EPOCA DE LAS COLONIAS AMERICANAS

TESOROS

Juan José Toro Montoya

Que el gobierno diga que investigará si el galeón San José transportaba riquezas que salieron de nuestro país es una confesión indirecta de que no tiene información suficiente sobre el tema. El que no sabe averigua y ese parece ser el caso de nuestras autoridades. De la incertidumbre a la ignorancia hay un paso y parece que por ahí está el gobierno del que salió la ridícula versión de que América fue conquistada por el imperio romano.
España no se hace tanto problema. Como los gobernantes de ese país saben que toda riqueza que salió de sus colonias fue extraída por ellos, presentan su demanda cada vez que se reporta el hallazgo de tesoros hundidos en el mar. No siempre ganan pero lo intentan.
No es el caso de Bolivia.
Gracias a las nuevas tecnologías, los buscadores de tesoros lograron encontrar embarcaciones hundidas en los últimos años y desataron batallas legales por su contenido. La última vez que España ganó fue con el fallo referido a la fragata Nuestra Señora de las Mercedes de la que se rescató 17 toneladas de monedas de oro y plata. El tesoro fue enviado hasta la península y se completó el ciclo del latrocinio: los españoles que vinieron a América, se apoderaron de nuestras tierras y explotaron nuestros recursos naturales recibieron, siglos después, el producto de su despojo. La justicia le entregaba al ladrón el botín perdido años ha mientras que los verdaderos dueños de ese recurso, los potosinos, vimos, con impotencia, a través de fotografías y la televisión, imágenes de las monedas en las que se advertía claramente el escudo de esta ciudad junto a la marca de su Casa de Moneda: una “P” enlazada con las letras “T” y “S”.
Y es que, por aquello de los sellos, no es tan difícil reconocer la procedencia de las monedas encontradas en el fondo de los mares.
El jefe del área de museo de la Casa de Moneda de Potosí, José Antonio Fuertes, y el experto numismático Daniel Oropeza Alba coincidieron al decirme, por separado, que, a partir de la falsificación de moneda de Francisco de Rocha, un decreto real ordenó que todas las monedas acuñadas en América lleven sellos distintivos no solo de sus respectivas cecas sino hasta de sus ensayadores.
Por los años en los que se hundió el galeón San José había tres casas de moneda funcionando en Sudamérica; las de Potosí, Lima y Santa Fe de Bogotá. Por lógica, las monedas de esa embarcación solo podrían proceder de esas tres cecas.
Oropeza va más allá porque, sobre la base de sus estudios, que revelan que por aquellos años hubo un importante cobro de impuestos, él está seguro de que la mayor parte del cargamento del galeón eran monedas y barras de plata procedentes de Potosí.
Identificarlas sería muy sencillo: las monedas que tengan una “L” son de Lima, las que lleven una “B” fueron acuñadas en Bogotá mientras que las que lleven el grabado de una “P” proceden de Potosí, Bolivia. Si se aplicara un mínimo de justicia, así de fácil sería dividir el tesoro pero, para hablar de reparto, sería necesario que el gobierno boliviano ponga algo de interés en el tema.
Pero, pese a que hay mucho dinero de por medio —se dice que el tesoro del galeón San José es el más grande de la historia—, Bolivia nunca se metió a estas disputas. Parece que, una vez más, nos tocará ver cómo el tesoro es enviado a otra parte y ver, de lejos, aquellas monedas que se acuñaron aquí, con plata extraída del Cerro Rico, que llevan nuestro sello y nuestro escudo. Cumpliendo la maldición inventada por los colonizadores españoles, veremos cómo nuestra riqueza es entregada a otros dueños.

 

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DEL CAMPO A LA CIUDAD

Mario Mamani Morales

Cuando los españoles invadieron las tierras de América, su Rey, en reconocimiento del valor por las nuevas posesiones conquistadas, comenzó a repartir entre sus súbditos grandes extensiones llamadas haciendas, con población indígena incluida que tenían que rendir tributo al invasor.
Era la aplicación de un régimen feudal y despótico, un sistema de explotación inhumana para los nativos, tenían que trabajar al menos cuatro días de la semana para el “patrón”, dos para ellos en pequeñas parcelas que les eran asignados con cuya producción sostenían a su familia.
El servicio al patrón consistía en faenas agrícolas que duraban de sol a sol, el pastoreo de los animales domésticos que también fueron apropiados por los invasores, el transporte de los productos de la hacienda hacia la ciudad era otra responsabilidad destinada al pongo. Eran los tiempos de la peor forma de sometimiento.
Otra manera de someter al nativo era el mayorazgo que consistía en “agarrar” la fiesta patronal impuesta a todos los pueblos, comunidades o ayllus. Ahí tenían plena participación los sacerdotes que tenían la obligación de enseñar el catecismo y predicarles a los nativos la obediencia a Dios y al patrón, esto sucede ya entrada el coloniaje porque al principio no era permitido enseñar a leer o escribir al indígena y no se los consideraba humanos, se dudaba si tenían alma.
Paralelamente a estos hechos se producía la mestización, las jóvenes nativas tenían que cumplir con el patrón y debían aprender el oficio de las labores de casa en la vivienda parroquial, de donde salía, después de al menos tres meses, preparada –dizque- para atender al marido. Ahí se inventa una nueva palabra que es incorporada al quechua: curajguagua.
Cuando ya se funda la República, en 1825, los indígenas no eran considerados ciudadanos de la nueva nación, más bien se les cargó más responsabilidades a manera de impuesto, fue con esta contribución campesina que los gobiernos de turno sobrevivieron , significaban los mayores ingresos para las arcas del Estado.
El castellano, idioma oficial de la República de Bolivia, era desconocido para el indígena, no entendían el lenguaje del patrón, el nuevo amo criollo los sometió igual o peor que los mismos españoles, el analfabetismos en el campo era cerrado, total, se manejaba una política de que el indígena debía mantenerse en la más completa ignorancia, así era fácil de someter, explotar, humillar y tener mano de obra gratuita en las haciendas que sobrevivieron desde la colonia.
Poco antes de la Revolución de 1952, paulatinamente la reflexión sobre la condición económica, política y social de los indígenas comienza a despertar, se alientan las escuelas clandestinas, especialmente en los pueblos del altiplano, posteriormente ya se reconoce su condición de ciudadano, se produce la Reforma Agraria y se reparten las tierras entre los colonos, que en los hechos significa la devolución de las tierras a sus verdaderos y originarios dueños: los campesinos.
Cuando Bolivia nace como nación independiente, apenas tenía el millón de habitantes, más del 60% estaba en el campo, esta distribución poblacional se mantiene hasta hace tres décadas, más o menos, y el censo de población y vivienda última nos hace saber que ahora vivimos más gente en las ciudades que en el campo, en menos de 200 años la realidad se ha invertido.
¿Cómo se avizora el futuro entre la ciudad y el campo? ¿Cómo es que se abandona la tierra para cambiarla por la urbe? ¿Se vive bien en las ciudades que en el campo? ¿Por qué el adolescente que llega a los cursos de Secundaria en el campo ya tiene la mirada puesta en la ciudad? ¿Será que la condición de humillación y explotación en el campo no ha tenido cambios?
Especialmente en la parte occidental del país hace falta propuestas significativas de mirar el campo y alentar la permanencia, sostenibilidad en base a un apoyo técnico y económico para garantizar el mercado para la producción agropecuaria que no sólo signifique propaganda o campaña electoral y de gobierno, sino hacer en el agro una verdadera política de Estado.

 

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