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Con cierto azoro he leído el más reciente artículo de un conocido colega bajo el sugerente título “¿Habrá o no segundo aguinaldo? Por tratarse de un tema no de poca monta, me veo obligado a realizar los siguientes comentarios:
En primer lugar, tengo la impresión de que el aporte empieza mal al referirse solo al estaño cuando habla de que los precios de las materias primas se desploman y cuando establece un vínculo excesivo entre el retroceso de la economía boliviana y el “metal del diablo”. Al respecto, cabe aclarar que el estaño contribuye hoy en día con menos de un 3% a las exportaciones nacionales, frente a un 46% del gas natural, 8% de la soya, 7,5% del zinc y 6% de la plata. Resulta entonces poco atinado decir que dicho metal “se empeña en hacer retroceder a la economía boliviana”.
En segundo lugar, se refiere a lo que llama los fantasmas de la inflación y deflación sugeridos por otros colegas, descartando de plano ambas posibilidades. Cabe señalar, sin embargo, que de agravarse la crisis económica emergente de los bajos precios internacionales de nuestras principales materias primas, alguno de esos fantasmas podría convertirse en zombi.
Por una parte, es posible que la disminución de divisas conduzca eventualmente a la elevación del tipo de cambio con implicaciones inflacionarias. Por otra, como ha advertido otro connotado economista, la suma de bajos precios internacionales de los alimentos y devaluaciones de monedas nacionales de nuestros principales socios comerciales, ha llevado a la economía nacional a una situación poco competitiva con efectos perniciosos sobre el aparato productivo nacional, más allá del gas y los minerales. No obstante, una alteración del tipo de cambio en estas condiciones podría generar brotes inflacionarios. De ahí que el gobierno habría optado por mantener las cosas tal como están, pero está claro que esto sólo será sostenible mientras se mantenga el flujo de divisas al país.
En tercer lugar, sostiene que hoy se cuenta con un poderoso respaldo y una política monetaria, lo que permitiría, por un lado, garantizar las importaciones necesarias y mantener un tipo de cambio fijo, sin recurrir al endeudamiento externo y, por otro, aumentar el gasto del gobierno hacia límites insospechables, esterilizándolo cuando haga falta, por medio de bonos del Tesoro. En ambos casos, el objetivo sería el mismo: impulsar la demanda interna a través de la inversión y el gasto públicos. Este argumento, casi trivializado por el actual ministro del área, tiene sin embargo algunos problemas.
Para empezar, resulta claro que con un esquema de esta naturaleza, el país estaría fijando límites a su crecimiento por cuanto el aumento de la demanda interna per se no puede ser el motor del crecimiento de un país con un mercado interno tan pequeño. En estas circunstancias, el gobierno habría resignado nuestras aspiraciones de desarrollo de largo plazo que, como ha señalado otro colega, requerirá tasas de crecimiento por encimadel 7%, muy difícil de alcanzar con el actual modelo económico.
Adicionalmente, dado el bajón de los precios internacionales de nuestras principales materias primas, tengo mis dudas respecto a si el país podrá soportar por mucho tiempo el nivel de importaciones experimentado en los últimos años, actualmente superior a los 10.000 millones de dólares por año, y de inversión pública programada para este año de más de 7.000 millones de dólares. Si coincidimos en que estos dos tipos de impulsos son claves para mantener los actuales niveles de crecimiento económico, la pregunta que sigue es: ¿Cuánto resistirá la cuerda?
Todo esto nos lleva al título de la presente contribución. Al parecer, el ministro de economía habría reclutado un nuevo adepto para su modelo ultra Keynesiano, cuya característica fundamental es que lo más importante es la demanda y que por eso hay que destinar todo el dinero a consumir. Me refiero al autor del artículo mencionado al inicio. Hoy no diré nada respecto a si este descubrimiento hace más o menos neoliberal al ministro. Hablaré más bien de cómo el citado economista da plena fe al cumplimiento de la meta del gobierno de lograra cualquier costa una tasa de crecimiento del 5% para pagar el segundo aguinaldo a un conjunto poblacional del país cada vez más pequeño y privilegiado.
A tal punto llega su adscripción al modelo del gobierno que da por descontado el pago del segundo aguinaldo incluso en forma anticipada para impulsar la actividad económica. Lo que llama la atención es que si bien sugiere que el futuro económico no será halagüeño, tampoco duda un instante en afirmar que no será tan negro. Esta conclusión resulta de su análisis cortoplacista en el que juega un rol crucial el cumplimiento de la meta de crecimiento del gobierno, más allá de cualquier perspectiva de trasformación estructural de nuestra economía, respecto de lo cual tiene muy pocas cosas que decir.
Juan Carlos Zuleta es economista
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