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La Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia eligió el domingo a un Comité Ejecutivo Nacional que está encabezado por Jacinto Herrera, un representante de las tierras bajas del oriente.
Herrera es un migrante que se estableció en Santa Cruz hace varios años. Cuando se le pregunta con qué nación o pueblo indígena se identifica, él señala que es quechua pero, si se le pide precisiones, solo llega a decir que es de Chuquisaca, de la región del río Pilcomayo.
El derecho a la autoidentificación cultural está consagrado en el primer parágrafo del artículo 21 de la Constitución Política del Estado. Para gozar de él, es suficiente proclamar la pertenencia a una de las culturas, etnias, naciones o pueblos indígenas originarios reconocidos por la legislación boliviana. Ya está incluido en las cédulas de identidad y es optativo. Si una persona lo desea, puede incluir su identidad cultural de una lista que forma parte de la base de datos del Servicio General de Identificación Personal.
Pese a las facilidades que existen para esa autoidentificación, la cantidad de personas que dicen pertenecer a uno de esos grupos ha bajado de un 62 por ciento en 2001 a solo el 42 por ciento en 2012. Por tanto, el de Herrera no es un caso aislado.
Es que antes las cosas eran más simples: a uno le daban a elegir entre indígena, mestizo y blanco y eso era todo. Hoy, en cambio, en el marco de un Estado pluricultural, se ha reconocido a más de 40 pueblos originarios e indígenas y la autoidentificación es más complicada.
El pueblo más numeroso es el quechua, con 1.281.116 personas reconocidas como tales en el censo de 2012. En segundo lugar está el aimara con 1.191.352 y en un lejano tercer lugar está el guaraní, con 58.990.
El asunto sigue pareciendo simple si no se incorpora el hecho de que quechua, aimara y guaraní fueron inicialmente idiomas que, por asociación de ideas, pasaron a designar etnias como karanqa, kolla y chiriguano.
Los karanqa o carangas son una de las muchas naciones que florecieron al sur de lo que hoy es Bolivia, al igual que charkas, chichas, chuis, qara qaras, lipez, chayantas, pukwatas y otros. Antes de que los incas les impusieran el quechua, hablaban pukina e incluso otro idioma que los investigadores no terminan de estudiar. Recientemente se reveló que el idioma de los chichas era el kunza.
El aymara era el idioma de la etnia kolla que también tuvo su momento de expansión militar y, de esa manera, se extendió incluso hasta el norte de Chile. El origen de los kollas está en la región lacustre del Lago Titicaca.
El guaraní también era conocido como chiriguano y, además de esa etnia, era hablado por isoseños, guarayus, sirionós, yukis, guarasugvé y otras naciones del chaco boliviano.
En la amazonia, que abarca también a la región oriental de Bolivia, están los araonas, ayoreos, baures, canichanas, mosetenes, movimas, mojeños, sirionós, tacanas, yuquis, yuracarés y un largo etcétera, todos con idiomas propios.
El quechua o qhishwa era la lengua de la etnia inqa que se extendió desde el Cuzco a lo que después fue el Tawantinsuyo mediante conquistas militares. Fue, entonces, el idioma que el conquistador inca impuso a los habitantes de los territorios sometidos. Eso pone en duda su condición de “originario” en la región de los andes bolivianos.
Como se ve, no se trata simplemente de autoproclamarse quechua, aymara o guaraní por vivir en determinado territorio porque en la amazonia, el chaco y los andes vivieron, y en muchos casos siguen viviendo, otros pueblos originarios con una historia y hasta idiomas diferentes.
(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.
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