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Si se tratase del resultado de un partido de fútbol, a nadie llamaría la atención. Pero no, no estoy hablando de fútbol sino de resultados de dos procesos políticos bien distintos, liderados por dos presidentes diametralmente opuestos en dos sociedades radicalmente diferentes.
El año que termina, Uruguay muestra avances legislativos fundamentales en lo que a derechos humanos corresponde: el 23 de octubre de 2012, el presidente Mujica promulgó la Ley de Salud Sexual y Reproductiva que, con luces y sombras, despenaliza el aborto dentro de las primeras doce semanas de gestación, ley que se puso en vigencia a partir de diciembre del mismo año. De su mismo puño y letra, el 3 de mayo de este año, promulgó la ley que habilita a las personas del mismo sexo a contraer nupcias (si así lo desean y deciden). Finalmente, el 10 de diciembre recién pasado, el Parlamento de Uruguay aprobó la Ley sobre Control y Regulación de la Marihuana y sus Derivados, que legaliza la producción y venta de la droga, cuyo consumo ya es legal en el país, y crea un órgano estatal para controlar el sector.
En Bolivia, de estos temas ¡ni hablar! Ni siquiera se ha iniciado un debate serio sobre la demanda de los colectivos GLBT de considerar el matrimonio igualitario como derecho reconocido y es que esta posibilidad quedó cerrada cuando los/as asambleístas constituyentes aprobaron el Art. 63 de la CPE que sólo admite el matrimonio entre “un hombre y una mujer”. Sobre la regulación del consumo y producción de la marihuana, ni siquiera es una demanda enarbolada por algún sector de la sociedad. Y sobre la despenalización del aborto, la Cámara de Diputados acaba de dar un paso en retro al aprobar el Art. 5 del Código de la Niñez y Adolescencia incluyendoen la categoría de “niños/as” a los no-natos y desde el momento de la concepción, lo que no establece el Art. 15 de la CPE donde se señala con toda claridad que “toda persona tiene derecho a la vida (a secas) y a la integridad física, psicológica y sexual”.
¿Qué nos hace tan diferentes a Bolivia y Uruguay? Entre otras muchas características diferentes, Uruguay es un país que goza y ejerce desde 1917, una condición que ha sido recientemente inscrita en la CPE boliviana de 2009 y que al parecer todavía nadie conoce y menos entiende: la de “Estado laico” (Art. 4). Uruguay es un país donde las iglesias no tienen pito que tocar en las decisiones estatales; en cambio, en Bolivia basta con que la Conferencia Episcopal levante el grito al cielo para que hasta los más progresistas legisladores “se la piensen” y decidan en función de sus respectivas convicciones religiosas o las que les dictan curas y pastores que, en este tema, no tienen discrepancia alguna.
Uruguay cuenta con un presidente, ex–guerrillero tupamaro, que estuvo preso de las dictaduras militares durante 14 años, lugar de donde salió libre de pensamiento y con una inmensa sabiduría del más básico y fundamental sentido común. Este presidente habla y sorprende porque dice cosas que van a contracorriente de todo lo “políticamente correcto”, no se le pasa por la cabeza su “re-elección” ni tiene intenciones de instalarse indefinidamente en el poder.
Bolivia tiene un presidente que ni siquiera por un solo día de su largo mandato de casi ocho años ha dejado de ser EL dirigente sindical de un sector de productores agrícolas, que sigue en campaña electoral desde 2005, que pretende (y muy posiblemente obtenga) un tercer mandato como presidente de este país. Este presidente también sorprende cuando habla, y sorprende porque utiliza un lenguaje campechano, así hable ante auditorios académicos, él dice lo que piensa, aunque no siempre piense lo que dice, lo cierto es que siempre que habla (y lo hace con una frecuencia casi diaria) consigue titulares de primera plana.
Mujica no es “marihuanero”, no es gay y ha declarado que no está de acuerdo con la práctica del aborto, pero él entiende que las medidas que su gobierno ha aprobado constituyen demandas de corrientes ciudadanas de avanzada. Considera que es más inteligente combatir al narcotráfico quitándole el negocio que declarándole una “guerra” que sólo produce pérdidas y una escalada de violencia sin fin. Entiende que las personas del mismo sexo que quieren optar por el matrimonio civil son ciudadanos y ciudadanas con plenos derechos y no parias estigmatizados de la sociedad. También tiene muy en claro que la penalización del aborto no tiene otro resultado que su práctica clandestina e insalubre, lo que conlleva cientos de muertes de mujeres. Mujica es un hombre sabio, práctico y con sentido común, aunque a veces la pifie con algún dislate que “se le escapa”.
Morales es un hombre pragmático también, sólo que en sus dichos y hechos prima un elemental cálculo político electoral y ningún sentido de responsabilidad democrática con la sociedad que le ha tocado gobernar. Ayer “instruyó” a su bancada incluir la famosa frase “desde la concepción” en un código ajeno al debate sobre la despenalización del aborto y sabe que con ello “gana votos” y se deshace de una cuestión que lo incomoda sobremanera. De aprobarse (y promulgarse) este Código con ese infeliz aditamento, queda cerrado el debate por mucho tiempo y el Tribunal Constitucional obrará seguramente en consecuencia, declarando improcedente el recurso de inconstitucionalidad de los artículos del Código Penal que se refieren al aborto.
Ayer, una mayoría de oficialistas (supuestamente de izquierda) y opositores (declaradamente de derecha, del centro o del sur), hombres y mujeres, se dieron la mano y lograron un consenso que a nadie debiera de sorprender porque, más allá de sus diferencias y aunque se odien mutuamente, todos están de acuerdo en este tema: dejar al arbitrio de las mujeres la decisión de llevar a cabo o no un embarazo es algo que no lo pueden permitir ni soportar, sería de una irresponsabilidad extrema, ya que las mujeres –según su básica intuición patriarcal– somos más niñas que las niñas y necesitamos de sus “sabias decisiones” y sus resguardos para mantenernos bajo control.Ayer se pasaron por encima de al menos dos artículos de la Constitución (4 y 15) sin siquiera pestañear.
Pero ¿qué es lo que posibilita estos sucesos? Con claridad meridiana, debemos admitir que la sociedad boliviana es, en su gran mayoría, profundamente tradicionalista, conservadora y patriarcal. Esa cultura ha sido sembrada en nuestro “inconsciente colectivo” por siglos y restan décadas (espero que no siglos) antes de que logremos despojarnos de tanta superchería religiosa, de tanto autoritarismo introyectado, de tanto machismo abierto y encubierto, antes de que logremos dar los pasos que está dando el Uruguay hacia una sociedad más igualitaria, equilibrada y democrática, lo que es mucho pedir aquí y ahora.
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