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A pocos días de las elecciones subnacionales evidenciamos que no importan los principios, ideología ni convicciones políticas sino sólo el afán de copar cargos en las gobernaciones y las alcaldías. En la mayoría de las candidaturas se advierte que las “planchas” se asemejan al Arca de Noé: de todo un poco.
Una evidencia es común en casi todos: la presencia de los politiqueros avezados. Son ellos los dueños de las agrupaciones ciudadanas, las siglas que se prestan al mejor postor, alianzas hasta hace poco imposibles, los ríos de sangre que los separaban so volvieron cristalinas; la extrema derecha ahora se viste de los colores de la izquierda más radical, como si nada.
Para garantizar la estirpe politiquera los avezados exigieron que en las candidaturas estén sus hijos o parientes y estén dentro de la franja de seguridad, así se convertirán en consejeros departamentales o concejales en los municipios, por ahí comienza la carrera para vivir de las arcas del pueblo.
Las ofertas también son casi comunes: teleféricos al por mayor en las ciudades, trenes eléctricos, subterráneos y otras obras de “gran impacto” como se los ha venido en llamar, todo para atraer el voto de la gente.
¿Pero cuál es la realidad de la gente que vota? ¿Cómo y dónde vive la mayoría? ¿Tiene agua potable y servicios básicos? ¿Cómo hace para llevar el pan del día para los hijos? ¿No ha crecido la periferia en las ciudades grandes o pequeñas? ¿No hay gente que deambula todos los días en busca de trabajo? ¿Se crean nuevos mercados laborales para los miles de profesionales que anualmente salen de las Universidades?
Hay ciudades en el país donde la atención de la comuna sólo se centra en la plaza principal donde casi cada gestión se cambia de imagen en sus jardineras, luminarias, losetas, estanques o cualquier cosa, la obra dura meses; mientras tanto la gente de la periferia debe tragar polvo de las calles, transitar con miedo en las noches porque no hay iluminación; barrios a los que el transporte urbano no llega después de entrada el sol o debe pagar el doble de pasaje.
Se constata que en la época electoral los candidatos municipales conocen los barrios de la periferia, incluso caminan por las calles de tierra, sin aceras y bordillos, basura por todas partes, aguas servidas sin alcantarilla, lotes baldíos sin amurallar; pronuncian discursos con promesas; pero ¿vuelven a esos barrios poco atractivos una vez encumbrados como munícipes? ¿Qué tanto han mejorado esas nuevas zonas en los últimos cinco años? ¿Se han cumplido las promesas anteriores?
Sería interesante escuchar propuestas sobre descentralizar la administración de los recursos económicos que se generan para las alcaldías. Que haya distritos o sub alcaldías que recauden sus propios impuestos y las inviertan en la zona; actualmente se abren o asfaltan una o dos calles por año, el resto debe esperar décadas o tener suerte que en la avenida habite algún municipal con influencia para exigir alguna obra, mientras tanto las calles de tierra se prolongan siempre.
¿Por qué tanta gente trabaja en las campañas? Tienen la esperanza de asirse a algún cargo, los que ya están en el carro de la administración municipal o la gobernación deben batir banderas y pegar panfletos por continuar con el jefe a la cabeza u otra de la misma camada para tener trabajo, está en riesgo el pan del día, quedarse en la calle; es decir, sin pega.
La gente que vota necesita trabajo, no en la administración pública sino en la generación de riqueza local, entonces los aspirantes a la gobernación deben asumir el desafío de generar empleo, permanente, sostenible, productivo y con ingresos orientados al vivir bien.
Lo que está claro es que en la politiquería se piensa en uno mismo, en hacer dinero fácil de la cosa pública, garantizar que la prole también ingrese a esta forma de vida, no importa que no sepa lo que es “quemar las pestañas” para salir profesional, hoy eso no vale.
No hay sistema de gobierno mejor que la democracia; pero no avanzamos en perfeccionarla.
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