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En la época de los productos globales, las grandes películas norteamericanas penetran, literalmente, hasta el último rincón de la tierra. Los títulos que de manera sistemática van lanzando las compañías cinematográficas, se vuelven parte de una cultura “popular” que une, como nunca antes había ocurrido, a los habitantes del planeta en sus latitudes más extremas. Seas un campesino de Botswana, un estudiante de la Sorbona o un Weenhayec del Chaco, sabes quién es Harry Potter y eres capaz de reconocer el último afiche de “Brave”.
La caída de la Unión Soviética y la apertura de China supusieron para la globalización alcanzar su máxima cota de expansión económica, y el desarrollo del digital le ha dado cobertura tecnológica. La estructura de la economía permite a los productores, invertir y recuperar cantidades exorbitantes de dinero, y el mundo de lo virtual, promocionar las películas, posicionarlas y distribuirlas en cada demarcación geográfica y en cada segmento social del planeta.
Por eso es que el esfuerzo de las grandes compañías cinematográficas se centra en desarrollar y explotar hasta el máximo, franquicias que puedan mantener la fidelidad de ese inmenso mercado. Puede ser que se trate de adaptaciones literarias, de comics, de “remakes” de películas anteriores, de secuelas o pre - cuelas de producciones exitosas, no importa, lo esencial está en garantizar que la enorme inversión satisfaga las metas trazadas y en el peor de los casos, no se convierta en un enorme desastre económico (lo que ocurrió en el 2.012 con una producción importante como “Jhonn Carter”, por poner un ejemplo).
Por eso es que la creatividad de los realizadores del tipo de cine descrito se mueve en límites muy estrechos. Hay una frase eslava que plantea el dilema: ¿Cómo en una cacería se puede contentar a la presa y al cazador a la vez?. En nuestro caso, la traducción sería; ¿Cómo hacer una película creativa, que a su vez repita los códigos y mecanismos que hicieron rentable a sus similares?. En el 2012 vimos a un director en extremo talentoso, como Sam Mendez, tratar de dar “profundidad” al James Bond de Skyfall, a la vez que se veía obligado introducir determinados personajes que aseguraran a futuro la continuidad de la serie (nuevo “Q”, nueva “M”, nueva “Moneypenny)”, y el resultado dejo harto que desear. En otro caso similar, el habilidoso Peter Jakcson en “El Hobbitt”, trató de lograr que la precuela, pudiera sorprender al espectador, copiando los principales elementos de “El Señor de los Anillos”, y al final nos dio un producto el que la espectacularidad no consigue vencer al tedio en la mayor parte de las ocasiones. En todo caso vale la pena señalar que los medios empleados en la promoción de este tipo de lanzamientos son tan grandes (cable, redes sociales, prensa internacional, mercadeo anticipado, etc.) que a pesar de todos los “peros”, es muy difícil que uno de ellos tenga una pérdida total; ocurre, pero realmente es muy raro.
La expresión arquitectónica de esta nueva forma de consumir el cine se encuentra en los “malls”, cuya versión local ha adoptado el nombre de “multisalas” (o “cines center” en nuestro país, si se quiere). Se trata de centros, que alrededor de las salas de proyección, organizan una intensa actividad social y comercial. Son lugares de encuentro y recreación, y el cine en ese contexto juega un rol de símbolo aglutinador. Pero la verdad es que los “malls” como centros de reunión social, no han traído mucho de nuevo; tan solo algo de maquillaje y la evolución natural de costumbres y estéticas. En las ciudades de hace tres o cuatro decenios, la vida social se organizaba alrededor de las plazas y las calles principales y ahí es donde también se concentraban los cines. Los enamorados o amigos podían encontrarse en una banca del parque, luego ir a ver la película y al salir, caminar veinte pasos hasta el restaurante. Hoy ocurre lo mismo, solo que en los estrechos límites del multicentro. En la época de las ciudades superpobladas, grises e inseguras, estos espacios adquieren cada vez mayor importancia en la vida social.
