Opinion

TESOROS
Surazo
Juan José Toro Montoya
Jueves, 17 Diciembre, 2015 - 10:24

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Que el gobierno diga que investigará si el galeón San José transportaba riquezas que salieron de nuestro país es una confesión indirecta de que no tiene información suficiente sobre el tema. El que no sabe averigua y ese parece ser el caso de nuestras autoridades. De la incertidumbre a la ignorancia hay un paso y parece que por ahí está el gobierno del que salió la ridícula versión de que América fue conquistada por el imperio romano.
España no se hace tanto problema. Como los gobernantes de ese país saben que toda riqueza que salió de sus colonias fue extraída por ellos, presentan su demanda cada vez que se reporta el hallazgo de tesoros hundidos en el mar. No siempre ganan pero lo intentan.
No es el caso de Bolivia.
Gracias a las nuevas tecnologías, los buscadores de tesoros lograron encontrar embarcaciones hundidas en los últimos años y desataron batallas legales por su contenido. La última vez que España ganó fue con el fallo referido a la fragata Nuestra Señora de las Mercedes de la que se rescató 17 toneladas de monedas de oro y plata. El tesoro fue enviado hasta la península y se completó el ciclo del latrocinio: los españoles que vinieron a América, se apoderaron de nuestras tierras y explotaron nuestros recursos naturales recibieron, siglos después, el producto de su despojo. La justicia le entregaba al ladrón el botín perdido años ha mientras que los verdaderos dueños de ese recurso, los potosinos, vimos, con impotencia, a través de fotografías y la televisión, imágenes de las monedas en las que se advertía claramente el escudo de esta ciudad junto a la marca de su Casa de Moneda: una “P” enlazada con las letras “T” y “S”.
Y es que, por aquello de los sellos, no es tan difícil reconocer la procedencia de las monedas encontradas en el fondo de los mares.
El jefe del área de museo de la Casa de Moneda de Potosí, José Antonio Fuertes, y el experto numismático Daniel Oropeza Alba coincidieron al decirme, por separado, que, a partir de la falsificación de moneda de Francisco de Rocha, un decreto real ordenó que todas las monedas acuñadas en América lleven sellos distintivos no solo de sus respectivas cecas sino hasta de sus ensayadores.
Por los años en los que se hundió el galeón San José había tres casas de moneda funcionando en Sudamérica; las de Potosí, Lima y Santa Fe de Bogotá. Por lógica, las monedas de esa embarcación solo podrían proceder de esas tres cecas.
Oropeza va más allá porque, sobre la base de sus estudios, que revelan que por aquellos años hubo un importante cobro de impuestos, él está seguro de que la mayor parte del cargamento del galeón eran monedas y barras de plata procedentes de Potosí.
Identificarlas sería muy sencillo: las monedas que tengan una “L” son de Lima, las que lleven una “B” fueron acuñadas en Bogotá mientras que las que lleven el grabado de una “P” proceden de Potosí, Bolivia. Si se aplicara un mínimo de justicia, así de fácil sería dividir el tesoro pero, para hablar de reparto, sería necesario que el gobierno boliviano ponga algo de interés en el tema.
Pero, pese a que hay mucho dinero de por medio —se dice que el tesoro del galeón San José es el más grande de la historia—, Bolivia nunca se metió a estas disputas. Parece que, una vez más, nos tocará ver cómo el tesoro es enviado a otra parte y ver, de lejos, aquellas monedas que se acuñaron aquí, con plata extraída del Cerro Rico, que llevan nuestro sello y nuestro escudo. Cumpliendo la maldición inventada por los colonizadores españoles, veremos cómo nuestra riqueza es entregada a otros dueños.