Opinion

PEÓN O SOCIO
A ojos vista
Mario Mamani Morales
Lunes, 22 Agosto, 2016 - 16:02

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Hasta antes de agosto de 1985, cuando se asume en el país una política de libre contratación laboral, no había tantos cooperativistas mineros como se afirma que hoy existen, entonces no pasaban de unos 15 mil en todo el país, seguramente que los dueños de las “cooperativas” no pasaban de mil.
Cuando el 29 de agosto de 1985 entra en vigencia el Decreto Supremo 21060 comenzó la hecatombe para el sindicalismo boliviano, además era uno de los objetivos de la política de gobierno de entonces: destruir el poder de los sindicatos. La libre oferta y demanda laboral es una de sus armas.
Más de veinte mil trabajadores mineros de la COMIBOL son echados a las calles bajo la política de la “relocalización”. El anzuelo de recibir mil dólares americanos por año trabajado por su retiro “voluntario” atrapa a los más jóvenes y pronto los distritos mineros más combativos se convierten en campamentos fantasma. El sindicalismo minero llega a su fin.
Los mineros en las Cooperativas eran reducidos, trabajaban a punta de cincel y martillo para extraer el preciado mineral; pero por la relocalización aparecen “cooperativas”  por doquier y al por mayor, los ex trabajadores de las minas de la COMIBOL se alistan en las filas del cooperativismo, llegan a ser su líderes o dirigentes con la experiencia del sindicalismo minero. Inclusive organizados logran concesiones mineras en varias partes del país, incluido el Cerro Rico de Potosí.
Conclusión: el crecimiento de la cantidad de cooperativas mineras con más de 150 mil “socios” es herencia del neoliberalismo.
Cuando el sindicalismo minero era fuerte, las cooperativas no tenían ni voz ni voto en las decisiones para el trabajo en el subsuelo; ahora deciden, amenazan, imponen. Después de 1985, los “socios” del sector se codearon, y lo hacen hoy, con el poder político, no importa la ideología y convicción; mucho menos la filosofía del cooperativismo.
Pocos de los dirigentes de la cooperativa minera, en tiempos de bonanza de los altos precios del mineral, lucen vehículos de alto valor económico, los hamer blindados y otros de último modelo y cero kilómetros, bienestar negado inclusive para los más eficientes profesionales de clase media y que se quemaron las pestañas para obtener un título universitario.
¿Son 140 mil “socios” cooperativistas que tienen los mismos privilegios? ¿Reciben atención médica en clínicas privadas y de lujo igual que sus cabecillas? ¿Habitan en viviendas de lujo todos ellos como aplicación de la filosofía cooperativista? ¿Cuántos de ellos estarán hoy sumidos en la pobreza y el abandono soportando la desgracia de la silicosis? ¿Los dueños de la cooperativa conocen todos los parajes donde los demás arriesgan su vida a cada momento? ¿De todos los mineros cooperativistas su familia, esposa e hijos, tienen igual de condiciones para acceso a la salud, vivienda y educación?
Al cerrarse las minas del Estado, la mano de obra desocupada no tuvo otra opción que buscar trabajo en la minería, pero como peones en las cooperativas, los jornales altos de temporada fueron una atracción; pero la mina y el “tío” atrapa, se asume una forma de vida, forzada, sin seguro alguno, se comparte la amistad, el acullico, el vocabulario alegre y particular del minero. ¿Vive la realidad de vida y comodidades del patrón? ¿Quién defiende sus intereses? ¿No se queda su viuda como guarda de mina junto a sus hijos?
Este es un tema pendiente que no se pone en la mesa de discusiones ni se permite el acceso a la información socioeconómica de todos quienes comparten la realidad de la Cooperativa Minera, la mayoría de ellas manejada como empresa, sin filosofía cooperativista. ¿Un sindicato es palabra prohibida?