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Han transcurrido 2.000 años desde la entrada de Jesús a Jerusalén a lomos de un burro (Mateo 21, 6-7) y la salida de Benedicto XVI, desde el Vaticano a bordo de un helicóptero. Situaciones muy diferentes, qué duda cabe, y dos milenios de distancia entre ambos sucesos, nos hacen ver que la Iglesia permanece en pie, a pesar de los seres humanos que la conforman, pero que también necesita una profunda renovación por parte de esos mismos hombres y mujeres que la componen…
Nunca la humanidad había estado tan pendiente de la elección de un papa de la iglesia católica. Anteriormente, aun cuando muchos sintieron la muerte de Juan Pablo II, sin embargo no hubo tal acumulación de medios ni las redes sociales produjeron tanta noticia como ha sucedido ahora con la renuncia del actual papa y la elección del próximo. ¿Quién podrá ser el próximo papa y cómo hacer para resolver tantos conflictos?
Se repite sin cesar la triste historia de pederastia y escándalos sexuales, pero tal vez esa misma prensa que airea es conducta actual de muchos -¡no todos, ni mucho menos!- sacerdotes, obispos y cardenales, desconoce que dentro de la misma jerarquía eclesiástica hubo papas como Inocencio VIII, Alejandro VI, Julio o Gregorio XIII, entre otros, que tuvieron varios hijos… Las peleas por el poder, las luchas armadas dirigidas por papas o cardenales también se repitieron a lo largo de nuestra historia.
Se habla también de problemas económicos y malversación de dinero, pero tal vez hemos olvidado que hace 30 años, el presidente del Banco Ambrosiano, Roberto Calvi, apareció colgado debajo de un puente, en Londres… “La Iglesia no se administra con avemarías”, había expresado un arzobispo de Estados Unidos.
¿Lavado de dinero?, ¿escándalos sexuales?, ¿vatiliks? Son graves problemas indudablemente, pero pienso que la gran crisis de la Iglesia radica, por encima de todo, en que se asimila el concepto de Iglesia a la estructura eclesial, a la curia romana, a las diócesis, al clero… Ellos “son” la Iglesia, ellos saben, ellos deciden. ¿El resto? ¿Las mujeres? Fieles ovejas que tienen que cumplir sus mandatos. La gran crisis, la más profunda y fundamental, proviene del olvido del Concilio Vaticano II que definió a la Iglesia como pueblo de Dios. Un pueblo conformado por más de mil millones de personas, que deberían participar con su palabra y su opinión, pero que les han enseñado que están en esta vida para tratar de ganarse un pedacito de paraíso, una vida en el más allá, olvidando que la Iglesia se realiza, acá, ahora y en nuestro entorno…
Cuando terminó el Concilio, hace 50 años, después de haber aprobado unas profundas y renovadoras constituciones como Lumen Gentium (Luz de los pueblos) y Gaudium et Spes (El gozo y la esperanza) que otorgaban un lugar preeminente al pueblo, a la colegialidad, a las comunidades de base -tan criticadas por muchos en Roma y en nuestras diócesis-, cuando terminó aquel luminoso Concilio y los obispos a regresaron a sus lugares de origen, parece que dieron un carpetazo a los documentos y decidieron que ya estaban bien como habían vivido hasta antes, que lo importante eran los bautizos, las confesiones, la celebración de matrimonios y la anotación en sus registros de todos los sacramentos impartidos. ¡Eso era lo importante! ¿Teología de la liberación? Aberraciones de unos pocos… ¿Comunidades eclesiales de base? Escuchen los sermones en la misa… ¿Renovación litúrgica? ¿Participación de los seglares en la iglesia? Siempre y cuando estén en su lugar, obedeciendo y ayudando al párroco. ¿Compromiso social? Cuidado con la política, sobre todo si es de izquierda...
Se habla sobre quién será el próximo papa, su edad, el país de origen… Ojalá se elija a alguien que sea capaz de releer el Concilio Vaticano II y organizar comunidades territoriales -no obispados con títulos de nobleza que ya deberían ser desterrados- que en sus propios países y regiones, en reunión con el Pueblo de Dios busquen la aplicación del evangelio a la situación actual porque solamente el pueblo de Dios, hecho IGLESIA, será capaz de resucitar a esta iglesia.
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