Evo Morales

Evo y el MAS: de la sobriedad a la soberbia

Raúl Peñaranda U.

Cuando empezaba la debacle de los gobiernos de la denominada “democracia pactada”, uno de los temas recurrentes de crítica ciudadana era la percepción de malgasto de los recursos públicos, la idea de que quienes estaban encaramados en el poder realizaban gastos dispendiosos, exagerados. Ante nada de eso los políticos de entonces mostraban señales de autocrítica o circunspección. Carlos Sánchez Berzaín, uno de los más visibles dirigentes de esa época, afortunadamente superada, rechazaba por ejemplo la posibilidad de que sean rebajados los sueldos de los funcionarios jerárquicos del Gobierno. En su conocido estilo, mezcla de displicencia y hostilidad, decía que las rebajas que demandaban algunos dirigentes sociales y medios de comunicación hubieran representado sólo el 1% del Presupuesto General de la Nación. “El Estado debe gastar para funcionar bien”, dijo en 2003.

La caída de los gobiernos de esa etapa de la historia tiene varias explicaciones, como por ejemplo su proclividad a la corrupción, su falta de congruencia con los valores que decían defender y su incapacidad para entender que la integración de la población indígena era imprescindible si se buscaba dotar a la democracia de más estabilidad y solidez. Junto con ello, sin embargo, la idea de que las altas autoridades cometían inaceptables despilfarros y de que solo unos cuantos eran beneficiarios de grandes recursos fue uno de los motores del deseo de cambio. 

Ahí llegó Morales a la presidencia. De hecho, una de sus primeras medidas fue rebajar los sueldos de los funcionarios estatales de alto rango, además de reducir el gasto estatal general (Carlos Mesa había dado señales también en ese sentido). En una declaración de la primera etapa de su Gobierno, Morales pidió a sus ministros “viajar en taxi”, para ahorrar recursos. La sobriedad y la moderación en el gasto representaron un sello apreciado por la población en los primeros años de su régimen. Todo era modestia, hasta la “chompa de Evo” que se hizo tan famosa internacionalmente.

Pero el poder enferma, según creían los griegos. Iván Arias ha escrito sobre el mal “hubris”, que es como llamaban en la antigua Grecia a las autoridades que perdían el contacto con la realidad y se comportaban de una manera arrogante y altanera, magnificando sus virtudes hasta el extremo y despreciando las de sus adversarios. Esas personas se llenaban, además, de llunk’us, llamados doulos en Grecia.

¡Cuánta agua ha corrido bajo los puentes desde que Morales les pidió a sus ministros trasladarse en taxi y ahorrar! Ese intento de modestia fue enterrado por aviones de lujo, vehículos blindados, edificios ostentosos, muebles suntuosos y alfombras persas. Un poco al estilo de Sánchez Berzaín, el ministro Luis Arce, otro de los más afectados por la enfermedad “hubris”, explicó durante la reciente interpelación a la que asistió que su Ministerio no podía comprar muebles nacionales debido a que “no vamos a comprar cualquier cosa”. O sea que lo nacional es “cualquier cosa” y lo importado es “bueno”. Estado colonial, que le llaman.

Existe, obviamente, una diferencia con el pasado: con un Estado más rico que el anterior, el nivel de los gastos ahora es mucho más alto. Antes de 2006 nadie su hubiera animado a comprar alfombras persas y hacer nuevos palacios de Gobierno de 230 millones de bolivianos y 28 pisos para que el Presidente se sienta como una especie de faraón del siglo XXI.

Así como ese desapego de la realidad que tuvieron los regímenes anteriores a 2006 fue el principio de su caída, tengo la impresión de que ahora está empezando a suceder lo mismo. No será una caída mediante protestas callejeras, pero sí a través del voto. Cuando las autoridades se “enferman de poder” creen incluso que los manifestantes que ellos mismos forzaron a ir a apoyarlos en actos públicos, portando carteles, lo hicieron de manera espontánea. Así de alejados de la realidad están.

Si algo rechaza el ciudadano de a pie es que quienes están en el poder ostenten sus lujos y pompas. El principio del fin puede darse cuando un Presidente pasa de actuar con sobriedad a hacerlo con soberbia.

/ Raúl Peñaranda U. es periodista.

Twitter: RaulPenaranda1

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