Opinion

EL GENERAL EN SU CAMILLA
Surazo
Juan José Toro Montoya
Miércoles, 7 Octubre, 2015 - 11:25

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Tendido bocabajo, el general Gary Prado Salmón es un hombre que sabe muchas cosas.
Fue confinado a una silla de ruedas en 1981, cuando una bala perdida lo alcanzó en la columna mientras sofocaba un alzamiento encabezado por Carlos Valverde Barbery.
Cubierto por la sombra del Che Guevara, desde que lo capturara el 8 de octubre de 1967, Prado vive toreándole a la muerte que lo hiere pero no lo vence. Intentaron matarlo en Brasil y, en cambio, liquidaron de ocho disparos a un militar alemán que se le parecía. Lo del tiro en la columna vino después pero no fue con intención de matarlo.
Ahora ya ni siquiera puede estar en su silla porque unas heridas en la espalda lo obligan a permanecer echado de pecho. Aun así, acude a las audiencias en el juicio por terrorismo instaurado a raíz de la muerte de Eduardo Rózsa Flores, Árpád Magyarosi y Michael Dwyer. Asiste en camilla, responde a las preguntas desde la camilla pero no pierde la dignidad.
Está convencido de que lo incluyeron en ese juicio para cobrarle factura por la captura del Che y, como lo hizo siempre, no piensa rendirse.
Este 8 de octubre se cumplirán 48 años de aquella captura y, pese al tiempo transcurrido y a todo lo que se ha investigado, hay más dudas que certezas.
Se sabe, sí, que Ernesto Guevara de la Serna fue capturado vivo por el grupo que comandaba Gary Prado. Se sabe que fue asesinado a sangre fría el 9 de octubre por un oscuro sargento. Se sabe que su muerte fue el principio de una devoción que parece más fuerte 48 años después. 
Se saben muchas cosas pero son más las que no se saben. No se sabe, por ejemplo, si el Che sabía que su misión en Bolivia estaba condenada al fracaso. No se sabe si llegó aquí e inició su aventura guerrillera a sabiendas de que moriría. No se sabe si sabía que su muerte iba a extender la vida de la revolución cubana.
Yo no sé si el general Gary Prado sabe de esas cosas. Cuando investigaba la identidad del asesino del Che, descubrí que él sabía quién era y dónde vivía pero también me enteré que ni siquiera a este gobierno, autoproclamado socialista, le interesa su nombre.
Dejan al asesino del Che en paz y persiguen a Prado, el que lo capturó con vida. Aquel, el que le disparó, vive feliz su vejez en el centro mismo de Santa Cruz mientras Prado enfrenta a la justicia bocabajo, en una camilla. Esa es una de las tantas contradicciones que me desconciertan de un gobierno que no termina de definir su identidad ideológica.