Opinion

BOLIVIANOS INGRATOS (II)
Surazo
Juan José Toro Montoya
Jueves, 3 Octubre, 2013 - 05:55

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El problema de Sucre es que Bolivia no reconoce su aporte a la construcción de la Patria.
Ese hecho saltó a la vista en la lucha por la capitalidad plena que fue sosegada con los resultados que todos conocemos.
Mientras Sucre reclamaba, con toda justicia, que no sólo se reconozca su condición de capital de Bolivia en la Constitución sino que se le restituya su categoría de sede de todos los poderes del Estado, había gente que no entendía ese reclamo.

La mayoría de los bolivianos sólo sabe dos cosas sobre Sucre: que allí se dio el primer grito libertario de América y que es y sigue siendo la capital de Bolivia.

Y la verdad es que el del 25 de Mayo de 1809 no fue el primer grito libertario. Admitir eso sería tanto como decir que, antes de esa fecha, no hubo ningún intento de rebelión en el continente.

Excluyendo a sublevaciones anteriores, existen referencias sobre el reclutamiento de tropas en Potosí y La Plata (hoy Sucre) para una expedición de Juan Ortiz de Zárate a Chile, en 1595, con el fin de sofocar una revuelta de los araucanos, y apenas cuatro años después, en 1599, hubo una doble revuelta en ambas ciudades protagonizada por Juan Díaz Ortiz (en Potosí) y Gonzalo Luis de Cabrera (en La Plata).
Las dos ciudades aparecen casi siempre juntas en los documentos coloniales porque eran las más importantes de la Audiencia de Charcas, hoy Bolivia. “La Audiencia de Charcas ejerció poder sobre lo que hoy son Bolivia, Paraguay, Argentina, Uruguay y partes del Perú, Brasil y Chile”, apunta Charles  Wolfgang Arnade.

La sede de la poderosa Audiencia era La Plata y desde allí no sólo se gobernaba ese extenso territorio sino que, subterráneamente, se tejían las ideas de la libertad.

La fundación de la Universidad Mayor, Real y Pontificia San Francisco Xavier de Chuquisaca cambió la historia de la Audiencia porque, al influjo jesuita, logró evadir las grandes vallas de la censura para permitir que las doctrinas políticas liberales se discutan en sus pasillos. Para rematar, en 1776 se estableció la Real Academia Carolina, una especie de escuela de posgrado que ahondó en la discusión intelectual de la época. “En cuanto terminaba la parte oficial del programa, en la Academia se encendían los cenáculos y discusiones sobre sucesos e ideas, de manera que los patios carolinos y las fondas servían de escuelas de capacitación revolucionaria de los licenciados criollos”, dice Mariano Baptista Gumucio.

Entonces, la revolución de Chuquisaca no se limita a 1809 sino que maduró mucho antes. En 1781, un año después de la sublevación de José Gabriel Condorcanqui, en esa ciudad circulaban pasquines que decían, entre otras cosas, “Nuestro Gabriel Inca viva / Jurémosle ya por rey / siendo muy de acuerdo de Ley / que es lo que justo reciba”. La mayoría de los historiadores coincide en que los autores de esos escritos eran los carolinos.

La conspiración de siglos tuvo su remate en la crisis de representatividad de 1808, cuando el rey de España era prisionero de los franceses y había incertidumbre sobre las colonias. Los doctores de Charcas urdieron una brillante estrategia que desmanteló todos los argumentos y debilitó a la Audiencia para dar paso a la insurrección. Si: a la insurrección de 1809.

Sin Potosí no hubiera existido Bolivia y sin Sucre tampoco. Hoy en día, estas regiones son insultadas por unos políticos que creen que lo que hacen es reclamar más escaños. Falso. Lo que se pide es conciencia nacional para que Bolivia reconozca cuánto les debe.