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Por donde veamos Bolivia es un país bendecido. Nuestros mercados están abastecidos de la producción agrícola anual. Se encuentran artículos de primera necesidad al alcance de todo bolsillo. Pobres y ricos tienen la posibilidad de llenar la olla y la oferta generalmente supera la demanda. Hasta se observa que en ocasiones los productos que no se vendieron son desechados a montones.
¿Cuánta gente encontrará sustento en el círculo de la comercialización de los artículos de la canasta familiar? Al productor le conviene vender al por mayor, entonces aparecen los intermediarios o revendedores, según sea la ocasión. Los precios se elevan como el producto haya pasado de mano en mano hasta llegar a la olla familiar. Es una característica de nuestros mercados.
Los entendidos en culinaria, especialmente extrajera, no dudan en afirmar que los alimentos producidos en Bolivia son de calidad, todavía se tiene un ciclo de cosechas ecológicas, con abono natural, por tanto, apto para el consumo humano. En otras partes del mundo la producción es con ayuda de químicos, fertilizantes y la semilla alterada genéticamente. Claro que en algunas partes de Bolivia también se recurre a estas experiencias; pero no es general.
Los mercados en Bolivia crecen con la oferta de productos nuestros. Parece contradictorio en relación a las estadísticas del despoblamiento de las zonas rurales. Es decir, hay menos habitantes en el campo y hay más producción agrícola. A priori encontramos algunas respuestas: se afirma que se provecha la tecnología agrícola que presenta muchas mejoras en las últimas décadas y se ha aprendido a manejar las semillas como también el ciclo del tiempo en relación con la naturaleza.
Las ciudades crecen en progresión geométrica, más y más habitantes que prolongan la periferia; consumen en el mercado y éste nunca queda vacío. En algunos artículos de primera necesidad se observa que la importación o el contrabando suplen esa insuficiencia. Los analistas dicen que los bolivianos somos pocos, apenas once millones de habitantes. Nos podemos abastecer, sostienen.
¿Será siempre esto así? ¿Qué nos depara el futuro? Por la migración campo-ciudad hay comunidades que van quedando desiertas porque sus habitantes se fueron a las ciudades o áreas urbanas; las escuelas subsisten casi vacías por falta de alumnos. No es novedad que las autoridades originarias exijan u obliguen a las familias de la comunidad que inscriban a sus hijos en la escuela del pueblo, so amenaza de quitarles sus terrenos o negar todos sus derechos ancestrales.
En algunas comunidades rurales sólo quedan ancianos, al cuidado de los pocos animales o los sembradíos temporales. Los hijos se han ido a la ciudad o al extranjero. Lo que ocurre hoy es que todavía vuelven en temporadas de siembra y cosecha. La tercera generación ya no volverá, es más, renegará de sus orígenes. ¿Qué será del campo?
Según un dirigente campesino, quien no se metió a la politiquería partidaria, se aplicará con el tiempo eso de que “la tierra es de quien la trabaja”, las tierras que se abandonan pasarán a ser propiedad de la comunidad, entonces habrá la posibilidad de otorgar tierras a quienes hoy no la poseen o tienen sólo una pequeña parcela, condición: hacerla producir.
Según se prevé, surgirá la necesidad de buscar políticas adecuadas para el uso de la tierra que se abandona a consecuencia de la migración o despoblamiento del área rural, fenómeno que no sólo es en Bolivia sino mundial, es otra etapa del procesos histórico que vive el mundo desde los primeros años de este siglo XXI. A esto hay que añadir la observación sabia de los ancianos en el campo: “el tiempo está cansado y la tierra también”. ¿Qué mensaje nos quieren dejar?
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