglesia cercana a su pueblo, unida a él, que busque en comunidad ser fermento en esta tierra. Una iglesia que no condene sino que acoja, que no discrimine sino que incluya a mujeres y hombres, a célibes y casados, a divorciados, a gays, lesbianas, transexuales… 

¿Nuevo papa, concilio nuevo?  ¿Sueño? ¿Utopía?  Tal vez, pero si no seguimos soñando y creyendo en la utopía del reino hecho presencia entre todas y todos, ¿qué puede quedarnos?  

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