- 2541 lecturas
Han pasado algunos minutos desde que los niños ingresan al curso después de la formación general en el patio de la escuela con la que comienza la jornada. Uno de los alumnos entra atropelladamente al aula y trae consigo una rueda de goma con su “manija” de grueso alambre que es el juguete de moda de la temporada. El Maestro, con voz severa, pide que de inmediato le entre el aro y con su navaja que pende de su cinturón junto a un manojo de llaves, corta la goma y muestra un chicote a los estudiantes.
“Desde hoy este látigo se llama San Martín, saca lo malo mete lo bueno”-dice amenazador y el niño que llegó tarde estrena el nuevo instrumento con tres porrazos que son recibidos con estoicismo, nada de llanto. Desde ese día el objeto es parte de la pared donde está el pizarrón, la almohadilla y las tizas. No hay niño que a lo largo de la gestión no haya recibido un sanmartinazo por cualquier motivo, más aún cuando la tarea no está bien hecha.
La temporada de exámenes finales era todo un afán. Se recibía la visita de docentes pares de otros establecimientos educativos cercanos que llegaban a la Vieja Casona, bien vestidos, serios y con la mirada inquisidora a los estudiantes a examinar. La evaluación era individual y por materias. Había en la mesa una caja con los bolos que contenían las preguntas. El alumno sacaba uno y entregaba al tribunal, se leía en voz alta y el examinado tenía que responder con ímpetu, sereno, claro y preciso; si mostraba duda o titubeaba, reprobaba la materia. Además este acto era público donde estaban los padres de familia.
En el examen se daba preferencia a matemática, lenguaje, historia e instrucción cívica llamadas troncales adicionada las otras asignaturas que eran parte del programa anual de curso. Eran tiempos en que no se conocía el bolígrafo o la “punta bola” que es común hoy. A la escuela se asistía con el tintero: bote de tinta roja, azul y el plumafuente para realizar el cuaderno en limpio que de verdad, no debía tener ni una mancha, el “secante” era una tiza.
Se pasaba un susto cuando el maestro decía que al día siguiente el alumno debía venir a la escuela con la mamá o el papá. Generalmente era para una queja, incumplimiento de tareas o después de una “chachada”. La madre, después de un tirón de orejas delante de todo el curso decía al profesor: “le entrego a mi hijo para que me lo eduque, que se haga hombre de bien”, entonces el docente asumía ese rol, era el segundo padre.
Imposible soñar con los celulares de hoy, la computadora o el internet. Para hacer las tareas obligado ir a la Biblioteca, se leían o consultaban libros, se hacían resúmenes, ni pensar en las fotocopiadoras o “pásame a mi correo”.
Los Maestros de antes infundían respeto antes que temor. Utilizaban las palabras apropiadas para impartir sus materias. Impecablemente vestidos. Las maestras siempre en traje de dos piezas. Su maletín con todo el material pedagógico, su mirada cariñosa pero de autoridad.
Con las nuevas corrientes pedagógicas y el correr del tiempo, siguen habiendo maestros y continuarán siendo insustituibles para enseñar; pero la educación cambia de concepto. El “San Martín” es reliquia de museo, ni siquiera mirar con ojo severo al estudiante porque el padre de familia acudirá inmediatamente a la escuela para pedir cuentas al maestro “por el maltrato en aula”, no para exigir ser más estricto; pero al final de cuentas, sigue siendo el responsable del saber de las generaciones.
--------------------
S-060617
- 2541 lecturas