Opinion

Verdades incómodas
Surazo
Juan José Toro Montoya
Martes, 22 Agosto, 2017 - 17:51

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Según el evangelista Juan, fue Jesús quien dijo que la verdad nos hará libres. Sin embargo, las dictaduras y tiranías se encargan de invertir las cosas y mandan a encarcelar a quienes dicen la verdad.

Si de verdad se trata, los periodistas están en primera línea. Informan e investigan y su trabajo pocas veces gusta a todos. Para la mayoría, especialmente para quienes quieren mantener escondidas ciertas cosas, las publicaciones periodísticas son incómodas.

Lo mismo pasa con la historia pero a largo plazo. Como se sabe, la historia la escriben los vencedores; es decir, aquellos que tienen el control y prefieren que sea su versión la que repitan las futuras generaciones.

La intención de mostrar las cosas desde cierta óptica determina que la historia sea falseada, cuando no falsificada.

El caso emblemático —pero poco conocido— de la historia boliviana tendría que ser el del inca Tupaj Yupanki, sucesor de Pachakuti. Como saben los historiadores, Pachakuti fue quien convirtió al Cuzco de un simple curacazgo a todo un imperio. Cuando asumió el poder, con poco más de 30 años, Tupaj Yupanki entendió que la única forma de consolidar al Tawantinsuyo era borrando la historia de los pueblos sojuzgados, entre ellos chankas y kollas. Por ello, ordenó matar a todos los amautas y kipukamayuj que conocían la historia de sus pueblos y ordenó que se escriba otra, a conveniencia suya. Tomó algunas historias, como las de Manko Kapaj y los hermanos Ayar, y, al considerarlas convenientes para añadirlas al linaje de los incas, las asumió como si hubiesen sido parte de su cultura. Para evitar filtraciones de lo que fue la cultura de los vencidos, ordenó que se eliminara la escritura y, por ello, el imperio incaico estaba ágrafo cuando llegaron los conquistadores españoles.  

Esa es la razón por la que los hechos históricos deben investigarse las veces que sea necesario. Los hombres y sus hechos dejan huellas y estas son las que pueden aproximarnos lo más posible a la verdad.

Por tanto, la historia no es inmutable. Si la investigación demuestra que uno o más hechos ocurrieron de manera distinta a como fueron contados, hay que corregir los equívocos o enmendar las omisiones.  

Pero, al igual que en el periodismo, mucho de lo que la investigación historiográfica revela puede incomodar a bastante gente. Sucedió antes, sucede ahora y sucederá siempre.

En el país, por ejemplo, no cayó bien un libro sobre Germán Busch, el expresidente cuya dimensión histórica va más allá de lo que la mayoría conoce y, por ello mismo, merece más investigaciones.

En Potosí, una de las ciudades con más historia del continente, la gente opta por la indiferencia. Cuando se descubre que un hecho no ocurrió de una forma sino de otra, lo único que se hace es ignorarlo y se prefiere repetir lo anterior, aunque esté equivocado. Pasa con la inexistente fundación de la ciudad y pasa con su mayor héroe, Alonso Yáñez, a quien la mayoría prefiere seguir llamando José Alonso de Ibáñez.

Pero una verdad incómoda sacó ronchas recientemente. Publicar que Potosí tiene agua gracias a la minería, porque en eso coinciden la mayoría de las fuentes, no gustó a mucha gente que, más allá de rebatir, prefirió utilizar las redes sociales para desprestigiar el artículo que lo revelaba.

Las verdades incómodas deben ser motivo de debate, no de descrédito para el autor. Si, en lugar de rebatir una investigación, se ataca al autor por la espalda, entonces la verdad no nos hará libres… nos esclavizará a algunas de las más bajas pasiones humanas.

 

 

 

 

 

  

 

 

 

(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.