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El 14 de noviembre de 2009, en medio de la campaña electoral de ese entonces, escribí una airada carta a Evo Morales que circuló en medios y redes sociales bajo el título “Presidente Evo: exijo respeto a las mujeres”, en la que le señalé sin eufemismos mi profunda indignación frente a sus expresiones de irreverente y descarado machismo. Tengo la certeza de que esa carta le llegó, que le fue leída y explicada. Por eso, cuando él se disculpó en un acto público, le escribí otra carta bajo el título “Gracias, Presidente Evo”, y es que en ese momento creí en la sinceridad de su disculpa…
Sin embargo, en este segundo periodo de gobierno, Evo Morales no hizo otra cosa que reafirmarse en su rol de “gracioso bromista”, colocándose él mismo como modelo de macho cabrío, lo que dio razón a todas las personas que me recriminaron por mi segunda carta. Cada vez que lo hace se me revuelve el estómago y observo con honda preocupación cómo y cuánto celebra su entorno (particularmente “sus” mujeres) la chorrada de dislates del “jefazo” lo que, a mi juicio, habla quizás peor de ellas que de él mismo. La “bromas” del presidente suben de tono al mismo tiempo que se multiplican las denuncias en contra de sus correligionarios, denuncias que muestran cómo éstos pasaron de las bromas a los golpes, de ahí a la violación e incluso al feminicidio, superando con creces al modelo que representa para ellos el “número Uno”. Entre ellos, salvo Justino Leaño que “se fugó” después de haber sido sentenciado por haber violado sistemáticamente a su hija desde los 9 años de edad, ninguno cuenta hoy con sentencia ejecutoriada, pese a la gravedad de sus crímenes.
Esto ocurre en la escena pública, desde donde los violentos de palabra, de obra y omisión reciben permanentemente una señal inequívoca: la violencia en contra de las mujeres goza de plena impunidad. No bastó la promulgación de la ley 348, arrancada a fuerza de gritos y marchas a un gobierno que se ufana de ella para “demostrar” su voluntad de enfrentar la violencia en contra de las mujeres, para frenar la escalada que parece no tener fin.
Entonces ¿por qué ha de extrañarnos que ésta se incremente cada semana llegando a cifras que espeluznan hasta al más desentendido en el tema? Lo mismo ¿por qué nos debe llamar a la indignación que Percy Fernández pose su asquerosa mano en las nalgas, las piernas o cualquier parte del cuerpo de una mujer que se le acerca? ¿Qué de raro puede tener que el candidato a senador del MAS por Cochabamba, Ciro Zabala, diga que se debe enseñar a las mujeres a “cómo comportarse” para que no se conviertan en un “objeto” atractivo para los violadores o delincuentes y que, de yapa, el candidato/presidente de ese partido lo disculpe con la excusa de que “no es político y no sabe pensar”? ¿O que el candidato a presidente, Samuel Doria Medina le diga a la “ex-concubina” –que no es la exesposa, como tuvo a bien aclarar la “verdadera ex”– de Jaime Navarro “…Si no quieres (el arreglo que te ofrezco), si insistes con tus abogados, con tus huevadas (sic), vas a ser destinada a Trinidad”?
Es más ¿por qué debiera de llamarnos la atención que en medio de esta escena grotesca, aparezcan las mujeres de esos partidos jugando al triste y ladino rol de justificadoras de sus correligionarios, que cuando no callan otorgan y cuando otorgan defiendan con más “convicción” que ellos mismos lo que estos hacen/dicen/piensan? ¿Y por qué debiéramos de extrañarnos que cuando el machote es de su partido actúen de ese modo, pero cuando es del adversario se rasguen las vestiduras y trasuden “feminismo”? No, nada de esto debiera de provocarnos el menor asombro.
Pero sucede que, pese a ello, cada vez más mujeres, al lado de muchísimos hombres, pasamos de la extrañeza a la indignación y de la indignación al grito/consigna ¡¡¡#MachistasFueraDeLasListas!!! Mujeres que, en medio de esta cochina “guerra electoral”, ya estamos hartas de ser moneda de intercambio de los partidos para sus mutuas acusaciones, que estamos asqueadas de que se banalice la violencia en contra de las mujeres, que ya sabemos que “cada tres días muere una mujer en Bolivia por violencia machista o inseguridad” (CIDEM) y que cada día se registran cientos de denuncias de violencia en contra de mujeres en todo el país; que sabemos también que las denuncias provienen de apenas un ¿treinta por ciento? de las agredidas y que en este instante, mientras escribo estas letras, en algún lugar de este país algún hombre está golpeando, maltratando, insultando, violando a una mujer. Además sabemos que, mientras algún violento está haciendo eso, alguien se está preguntando por la culpa de la víctima y que esos “alguien” se reparten por igual entre mujeres y hombres.
Por eso, este primero de septiembre saldremos a marchar, para mostrarle al país y al mundo que lo que está pasando en Bolivia ya se asemeja a una “guerra de baja intensidad”. Una guerra donde, de una parte estamos las que provocamos con nuestra “mala educación”, con nuestros escotes y nuestras minifaldas, con nuestro atrevimiento a ser libres, con nuestra mala costumbre de andar por calles oscuras, con nuestra pésimo hábito de emborracharnos en las fiestas, con nuestra simple y llana presencia en este mundo, y del otro lado están quienes se han ganado por mérito propio y mucho esfuerzo el derecho a ser nuestros patrones, nuestros maestros, nuestros castigadores, quienes se toman la atribución de chantajearnos para aceptar SUS soluciones a NUESTROS problemas, bajo amenaza de mandarnos a “trabajar a Trinidad”, a quienes nuestra amistad no les interesa cuando no aceptamos sus consejos y un largo etcétera. Una guerra tan dispareja en la que a la fecha, y en lo que va de este periodo de gobierno, ya hemos perdido 453 hermanas muertas en manos de feminicidas, y cientos de miles de hermanas heridas de cuerpo y alma, muchas de las cuales ni siquiera se atreven a denunciar.
Que sepan bien los “señores autoridades” que esta marcha ha sido convocada desde nuestra ciudadanía libertaria, que en esta marcha no se distribuirán fichas ni refrigerios, que no se harán promesas ni se dará prebendas, que cada mujer y cada hombre que a ella asista lo hará desde su propia convicción, desde su propia indignación, y que si nuestras muertas al Estado, a los candidatos y a las candidatas les importa un reverendo carajo, a nosotras ¡sí nos importan y ya somos multitud de voces que hablan por ellas y con ellas!
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