Opinion

YA NO VUELVE SEBASTIANA
Surazo
Juan José Toro Montoya
Jueves, 31 Diciembre, 2015 - 11:52

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El 21 de mayo de este triste año que se termina, el inescrutable rostro de Sebastiana Kespi volvió a aparecer en la prensa boliviana.
Volvía Sebastiana. La mujer chipaya que con solo diez años de edad protagonizó la película antropológica por excelencia de Bolivia había llegado a La Paz para recibir la medalla al mérito cultural entregada por una comisión de la Cámara de Diputados con un nombre tan largo que pocos pueden recordarlo completo. 
En algunas imágenes, Sebastiana aparece llorando y la prensa oficialista, aquella que pinta de rosado hasta las imágenes más negras de los gobiernos, afirmó que era de “evidente emoción”. El periodista y escritor Alfonso Gumucio Dagron, que habló con la mujer, reveló que lloraba de pena por el destino de su pueblo, el chipaya, que sigue sumido en la extrema pobreza 63 años después del estreno del documental que lo sacó del anonimato.
“Vuelve Sebastiana. No importa cuán dura sea nuestra vida, algún día la luz también brillará para los chipayas. Vuelve sebastiana, a tus espaldas y hacia el porvenir los siglos te están aguardando”, dice parte del libreto de “Vuelve Sebastiana” que fue escrito y grabado por el entrañable Luis Ramiro Beltrán y quizás ese mensaje caló tan hondo en ella que volvió y se quedó en su comunidad hasta envejecer y tener nietos.
Los años pasaron y se grabaron en su rostro pero el porvenir soñado, aquel en el que el pan y la quinua no iban a faltar en la comunidad chipaya, nunca llegó. Por el contrario, los collas —aquellos a los que se llama aymaras— volvieron a hostigarlos, como en el pasado, y los arrinconaron todavía más con el objetivo de copar más tierras para la siembra de la quinua cuyo precio la ha convertido en un motivo de codicia en el altiplano boliviano.
Cuando hizo su famoso documental, Jorge Ruiz no eligió a la comunidad chipaya por casualidad. El antropólogo y etnobotánico canadiense Wade Davis afirma que “un estudio de más de 5.000 culturas en el mundo reconoce a los chipaya como el pueblo más antiguo y aún vivo de América Latina”. Por su parte, el historiador y antropólogo francés Nathan Wachtel agrega que “los chipayas forman parte del último grupo de los urus sobrevivientes hoy”. Por tanto, los urus son los americanos más antiguos y su historia se plasma en su vestimenta en la que el color azul simboliza el agua de la que dependen para vivir.
En marzo de 2013, los urus de Vilañique y Llapallani marcharon a La Paz denunciando que sus tierras eran avasalladas por los aymaras y el lago Poopó se estaba secando. No les hicieron caso. Quizás porque los denunciados eran aymaras o quizás porque los urus son pocos y no representan un buen bolsón votante.
En este triste 2015 que se termina, el lago Poopó se secó y puso fin al milenario ciclo histórico de los urus, los americanos más antiguos del continente, los qas soñi, los hombres del agua que son el tronco común de chipayas, muratos e irohitos.
Con el Poopó muerto, los urus perdieron su principal sustento y tendrán que quitar el azul de la vestimenta que ellos mismos confeccionan porque ya no hay agua a la que puedan hacer referencia. Con el Poopó muerto, es difícil que la luz brille para los chipayas que, aunque no dependen directamente de él, forman parte de su ecosistema.  Con su enorme medalla que no le sirve para nada, Sebastiana ya no tiene motivo para volver porque, en aquella tierra milenaria que supo derrotar a los siglos, los urus no solo perdieron su pasado y presente sino también su futuro.