Opinion

¿HORA DE ROMERO O ESPINAL?
A vuela pluma
José Ros
Miércoles, 20 Marzo, 2013 - 12:41

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Uno se pregunta por qué para ser considerado santo, en la iglesia católica, se tenga que pasar por un proceso en Roma, en donde       -de nuevo hay que decirlo-,  la curia cardenalicia se encarga de cerrar las puertas a unos y abrírselas a otros…

Ni con Juan Pablo II ni con Benedicto XVI se consiguió que el Vaticano se interesara por dos grandes hombres, asesinados hace 33 años, en países diferentes  -Bolivia y el Salvador-  pero ambos con profundas coincidencias: defensores de los pobres, de los indígenas; críticos con el sistema; ejemplares con su palabra de denuncia y sobre todo  con su vida… 

Hace 33 años, un 22 de marzo de 1980, en La Paz, moría asesinado el jesuita Luis Espinal, sacerdote ejemplar, comunicador por excelencia, cineasta para más señas... Nunca se calló ante los abusos de la dictadura de Banzer  y denunció con valentía a los militares narcotraficantes. Un hombre que nos dejó su palabra a través de sus editoriales en radio Fides, de sus escritos en el semanario Aquí, o en sus oraciones a quemarropa:

“Gastar la vida es trabajar por los demás, aunque no paguen; es  hacer un favor al que no va a devolverlo;  gastar la vida es lanzarse aun al fracaso, si hace falta, sin falsas prudencias;  es quemar las naves en bien del prójimo”.
Una persona así molestaba, a veces, a la misma jerarquía eclesiástica, y siempre, a las autoridades déspotas. Y, por eso, dieron la orden de secuestrarlo, cuando salía una noche de su trabajo y se dirigía a su comunidad religiosa; torturado y asesinado, quedó para nosotros un paradigma de cristiano, de religioso y de sacerdote.
"La vida es para eso  -diría Lucho-  para gastarla por los demás".

Dos días después, el 24 de marzo de 1980, en el mismo año y en nuestra misma Latinoamérica, era asesinado, en San Salvador, el arzobispo Óscar Arnulfo Romero,  por un francotirador contratado por la ultra-derecha, que le disparó cuando oficiaba misa en la capilla del pequeño hospital para enfermos de cáncer Divina Providencia.

Al igual que Espinal, su palabra era insoportable para quienes abusaban del poder: “Hay que compartir para ser felices; hay que saber quitarse los anillos para que no le quiten los dedos…, al que no quiere dar por amor y por justicia social, se expone a que se lo arrebaten por la violencia”.

Y al igual que Espinal, murió como mártir de una causa: la justicia evangélica.
Ambos han sido silenciados por la curia eclesiástica.  Ninguno de ellos ha sido propuesto para llegar a los altares. Desde 1996 la causa para canonizar a Romero se encuentra en Roma, y en 2006 la Congregación de la Doctrina de la Fe acordó iniciar el proceso de beatificación. El expediente está en la actualidad en manos de la Congregación para la Causa de los Santos. Ahí sigue archivado. Es el expediente de uno de los grandes santos de esta América Latina: “El pueblo te hizo santo  -escribió el gran obispo Pedro Casaldáliga-  pobre pastor glorioso abandonado por tus propios hermanos de báculo y de mesa…!” 

Y acaba su testimonio el obispo de Mato Grosso: “San Romero de América, pastor y mártir nuestro. Romero de la paz casi imposible, pastor glorioso asesinado a sueldo, a dólar, a divisa… San Romero de América (…) nadie hará callar tu última homilía!”

Hoy sería el momento para que el papa Francisco mire hacia América Latina y la iglesia católica reconozca oficialmente el significado de hombres como Lucho Espinal y Óscar Romero.