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Por su esencia, las familias que deseen reunirse en la Nochebuena tendrán paz y amor por el solo hecho de estar juntas. Lamentablemente, esos sentimientos no pueden extenderse a un país que termina el año más dañado que cuando comenzó.
Sí. Hay estabilidad económica y los reportes del FMI y el Celam dan cuenta que el desempeño de Bolivia fue mejor que el de la mayoría de los países de la región, incluido el gigante Brasil, pero ni siquiera ese indicador positivo nos permite hablar de paz y amor cuando el ambiente en el que vivimos está repleto de violencia y odio.
Culpar al Gobierno es hacerle el juego a la escuálida oposición que se frota las manos creyendo que el declive en el apoyo al MAS permitirá un relevo del poder a mediano plazo. Si hablamos de violencia, esa que es ejercida contra la mujer y cuyo rostro más deleznable se mostró en el caso del suspendido presidente de la Asamblea Legislativa Departamental de La Paz, es justo recordar que denuncias de esa naturaleza también afectaron a los opositores.
La violencia contra la mujer no tiene ideología y se manifiesta de igual forma entre oficialistas y opositores. Ni siquiera una ley de avanzada, y a veces hasta radical, como la 348, puede cambiar la mentalidad de un país machista en el que todavía se cree que la mujer debe vivir bajo la tutela del varón, aunque eso signifique soportar maltratos y humillaciones.
En estos días previos a la Navidad conocí un caso de esos, el de una mujer que vivió 24 años bajo el mando de un hombre golpeador que no le dejaba trabajar ni salir a la calle. En un aparente intento de tenerla encadenada al hogar, procreó seis hijos con ella. Ahora, cuando, cansada de los golpes, decidió dejar al marido, no faltan parientes que le aconsejan volver con él, para no quedarse sola con tantos hijos. Esa es, más o menos, la misma mentalidad que hizo que la mujer golpeada por el asambleísta paceño vuelva con él de manera pública.
Entonces, no puede haber paz en un país tan afectado por la violencia que el 80 por ciento de sus víctimas mujeres desisten de sus denuncias cuando se atrevieron a presentarlas ante las autoridades. ¿Y la violencia invisible, aquella que no se denuncia?
El otro factor de malestar es el odio, opuesto al amor que debería primar en estas fechas.
Aunque nos duela, debemos reconocer que en el país existe una ola de odio motivada principalmente por un Gobierno cuyas principales figuras más parecen vengadores de agravios del pasado.
El odio se percibe cuando nuestros gobernantes aprovechan los micrófonos para denostar a la oposición, insultarla y llenarla de calificativos. Y se percibe cuando se pasa de las acciones a los hechos y se persigue al que piensa distinto y hasta se lo encarcela. Ese odio se advirtió hace años, cuando el presidente Evo Morales maltrató públicamente a un periodista del diario La Prensa por una nota que se había publicado en ese medio y no le gustó al Gobierno. En las fotos del incidente se puede ver el odio en los ojos del jefe de Estado mientras miraba al informador que, para colmo, ni siquiera era el autor de la nota.
Pero la oposición no está lejos de esas acciones porque, aprovechando la impunidad de las redes sociales, también se dedica a destilar odio no solo criticando la gestión de Gobierno sino recurriendo al insulto, a la descalificación y al racismo.
Por ello, es probable que tengamos paz y amor en nuestras familias pero será difícil encontrarlos afuera.
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