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Una de las facetas más risibles del Gobierno es su enorme desconocimiento de la historia o, peor aún, el manejo tergiversado que hace de ella.
El presidente, por ejemplo, llegó a afirmar que los incas combatieron contra los romanos y, durante el dilatado conflicto orureño por el nombre de su aeropuerto, algunos asambleístas hicieron el ridículo al intentar descalificar a Juan Mendoza.
Confieso que hasta antes del conflicto yo no sabía nada sobre Mendoza (aprendí algo sobre él gracias a lo que se publicó en los medios) pero, cuando intentaban desprestigiarlo, los asambleístas orureños no sólo parecían conocerlo a profundidad sino que, en su afán de justificar el cambio del nombre, parecía verdaderas autoridades en el tema.
A tono con anteriores conflictos, el adjetivo que más utilizaron fue el de “oligarca”. Según ellos, Mendoza pertenecía a una clase privilegiada que explotaba a los humildes en Oruro así que era válido retirar su nombre del aeropuerto para reemplazarlo por el de Evo Morales.
Precisamente “oligarca” es uno de los términos más frecuentes en el vocabulario masista. Se lo usa generalmente para referirse a las élites orientales, particularmente cruceñas, y, quizás por su excesivo empleo, casi se ha convertido en sinónimo de “camba”.
¿Será justo llamar “oligarcas” a los habitantes del oriente boliviano? Según el Diccionario de la Real Academia Española, “oligarca” es “cada uno de los individuos que componen una oligarquía” y, a su vez, “oligarquía” es “gobierno de pocos” o una “forma de gobierno en la cual el poder supremo es ejercido por un reducido grupo de personas que pertenecen a una misma clase social”.
Es probable que Santa Cruz haya estado gobernada por una oligarquía hasta hace poco pero, como todos sabemos, el asalto al hotel “Las Américas”, hace ya casi tres años, fue el inicio de su desmantelamiento.
Los que no todos saben es que el imperio incaico, que el MAS considera un modelo a seguir, fue una oligarquía muy distante de la utopía socialista sublimada por Franz Tamayo.
Era oligarquía porque el gobierno estaba a cargo de unos pocos, el inca y su familia, que, además, acaparaban no sólo los privilegios sino el producto del trabajo. En “Bolivia: la revolución derrotada”, el argentino Liborio Justo apunta que “las tierras del ayllu, bajo el Imperio de los Incas, estaban divididas en tres partes: una cuyo producto se destinaba al Sol, es decir, al culto; otra al Inca, y la tercera se dejaba para usufructo de la misma comunidad. Los miembros del ayllu, o ‘hatunruna’, tenían la obligación de cultivar la totalidad de esas tierras. Así era como la masa de la población sostenía con su trabajo a la casta dominante, personificada por el Inca, la cual, aunque desempeñaba labores de administración, se hallaba exenta de todo trabajo productivo y estaba constituida por los ‘orejones’ (llamados así por los españoles por la deliberada deformación que practicaban en sus orejas, lo cual era un signo distintivo como clase); los curacas o caciques, y los sacerdotes”.
El sometimiento del pueblo llano hacia su gobernante, el inca, era tal que no sólo Justo sino otros autores, como William Prescott, no dudan en calificarla como “esclavitud”. Por ello, el autor argentino incluso llega a introducir este resumen en la carátula de la primera parte de su libro, titulada “El Tahuantinsuyo”: “un horrendo régimen de esclavitud en beneficio, gloria y esplendor de una minúscula casta dominante”.
Los incas era, entonces, verdaderos oligarcas y existen pocos motivos para admirar su forma de gobierno que, además, se implantó mediante fórmulas como la desaparición de la escritura y la elaboración de una historia a gusto de ellos.
¿Será que el MAS admira el Tawantinsuyo por lo poco que sabe de él o, por el contrario, sabe bastante y su propósito es emularlo para ejercitar un gobierno autocrático como el de los incas?
El autor es Premio Nacional en Historia del Periodismo.
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