Por supuesto que al tener como eje la exhibición de los productos globales, las multisalas se convierten en centros que expresan y difunden las tendencias y la estética de la globalización, en sus facetas más comerciales; se puede ver la película, luego jugar el juego de la misma en la sala de al lado y finalmente comprar el producto relacionado en la tienda del piso de abajo. Los restaurantes del multicentro tienen que reflejar “ transmodernidad”, los servicios que allí se ofrecen (banca, telefonía, tiendas, supermercados) tienen (por lo menos aparentar) que están en la punta de la tecnología digital. Los “malls” son una forma simple pero efectiva de estar conectados con el mundo y parte del placer de quienes hacen uso de ellos, reside precisamente en la obtención de esta sensación; ser parte del “todo”, parte de la globalización.
El que las “multisalas” sean las exhibidoras de los productos globales por excelencia, explica el que en ellas haya tan poca variedad de películas. Las veinte o treinta unidades que conforman estos centros, generalmente están copadas por los “hits” de la temporada y sus múltiples formatos de exhibición (en una la versión “doblada”, en otra la versión “subtitulada”, en otra la “3D”,en otra la “3D subtitulada”). Por eso es que en dichos centros hay pocas (muy pocas) películas de cinematografías distintas a la norteamericana, e inclusive por eso es que hay escasas películas norteamericanas “normales” (entiéndase “no superproducciones”).
¿Pueden las cintas nacionales competir en ese contexto contra los productos globales?. Es muy difícil, pero no porque en las multisalas se les niegue espacio (hay que decir que en general las de Bolivia no han negado opciones a los productores nacionales ), sino sobre todo porque tienen que competir contra una maquinaria gigantesca de promoción y posicionamiento internacional.
El “lanzamiento” de las grandes producciones internacionales comienza dos o tres años antes de su estreno; durante ese lapso su promoción se va intensificando de manera sistemática a través de la televisión por cable (que apunta directamente al público que generalmente asiste a las multisales), redes de internet y medios de comunicación en general. En muchos casos el producto a lanzarse ya es parte de la “cultura popular” anteriormente descrita por lo que su posicionamiento está prácticamente garantizado. En esas condiciones para un productor nacional estrenar en el mismo fin de semana que “Spiderman VI” se asemeja a una nueva versión de la contienda entre David y Goliat.
Sin embargo la coexistencia entre nuestra producción y los sistemas de producción internacional es posible, pero a condición de motorizar medidas inteligentes y oportunas. Un ejemplo de colaboración exitosa en este contexto es el que se dio entre el Cine Center de la zona sur de La Paz y Yanemarai, que posibilitó una sala de cine alternativo en el 2.012.
En general, la época en la que vivimos, ilustra diversos modos en las que las expresiones culturales locales conviven con la globalización (ese es el espacio de lucha por la identidad en nuestro tiempo) y es de ahí de donde salen diversos tipos de creatividad (las vestimentas folklóricas con grabados de Rambo o Los Simpson, no son una novedad en Bolivia). El problema se encuentra en las condiciones en las que se da esa coexistencia, y en ese sentido hay que decir que la institucionalidad ligada al cine boliviano, ha mostrado una miopía persistente hasta este momento sobre estos aspectos. Si uno revisa las inquietudes que la han movido en los últimos años, pocas tienen que ver con la promoción y distribución de nuestro cine, y en realidad, solo algunas con las condiciones de producción.
¿No es posible gestionar espacios promocionales en nuestras distribuidoras de cable para la producción nacional?, ¿o negociar con las multisalas espacios promocionales privilegiados para nuestra películas?, ¿o administrar puestos de venta de artículos relacionados con nuestro cine en dichos espacios?. Todas ellas son medidas sencillas, aunque obviamente el tema de fondo es la ausencia de una política al respecto; ausencia que se explica por un CONACINE (Consejo Nacional de Cine) envuelto en crisis permanentes, con un directorio en cuyo seno se encuentran asociaciones de cineastas, que hace tiempo dejaron de reflejar el conjunto de la producción nacional.
Cuando hace tres lustros impulsamos la Ley de Cine, se pusieron en práctica medidas que impulsaban la producción, respondiendo a las necesidades que el entorno planteaba. Esa realidad ha sido superada completamente, por eso la construcción de una nueva Ley, es urgente, esa es la única manera en que podremos avanzar de manera efectiva en esta época.
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