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Uno de los grandes errores de la humanidad es creer que “colonia” viene de “Colón”.
En realidad, la palabra “colonia” existe desde mucho antes del nacimiento y los viajes del marino supuestamente genovés. Un documento que data del año 1129 revela que “colonia” es una palabra latina que significa “territorio cultivado” y, por extensión “grupo de personas enviadas a cultivar un territorio”.
Para llegar a ser tal, el latín “colonia” pasó por un largo proceso cultural. Viene de “colonus”, que quiere decir “labrador, habitante”, que, a su vez, proviene de “colere” (cultivar, habitar). “Colere” tiene origen griego pues es un derivado de “kol” cuyo significado original era “podar”.
Cristóbal Colón es un personaje histórico que tuvo excesiva mala suerte. Encontró nuestro continente pero este se llamó América en homenaje a Américo Vespucio que fue el primero en darse cuenta de que estas tierras no eran las Indias. Colón jamás pensó en encontrar un continente para que este y sus habitantes sean conquistados pero ahora se llama “colonizar” al proceso por el que un territorio y sus pobladores son sometidos a una potencia extranjera.
Existen muchas versiones sobre el o los propósitos que motivaron los viajes de Colón. La tradicional dice que buscaba una ruta alternativa a las Indias puesto que la conocida se había bloqueado por la ocupación de Constantinopla. Las versiones economicistas dicen que, valiéndose de mapas antiguos como el de Toscanelli, el marino buscaba yacimientos de minerales o piedras preciosas mientras que las religiosas afirman que su propósito era llevar el mensaje de Cristo a territorios sin evangelizar (se dice que su firma, “Christo Feres”, no significa precisamente “Cristóforo” sino “Chistum Ferem” que quiere decir “el que lleva para Cristo”).
Sus razones pudieron ser nobles o prosaicas pero él no es responsable de lo que ocurrió después de su muerte; es decir, de la conquista militar de las tierras con las que se encontró. Menos entonces pudo tener la culpa del genocidio que se cometió en varios lugares de nuestro continente.
Pese a estas argumentaciones históricas, y en una muestra de bestialidad y barbarie, horas aleccionadas por Hugo Chávez juzgaron a Colón en Venezuela, lo encontraron culpable del “genocidio de poblaciones amerindias” y derribaron salvajemente el monumento que tenía en Caracas. La plaza, que también se llamaba Colón, ahora es la de la resistencia indígena.
Un criterio similar es el que ahora parece motivar el cambio de la estatua de Colón del parque que lleva su nombre y está ubicado entre la Casa Rosada y la Avenida de la Rábida, en Buenos Aires.
Prefiero no involucrarme en la disputa interna entre el kirchnerismo que gobierna Argentina y el de la oposición que lo hace en Buenos Aires. Baste decir que incluso el peronismo e intelectuales oficialistas de la talla de Mempo Giardinelli se oponen al retiro del monumento mientras que hasta el gobierno de Italia pidió que se lo respete bajo el argumento de que fue la comunidad italiana en ese país la que lo financió hace un siglo.
Lo cierto y evidente es que el gobierno de Cristina Fernández viuda de Kirchner quiere cambiar la estatua de Colón por una de la boliviana Juana Azurduy de Padilla.
Yo admiro a doña Juana, a quien considero la máxima heroína de nuestra historia, y me parece maravilloso que tenga estatuas no sólo en Buenos Aires sino en todas las capitales de nuestro continente pero, al margen de todo lo dicho anteriormente, tengo un par de preguntas: ¿De dónde viene el millón de dólares que el gobierno boliviano está regalando para el monumento de Azurduy que reemplazará a Colón? y ¿por qué no hay monumentos de un millón de dólares en Bolivia?
(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.
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