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Cuando la discriminación y la exclusión social eran consideradas como normal en la sociedad boliviana, se tenía servidumbre gratis en las casas de las familias consideradas ricas o de falso abolengo. Como las niñas en el campo tenían pocas oportunidades de estudiar, eran enviadas o colocadas en casas “respetables” en las ciudades para que aprendan –dizque- labores domésticas.
Las estadísticas oficiales reconocen que en el país el 13% de la población boliviana era analfabeta; pero otros estudios señalan que esta cifra sobrepasaba el 23% de gente que no sabía leer ni escribir, esto hace como tres lustros. En este segmento de iletrados estaban las mujeres, especialmente jóvenes del campo, sea en el altiplano o los llanos orientales. “Sólo el varoncito podía estudiar”, reconocen nuestros mayores.
Según el gobierno actual, de cada 100 personas sólo tres no saben leer ni escribir. Con orgullo mencionan que se ha izado la bandera blanca en todo el territorio nacional. Esto significa que se producen cambios significativos en la sociedad; ahora hay más mujeres que hombres en todo el sistema educativo del país, con algunas excepciones estadísticas, incluida las universidades. Mujeres descollan en carreras antes destinadas tradicionalmente para hombres.
Descrito este escenario, se advierte que las hijas de las familias “humildes” ya no conforman esa masa de servidumbre gratuita en las casas de los ricos, ya no son explotadas inmisericordemente ni acuden de su voluntad a la prostitución o a trabajos denigrantes para el ser humano. Otra es la realidad.
A falta de esa legión de mujeres que se sometían a la explotación, hoy se recurre a la trata y tráfico de jóvenes para llenar esos vacíos, ocurren los plagios y diariamente se conocen denuncias sobre la desaparición de personas, especialmente del sexo femenino para ser iniciadas luego como “damas de compañía” o ser sometidas a la esclavitud sexual. Desaparecido o disminuido un mal, aparecen otros que atentan a la integridad de la mujer.
Otro hecho nefasto que es real es el auge de la migración campo-ciudad. Este fenómeno social trae consigo la vigencia de la exclusión y de la marginalidad que afecta a toda la familia que se ubica en la periferia de las ciudades, especialmente las más pobladas y económicamente atractivas.
Las jóvenes, ahora con años de escolaridad, obligadas por las circunstancias, buscan sustento en algún trabajo. ¿Cuánto se las paga? ¿El mínimo nacional? ¿Cuántas horas deben trabajar? En la realidad, pagar Bs. 2.000 ya se hace difícil para la acrecentada familia de clase media que reúne algo más de cuatro mil de ingreso mensual. Hay que pensarlo dos veces antes de contratar una ayuda doméstica.
Pese a los avances significativos en la sociedad, se advierte que las mujeres llevan la desventaja; allí existe la pobreza, la desocupación laboral especialmente para las profesionales con título universitario que ya suman miles en todos los campos del conocimiento humano, esto trae aparejado la violencia familiar como consecuencia de lo económico, la marginación política existe con las denuncias últimamente conocidas en detrimento de la mujer.
Todo esto conlleva a que surjan otros conceptos como los asuntos de género, la búsqueda de una conciencia de igualdad de oportunidades, el liderazgo de mujeres en la economía, la política, el emprendimiento empresarial, en definitiva, movimiento de mujeres que asumen un rol significativo como nunca antes visto en la historia. De esas mujeres que antes de la mitad del Siglo pasado no tenían ni derecho al voto ciudadano, hoy deciden en muchas campos de la realidad del Estado Plurinacional. Lo que se advierte es que se producen cambios irreversibles en valores, costumbres y conductas que demuestran que las familias cambian.
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